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sábado, 25 de abril de 2015

Cristino Scioli

El gobernador mutó a un kirchnerismo furioso. Si gana puede repetir 
lo de Néstor con Duhalde.

Por Roberto García
Desde que el juez Daniel Rafecas, con una decisión que algunos obvios calificaron de “impecable factura jurídica”,descartó la denuncia de Alberto Nisman contra la Presidenta & Cía, hubo camaristas y fiscales que luego adhirieron a la misma línea oficialista. Así se podría describir esa conducta nacida del poder, que utiliza al Derecho hasta para contrariar el castellano y transformar una denuncia en no denuncia, cambiarle el significado, marginar al mejor alumno pago del Gobierno (Nisman) y convertirlo de favorito en maldecido.

Lo mismo le ocurrió a Rafecas. Ascendió cubierto de laureles frente a la siniestra permanencia de resacas pasadas (según la versión oficial) y de repente, por los excesos que otorga la fama, perdió el control en el affaire Boudou-Ciccone para desgracia y furia de la Casa Rosada. Se hundió, no tocó fondo como sus mentores Righi, Montenegro y Alberto Fernández, y debió esperar a que alguien redescubriera su “impecable factura jurídica” (como sucediera con Norberto Oyarbide) para devolverlo a la superficie. Le tocó Nisman como flotador: desestimó como estaba previsto, del mismo modo que eso sería refrendado por el fiscal Javier De Luca, tras rechazar la pretensión de su colega Germán Moldes (como antes de Gerardo Pollicita) de iniciar una investigación.

También estaba previsto lo que iban a proponer Moldes y Pollicita, ya que la Justicia se controla con un partido político dominante y algunos disconformes que navegan entre perder el puesto o distraerse. Un ejemplo es el propio Rafecas, quien afectado por la sospecha de que había procedido con singular velocidad para desestimar la presentación de Nisman, dijo que le había dedicado mucho tiempo, que él mismo había trabajado en el expediente, a veces hasta las 9 de la noche. Un sacrificio extraordinario para quienes se dedican a esa actividad.

Se sabe que un sector de la sociedad se manifestó contra esa decisión de Rafecas y la estela judicial que lo acompañó, algunos de mal talante y en episodios desagradables. En uno de ellos, uno de los magistrados involucrados luego en la determinación que tanto satisfizo a CFK, enfrentó a una señora que le reprochó la medida que “mataba a Nisman por segunda vez”, según ella. Como el lugar de discusión no era propicio para exponer sus fundamentos, el funcionario ofendido optó por la variante habitual de los especializados: “¿Y vos quién sos para objetarme? ¿Sos abogada, estudiaste Derecho? ¿Leíste siquiera lo que yo expuse en la causa?”. Justo es admitir que la señora en cuestión palideció para después enfurecerse, perdió el debate, se avergonzó en la refriega.

Vale la anécdota por su sentido inverso, por la manifestación tardía de cristinismo explícito que formuló el gobernador Daniel Scioli en relación a la denuncia de Nisman. Sostuvo hace horas, con pasión, que se trató de “un bochorno”. Como si fuera un letrado, gastado sus ojos en códigos y jurisprudencia o tuviese varias licenciaturas relativas al Derecho y no un advenedizo que habla por voz de otros, tan cargado de prejuicios como la señora que increpó al magistrado oficialista. La Argentina a corazón abierto.

Mezclas. Además de prejuicios también hay intereses. Ya que la declaración de Scioli debe acoplarse a otra de su mujer (Karina dijo le cree al Indec) y, mucho más, al anuncio presidencial sobre la existencia presunta de un complot internacional encarnado en el muerto Nisman, en el fugitivo Stiuso y centralmente abastecido por Israel, EE.UU. y los fondos buitre. Algo así como la conjura de la sinarquía que tanto desvelaba a Juan Perón y que, si no le quitaba el sueño del todo, al menos le aportaba formidables réditos en las urnas. Había sed en la multitud para ese tipo de monsergas demagógicas.

Ahora podría repetirse la historia. Quizás asombra una alineación tan afiebrada de Scioli con esos mandamientos. Sólo le falta cumplir con un desplante al Grupo Clarín, exigencia de La Cámpora, que fantasea con la fotografía del gobernador y el cartel adjunto “Clarín miente”. O sea, el candidato perfecto para suceder a la doctora.

Eso a pesar de que Ella, en Moscú, acaba de sostener que “no se confundan, no soy una reina, no tengo ni designo favoritos”, olvidándose que un día para vanagloria personal señaló con su dedo divino a Amado Boudou como su vicepresidente, sin consultarlo con nadie, ni siquiera informando a nadie. Salvo a su propia almohada. Sin creer en esa declaración, va Scioli en camino de volverse un “cristino”, integrándose al club de Parrilli y Conti, casi un Alberto Samid de su propia corte de La Ñata, en ser más que Ella misma y Néstor juntos si llega al gobierno, perfeccionando el “proyecto”, a su modo, justificado en que estuvo en las buenas y en las malas, consiguió los votos que fueron necesarios, fue vicepresidente, gobernador y será, como parece indicarlo su última manifestación, un custodio judicial de la familia Kirchner, de sus bienes y afectos: le van a deber más ellos a él, que él a ellos.

Curiosamente, algunos empresarios que imaginaban otro Scioli en el futuro, con un gabinete de transición en principio y otro más afirmado en la segunda etapa, casi un borrón parcial y cuenta nueva del kirchnerismo, empiezan a desconfiar de esa posibilidad que anidaba en sus cabezas.

No les alcanza con ver el merodeo de Miguel Bein o Mario Blejer. En todo caso, a esos dos profesionales los tapa la continuidad probable de Enrique Vanoli en el Banco Central, Miguel Galuccio en YPF, Horacio Milani en Inteligencia y Ejército (no prosperarán los juicios por enriquecimiento ilícito), Ricardo Echegaray en la AFIP y Julio de Vido en Obras Públicas a través de su personero Roberto Baratta. Una copia de Néstor cuando lo heredó a Eduardo Duhalde. Por no citar la permanencia de cancerberos empresariales como Lázaro Baez o Cristóbal López.

Para completar el cuadro, Axel Kicillof de vice, a menos que la doctora cambie y se le ocurra tener un favorito. Parece dudoso: a medida que pasan las horas, Scioli es más imprescindible para Cristina que Cristina para Scioli.

© Perfil.com

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