El gobernador mutó a un kirchnerismo furioso. Si
gana puede repetir
lo de Néstor con Duhalde.
Por Roberto García |
Desde que el juez Daniel
Rafecas, con una decisión que algunos obvios calificaron de “impecable
factura jurídica”,descartó la
denuncia de Alberto Nisman contra la Presidenta & Cía, hubo
camaristas y fiscales que luego adhirieron a la misma línea oficialista. Así se
podría describir esa conducta nacida del poder, que utiliza al Derecho hasta
para contrariar el castellano y transformar una denuncia en no denuncia,
cambiarle el significado, marginar al mejor alumno pago del Gobierno
(Nisman) y convertirlo de favorito en maldecido.
Lo mismo le ocurrió a Rafecas. Ascendió cubierto
de laureles frente a la siniestra permanencia de resacas pasadas (según la
versión oficial) y de repente, por los excesos que otorga la fama, perdió el
control en el affaire Boudou-Ciccone para desgracia y furia de la Casa Rosada.
Se hundió, no tocó fondo como sus mentores Righi, Montenegro y Alberto
Fernández, y debió esperar a que alguien redescubriera su “impecable factura
jurídica” (como sucediera con Norberto Oyarbide) para devolverlo a la
superficie. Le tocó Nisman como flotador: desestimó como estaba
previsto, del mismo modo que eso sería refrendado por el fiscal Javier De
Luca, tras rechazar la pretensión de su colega Germán Moldes (como
antes de Gerardo Pollicita) de iniciar una investigación.
También estaba previsto
lo que iban a proponer Moldes y Pollicita, ya que la Justicia se controla con
un partido político dominante y algunos disconformes que navegan entre perder
el puesto o distraerse. Un ejemplo es el propio Rafecas, quien afectado por la
sospecha de que había procedido con singular velocidad para desestimar la
presentación de Nisman, dijo que le había dedicado mucho tiempo, que él mismo
había trabajado en el expediente, a veces hasta las 9 de la noche. Un
sacrificio extraordinario para quienes se dedican a esa actividad.
Se sabe que un sector de
la sociedad se manifestó contra esa decisión de Rafecas y la estela judicial
que lo acompañó, algunos de mal talante y en episodios desagradables. En uno de
ellos, uno de los magistrados involucrados luego en la determinación que tanto
satisfizo a CFK, enfrentó a una señora que le reprochó la medida que “mataba a
Nisman por segunda vez”, según ella. Como el lugar de discusión no era propicio
para exponer sus fundamentos, el funcionario ofendido optó por la variante
habitual de los especializados: “¿Y vos quién sos para objetarme? ¿Sos abogada,
estudiaste Derecho? ¿Leíste siquiera lo que yo
expuse en la causa?”. Justo es admitir que la señora en cuestión
palideció para después enfurecerse, perdió el debate, se avergonzó en la
refriega.
Vale la anécdota por su
sentido inverso, por la manifestación tardía de cristinismo explícito que
formuló el gobernador Daniel Scioli en relación a la denuncia de Nisman.
Sostuvo hace horas, con pasión, que se trató de “un bochorno”. Como si fuera un
letrado, gastado sus ojos en códigos y jurisprudencia o tuviese varias
licenciaturas relativas al Derecho y no un advenedizo que habla por voz de
otros, tan cargado de prejuicios como la señora que increpó al magistrado
oficialista. La Argentina a corazón abierto.
Mezclas. Además de prejuicios también hay intereses. Ya que
la declaración de Scioli debe acoplarse a otra de su mujer (Karina dijo
le cree al Indec) y, mucho más, al anuncio presidencial sobre la
existencia presunta de un complot internacional encarnado en el muerto Nisman,
en el fugitivo Stiuso y centralmente abastecido por Israel, EE.UU. y los fondos
buitre. Algo así como la conjura de la sinarquía que tanto desvelaba a Juan
Perón y que, si no le quitaba el sueño del todo, al menos le aportaba
formidables réditos en las urnas. Había sed en la multitud para ese
tipo de monsergas demagógicas.
Ahora podría repetirse
la historia. Quizás asombra una alineación tan afiebrada de Scioli con esos
mandamientos. Sólo le falta cumplir con un desplante al Grupo Clarín, exigencia
de La Cámpora, que fantasea con la fotografía del gobernador y el cartel
adjunto “Clarín miente”. O sea, el candidato perfecto para suceder a la
doctora.
Eso a pesar de que Ella,
en Moscú, acaba de sostener que “no se confundan, no soy una reina, no tengo ni
designo favoritos”, olvidándose que un día para vanagloria personal señaló con
su dedo divino a Amado Boudou como su vicepresidente, sin consultarlo con
nadie, ni siquiera informando a nadie. Salvo a su propia almohada. Sin creer en
esa declaración, va Scioli en camino de volverse un “cristino”,
integrándose al club de Parrilli y Conti, casi un Alberto Samid de su propia
corte de La Ñata, en ser más que Ella misma y Néstor juntos si llega
al gobierno, perfeccionando el “proyecto”, a su modo, justificado en que estuvo
en las buenas y en las malas, consiguió los votos que fueron necesarios, fue
vicepresidente, gobernador y será, como parece indicarlo su última
manifestación, un custodio judicial de la familia Kirchner, de sus bienes y
afectos: le van a deber más ellos a él, que él a ellos.
Curiosamente, algunos
empresarios que imaginaban otro Scioli en el futuro, con un gabinete de
transición en principio y otro más afirmado en la segunda etapa, casi un borrón
parcial y cuenta nueva del kirchnerismo, empiezan a desconfiar de esa
posibilidad que anidaba en sus cabezas.
No les alcanza con ver
el merodeo de Miguel Bein o Mario Blejer. En todo caso, a esos dos
profesionales los tapa la continuidad probable de Enrique Vanoli en el Banco
Central, Miguel Galuccio en YPF, Horacio Milani en Inteligencia y Ejército (no
prosperarán los juicios por enriquecimiento ilícito), Ricardo Echegaray en la
AFIP y Julio de Vido en Obras Públicas a través de su personero Roberto
Baratta. Una copia de Néstor cuando lo heredó a Eduardo Duhalde. Por
no citar la permanencia de cancerberos empresariales como Lázaro Baez o Cristóbal
López.
Para completar el
cuadro, Axel Kicillof de
vice, a menos que la doctora cambie y se le ocurra tener un favorito. Parece
dudoso: a medida que pasan las horas, Scioli es más imprescindible para
Cristina que Cristina para Scioli.
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