Por Román Lejtman |
Desde Moscú, CFK iniciará su gira oficial en Rusia con una
exhibición de poder frente a Vladimir Putin, su principal apoyo político en las
negociaciones desplegadas para suscribir el Memorando de Entendimiento con Irán
que entierra la investigación del ataque terrorista a la AMIA. Cristina y el
aparato del Estado desgastaron la imagen pública del fiscal Alberto Nisman,
atacaron a sus familiares directos y lograron que la denuncia por encubrimiento
sea rechazada por un soldado judicial que hace guardia en la Cámara de
Casación.
Ese abuso de poder, sólo para clausurar una presunta hipótesis de
crimen de Lesa Humanidad que involucraba a la Presidente y su canciller,
demostró a Putin que su aliada táctica en América Latina conoce la lógica del
Kremlin: el poder existe cuando se ejerce sin límites.
El fiscal Nisman era un enemigo público para Irán y su
decisión de iniciar negociaciones con Argentina implicó una consulta informal
con Rusia. La respuesta desde Moscú no se hizo esperar. CFK apoyaba la
estrategia diplomática de Venezuela y era ignorada por Barack Obama, que
terminó de tomar distancia cuando comprendió que Argentina no cumpliría con
ningún compromiso asumido en la reunión bilateral del G20 en Cannes. Estos
antecedentes abrieron la negociación con Teherán que se hizo en Siria, otro
país que tiene mucho para explicar en los atentados a la Embajada de Israel y
la AMIA.
Putin desea aprovechar el aislamiento internacional de
Argentina para consolidar su poder en la región. Tiene la misma estrategia que
China: apoyo en los organismos multilaterales, inversiones directas y créditos
blandos que profundizan la dependencia económica y financiera. CFK cree que la
foto en Moscú mejorara su imagen en el mundo, y eso demuestra su escaso
conocimiento de la historia de Rusia. El Kremlin sólo negocia con supuestos
iguales, mientras que trata a los demás Estados como piezas menores del tablero
internacional.
CFK ignora que la Nomenklatura rusa compara su estrategia
bilateral con el giro desesperado de Leopoldo Fortunato Galtieri durante la
Guerra de Malvinas. El dictador argentino estaba alineado con Ronald Reagan y
no tuvo problemas en enviar a un grupo de tareas que combatió junto a la CIA en
América Central. Después, cuando Washington apoyó a Londres, Galtieri cruzó a
la otra trinchera de la Guerra Fría para encontrar un aliado que estaba en las
antípodas de su ideología.
La Nomenklatura explica sin eufemismos su comparación:
Galtieri gira porque estaba desesperado y aislado. CFK también, si no es
imposible de comprender porqué Argentina reclama la soberanía en Malvinas
alegando razones históricas y territoriales, y apoya a Rusia y su anexión de
Crimea que se hizo en base a la población rusa, el mismo argumento que usa
Londres para defender su posesión en las Islas del Atlántico Sur pobladas en su
mayoría por kelpers.
Cristina siempre intentó que Obama sea su referencia
regional, pero cometió tantos errores de política internacional que la Casa
Blanca cerró todas las puertas. CFK, entonces, no paró con los berrinches y
ahora le queda un sabor amargo que jamás reconocerá: está aislada en Occidente
e hizo un papelón en Panamá cuando Cuba y Estados Unidos se acercaron
definitivamente.
El fiscal Nisman está muerto, su denuncia fue sepultada en
Casación, Putin aparece como un aliado indispensable para Argentina y la causa
AMIA está en manos de un puñado de funcionarios que responde a las órdenes
directas de Balcarce 50. Visitar Granada, para pasar las horas, viajar a Moscú
con toda la pompa y circunstancia, es mejor que hacer un balance de los últimos
años de gestión.
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