A 77 años de la
muerte
del gran poeta latinoamericano
Por Nelson Francisco
Muloni
César Vallejo es uno de los poetas fundamentales de
Latinoamérica y uno de los grandes innovadores de la poesía en lengua española.
Nació el 16 de marzo de 1892 en la peruana localidad de Santiago de Chuco (Perú)
y falleció en París a los 46 años, el 15
de abril de 1938.
A 77 años de su muerte, su poesía sigue siendo una de las
más auténticas y, con su genio creador, renovó el lenguaje literario colocándolo
en la cima de la literatura mundial, de tal modo que influyó no solamente en
los escritores latinoamericanos sino también en narradores y poetas de la talla
del irlandés James Joyce.
El modernismo inicial de Los
Heraldos Negros es subyugante por la profundidad de lo cotidiano, de lo
doméstico. Allí, Vallejo se sumerge en la condición humana, de donde surge su
propia conciencia, sus sentimientos, con poemas que hacen referencia a su
infancia, a su familia y fundamentalmente, a su madre.
En Los Heraldos Negros,
duelen los recuerdos del poeta, llegan profundamente al corazón pero zarandean
el pensamiento hasta llevarlo a la cumbre de lo existencial. Hay un sentimiento
que abarca a los demás, un abrazo fraterno que surge de cada palabra, renovada,
impetuosa.
Los heraldos negros
Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma... ¡Yo no sé!
Son pocos; pero son... Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros atilas;
o lo heraldos negros que nos manda la Muerte.
Son las caídas hondas de los Cristos del alma,
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.
Y el hombre... Pobre... pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.
Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!
Pero grandiosamente llega Trilce, considerada una de las más representativas de la vanguardia
latinoamericana. Su estética, su impulso, son el verdadero comienzo de esa
vanguardia con vertientes que la convierten en única y que marcan la
profundización del idioma con una mezcla ardua, trabajosa y exquisita de las
vertientes americanas, indígenas y europeas.
Tengo fe en ser fuerte.
Dame, aire manco, dame ir
galoneándome de ceros a la izquierda.
Y tú, sueño, dame tu diamante implacable,
tu tiempo de deshora.
…………………………………
Tengo fe en que soy,
Y en que he sido menos.
Ea! Buen primero!
El propio Vallejo dijo de Trilce: "El libro ha nacido en el mayor vacío. Soy responsable
de él. Asumo toda la responsabilidad de su estética. Hoy, y más que nunca
quizás, siento gravitar sobre mí, una hasta ahora desconocida obligación
sacratísima, de hombre y de artista: ¡la de ser libre! Si no he de ser hoy
libre, no lo seré jamás (...) ¡Dios sabe cuánto he sufrido para que el ritmo no
traspasara esa libertad y cayera en libertinaje! ¡Dios sabe hasta qué bordes
espeluznantes me he asomado, colmado de miedo, temeroso de que todo se vaya a
morir a fondo para que mi pobre ánima viva!"
Tras ese primer paso, el poeta, ya en París, abjurará de
Trilce que, sin embargo, pasó a ser una de las obras poéticas más
significativas de la poesía del siglo XX.
En estos dos poemarios se exponen lo que Luis Monguío, en su
estudio sobre Vallejo expresó: “En Los
Heraldos Negros y en Trilce el
dolor de vivir, la miseria de vivir, la piedad por el dolor de sus hermanos en
desdicha, fueron motivaciones fundamentales de una poesía de desesperación y
pesimismo”.
César Vallejo parte a Francia en 1923 y permanecerá allí
hasta su muerte. Visita la Unión Soviética y se compromete activamente con el
marxismo a punto tal que se afilia al Partido Comunista de España. Precisamente
aquí, participa como corresponsal en la Guerra Civil y surgen de allí los
poemas de España, aparta de mi este cáliz
que aparecerá dos años después de su muerte.
Regresa a París donde vive en la más extrema pobreza e,
irremediablemente, cae enfermo. Sigue escribiendo poemas bellos y dolorosos que
su esposa, Georgette Vallejo (Georgette Marie Philippart Travers), reunirá a la
muerte de Vallejo, en el libro Poemas
Humanos.
Además de sus poemarios, César Vallejo escribió Escalas, Fabla Salvaje y El Tungsteno,
entre su narrativa más importante, además de ensayos como Rusia en 1931 y teatro como Colacho
Hermanos o presidentes de América y
La piedra cansada.
Murió un viernes santo (y no un jueves santo, como había
escrito en su poema) bajo un lluvioso cielo parisino, el 15 de abril de 1938.
Sus restos descansan en el cementerio de Montparnasse, en la capital francesa.
Piedra negra sobre
una piedra blanca
Me moriré en París con aguacero,
un día del cual tengo ya el recuerdo.
Me moriré en París -y no me corro-
tal vez un jueves, como es hoy, de otoño.
Jueves será, porque hoy, jueves, que proso
estos versos, los húmeros me he puesto
a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto,
con todo mi camino, a verme solo.
César Vallejo ha muerto, le pegaban
todos sin que él les haga nada;
le daban duro con un palo y duro
también con una soga; son testigos
los días jueves y los huesos húmeros,
la soledad, la lluvia, los caminos...
El poeta a su amada
Amada, en esta noche tú te has crucificado
sobre los dos maderos curvados de mi beso;
y tu pena me ha dicho que Jesús ha llorado,
y que hay un viernes santo más dulce que ese beso.
En esta noche clara que tanto me has mirado,
la Muerte ha estado alegre y ha cantado en su hueso.
En esta noche de setiembre se ha oficiado
mi segunda caída y el más humano beso.
Amada, moriremos los dos juntos, muy juntos;
se irá secando a pausas nuestra excelsa amargura;
y habrán tocado a sombra nuestros labios difuntos.
Y ya no habrá reproches en tus ojos benditos;
ni volveré a ofenderte.
Y en una sepultura
los dos nos dormiremos, como dos hermanitos.
© Agensur.info
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