Su marca registrada
es la deconstrucción: una reflexión
sin fin sobre palabras y conceptos
Jacques Derrida y su revolucionaria concepción del pensamiento a través del concepto de la deconstrucción. |
Por
Marisa Pérez Bodegas
Es uno de los últimos grandes intelectuales franceses, el
responsable de la globalización del pensamiento de fines del siglo XX. Sus
alumnos de la Universidad de Nueva York le llaman Derrida the Great –Derrida el
Grande–, admirando su casuística brillante y su cultura extraordinaria.
Filósofo iconoclasta, dueño de una lucidez terca y espléndida, suscita más
polémicas que ningún otro pensador de su tiempo y las responde con su lenta
oratoria, trufada de observaciones sarcásticas.
Su aportación clave a la historia del pensamiento es el
concepto de deconstrucción, una noción tan revolucionaria que Lévinas le
considerará “el nuevo Kant”, y Rorty, “el nuevo Nietzsche”.
La deconstrucción, que exige lecturas subversivas de los
textos de todo tipo, supone una disolución radical de las verdades absolutas,
una reflexión sin fin.
A partir de los años 80, se convierte en una moda tan
rabiosa entre los intelectuales que nadie es imparcial. Sobre su creador
llueven adhesiones incondicionales y críticas irritadas.
La deconstrucción
Es la marca registrada de Derrida, un término en el que,
puesto a desaprobar, desaprueba que le encasillen. Lo utiliza para expresar su
método, basado en los análisis etimológicos de Heiddeger, teorizados y
sistematizados.
* Consiste en demostrar que un concepto cualquiera se
construye a partir de procesos históricos y acumulaciones metafóricas: lo que a
primera vista parece verdadero no lo es, porque las herramientas que la
conciencia utiliza son históricas y relativas, están sometidas a las paradojas
de la retórica.
*¿Cómo descubrir los distintos significados de un texto?
Deconstruyendo, es decir, descomponiendo la estructura del lenguaje redactado.
Ese estudio fragmentado permitirá detectar los fenómenos marginales escondidos
bajo el discurso principal. El Otro, Lo Otro.
* La noción es complicada, el propio Derrida tiende a
explicarla con “noes”: “No es un método, ni un objetivo, ni un final para la
filosofía”. Más bien, un modo de poner entre paréntesis los apriorismos
conceptuales de la cultura y la tradición.
*Derrida cree que la deconstrucción es adecuada para
disciplinas académicas como la literatura, la pedagogía, la música, la
arquitectura, la lingüística, la antropología…
* “Lo más importante de Derrida no es el método deconstructivo,
sino la capacidad de revelar cosas nuevas, recurriendo a una tradición
occidental: la pregunta”, opina Rorty. Hay que reconocerle el valioso principio
de la contradicción razonable como motor de la cognición.
Derrida nace el 15 de julio de 1930 en El-Bihar, Argelia, en
una familia comerciante cuyo origen está en Toledo, España. Sus padres, Aymé
Derrida y Georgette Safar, son judíos sefarditas. Va a llamarse Jacques Derrida
Safar y será el tercero de cinco hijos. En el registro civil lo anotan como “Jackie”,
ya que los judíos argelinos esquivan los nombres católicos con esos trucos.
Cuando empiece su actividad literaria, Derrida elegirá llamarse Jacques. Su
segundo nombre, Elie, es el que le ponen en la sinagoga. Aun con pasaporte
francés, Derrida se considerará siempre un judío franco-magrebí, un ciudadano
del mundo entre la marginación y el desarraigo. Su verdadera patria será la
filosofía. Suele referirse a los problemas de identidad causados por su origen:
un niño judío cuya lengua y cultura familiares se ven aplastadas por la lengua
y la cultura francesas, que son las que tiene, pero no las suyas. Por eso
insistirá siempre en la importancia de la lengua materna y recordará su
infancia, amargada por la política de Vichy: un gobierno antisemita que incluso
privará a su familia de la nacionalidad francesa concedida a los judíos
argelinos en 1875.
Un adolescente
sufridor
Los de su infancia son tiempos difíciles, de “petainización”
intensa en un liceo argelino, el Ben Aknoum, donde el primero de la clase iza
la bandera francesa todas las mañanas. Excepto si es judío como Derrida. Pero
lo más enojoso le ocurre en el año 1942: en su primer día de clase, le expulsan
del liceo, como antes a su hermano y hermana, porque el rector acaba de rebajar
el cupo de judíos del 14 al 7%. Tiene que matricularse en un liceo hebreo, el
Emile Maupás, donde pasará un año hasta que las circunstancias políticas le
permitan volver al Ben Aknoun. Toda su vida recordará esta humillación. Ha
aprendido una lección dolorosa sobre el autoritarismo arbitrario que le llevará
a comprometerse en el futuro con la defensa de los derechos humanos: apoyando a
Nelson Mandela en Sudáfrica y a Caryl Chessman en su lucha contra la pena de
muerte; o criticando el monopolio político, a su juicio antidemocrático, de
George Bush.
Durante sus años de adolescencia en Argelia sueña con ser
futbolista profesional y participa en muchos torneos, pero al mismo tiempo lee
con pasión a Gide, Rousseau, Nietzsche, Camus, Bergson, Kierkegaard, Heidegger…
Su crisis personal le lleva a la filosofía con toda su inteligencia sedienta y
privilegiada.
En 1949 ingresa como interno en un colegio de segunda
enseñanza de Marsella, el Louis le Grand, donde sigue con sus descubrimientos:
Simone Weil, Sartre, Merleau-Ponty… Tiene mucha nostalgia de Argelia, pero sabe
que ese es su camino. Etienne Bome, su profesor de filosofía, califica sus
disertaciones de “plotinianas”.
Pero no todo el monte es orégano: Derrida tiene problemas de
adaptación, duerme mal, le fallan los nervios… Quizás por eso es un estudiante
mediocre. Le cuesta cuatro años ser admitido en la prestigiosa École Normale
Superieur de París para estudiar filosofía. Ocurre por fin en 1952 y él llamará
“infernal” a esa etapa de preparación. En aquella École tendrá como profesores
a Hippolite y Gandillac, pero el preferido será Louis Althusser, su tutor.
Desde el primer día ambos argelinos se hacen amigos, aunque no compartirán
ideas. En el futuro, Althusser hablará de su alumno como de “un gigante” de la
filosofía. Y Derrida será uno de los pocos que no abandone al viejo profesor en
su tragedia final.
Terminados los estudios en 1953, obtiene una beca para
estudiar a Husserl en Harvard. La idea es ir preparando la tesis doctoral, que
en realidad acabará diez años más tarde con un tema bien distinto: De la
Gramatología.
Paréntesis personal
En 1957 se casa en Boston con Marguerite Aucouturier, futura
psicoanalista. De esa unión nacerán dos hijos, Pierre y Jean. El matrimonio
será duradero, aunque Derrida mantendrá tiempo después una larga relación con
la semióloga Sylviane Agacinski, que al parecer dio lugar a un aborto
voluntario en 1974 y al nacimiento de un niño, Daniel, en 1984. Tras la ruptura
con su amante, el niño será adoptado por el esposo de la madre, el político
socialista Lionel Jospin, durante un tiempo Primer Ministro de Francia. Una
situación compleja: en 1989 se enfrenta a su examante por el derecho de los
emigrantes sin papeles a votar en las elecciones francesas; pero en 1995 apoya
a Jospin para la Presidencia. Esa discreta relación saldrá a relucir en 2010,
al escribirse la primera biografía del filósofo, y creará cierto escándalo:
Derrida había hecho de la filiación un tema filosófico, y además hay un aborto
por medio. Se chismorrea también que, aunque feminista teórico, Derrida jamás
dio un palo al agua en los temas domésticos ni familiares.
Acabada su estancia en Harvard, el joven Derrida vuelve a
Argelia para hacer la mili y pide ser destinado a una escuela para hijos de
soldados en Koléa, cerca de Argel. Durante más de dos años, sin uniforme,
enseñará francés e inglés a jóvenes. Muy crítico con la política de Francia en
Argelia, cree en una difícil fórmula civilizada: una especie de independencia
que permita la convivencia entre argelinos y franceses.
Profesor y viajero
De vuelta en París y durante las décadas siguientes, será un
viajero incansable. Dará clases y conferencias en la Sorbona, Baltimore,
Cerissy, Buenos Aires, Tokio, Israel…, incluso en Argelia. El año 1959 le
encuentra enseñando en el Liceo de Le Mans, y ese mismo año, en un Dos
Caballos, conoce otra de sus ciudades del alma: Praga, donde vive la familia de
su mujer.
En 1962, Argelia consigue la independencia de Francia, y eso
trae consigo la expulsión de 350.000 judíos y colonos europeos. La familia
Derrida tiene que empezar de nuevo en Niza, donde el padre Aymé morirá a los 74
años de cáncer de páncreas.
Derrida, que ha empezado a dar clases en la Sorbona como
ayudante, acaba 1965 siendo profesor de filosofía en l'École Nacionale
Superieur. Pasará allí 30 años, casi todos como adjunto, y hará visitas
continuas a los Estados Unidos, donde se siente más libre e inmensamente
respetado. El estallido del Mayo francés le pilla en EEUU, muy escéptico: “No
fui un sesentayochista… Participé en algunas manifestaciones, pero me mantuve
distante y un poco irritado ante toda aquella euforia… por la palabra liberada,
la transparencia restaurada, etc. Nunca he creído en esas cosas”.
Por esa época se materializan sus diferencias con Foucault:
Derrida critica su interpretación de las Meditaciones de Descartes. Foucault,
susceptible, le responde. El desencuentro durará 20 años. También tendrá más
adelante un encontronazo dialéctico con Lacan, el psicoanalista. ¿Cómo se
explica que dos autores con tantas afinidades no hayan podido entenderse? Quizá
porque los próximos se repelen.
En las décadas siguientes, Derrida irá consolidando su
pensamiento. Publica L’Introduction à
l’origine de la géométrie de Husserl (1957), De Grammatologie (1967), donde afirma que el lenguaje escrito
precede al oral, L’écriture et la
différence (1967), Marges de la Philosophie
(1972), Glas (1974), las biografías Parages sobre Blanchot; Schibboleth, sobre
Celan y Mémoires, sobre De Man (1986). Incansable, sigue con Circonfession (1991), donde se refiere a
su identidad hebrea, Spectres de Marx
(1993) y Politiques de l’amitié
(1994), una revisión de las políticas europeas modernas desde las nociones de
fraternalización (amigo) y exclusión (del enemigo).
Un filósofo retador
Colabora con las revistas Tel Quel, Critique, D'arc
y otras. Con la primera romperá en 1972 porque no suscribe su dogmatismo
marxista. Pero cada vez más se va implicando en política, como demuestra el
episodio checo: impresionado por la persecución comunista contra los escritores
disidentes checoeslovacos, funda con Jean Pierre Vemant una asociación de apoyo,
la Jan Huss. Durante un seminario
clandestino en Praga, la policía le detiene, le acusa de una falsa posesión de
drogas y le encarcela. Gran escándalo, campaña de firmas por su libertad,
intervención de Mitterrand… Libre pero expulsado de Checoslovaquia, vuelve a
París en tren en estado de gloria mediática. Foucault, ya muy enfermo, le ha
apoyado continuamente por teléfono.
Durante los años 80 se interesa por el derecho y la
arquitectura. El arquitecto Eisenman ha buscado su apoyo filosófico para su arquitectura
deconstructivista. Pero solo hay analogías superficiales entre el pensamiento
derridiano y esa arquitectura de formas exaltadas, que acaba por parecerle más
comercial que otra cosa.
Muere el 8 de octubre de 2004 en París, del mismo cáncer que
su padre: “Derrida a mort”, anunciará la oficina del presidente de Francia,
Jacques Chirac. El pequeño judío argelino es ahora una gloria nacional
francesa.
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