(A mano alzada no más…)
Por Gabriela Pousa |
Pasaron las elecciones primarias en la ciudad capital. Aún
cuando no están los resultados oficiales finales, todos sabemos ya quién gana y
quién no.
Son esas peculiaridades de la política de entre casa que, en
Argentina, prima por sobre todo academicismo, lógica y razón.
Del mismo modo, la mayoría habla convencida del asesinato del
fiscal Alberto Nisman, sin tener el veredicto de peritos ni palabra oficial
sobre lo que sucedió. En ese sentido, ya es inútil presentar la causa
de esa muerte como suicidio: la credibilidad no está más del lado
de la dirigencia.
La gente solo cree en sí misma, en su intuición, y en la jurisprudencia,
máxime tras doce años donde la mentira se sistematizó. Si ellos dicen
que ganaron puede darse por sentado el fracaso.
La necedad, el no querer asumir el descrédito consolidado,
los lleva al grotesco y al penoso espectáculo que brindan portándose como
bufones de un reinado imaginario.
La sensación es dual: causan bronca y pena. Si acaso
hay risas es por no llorar. Pero más allá del teatro que el gobierno monta para
todos sus actos, detrás de la escenografía que destiñe, y hace caer el
telón dejando al descubierto las miserias de lo que en verdad son, están los
datos. Y cuando estos se van conociendo confirman aquello de “los
hechos son sagrados”.
Festejar el fracaso es un deporte que ya los tiene acostumbrados. Vivir una realidad paralela, un relato fantástico
es el artilugio del que se han valido siempre, y que a esta altura no puede
asombrarnos.
Fueron, son y serán así, aún cuando se alejen por diversos intereses
como sucediera con el ex intendente de Tigre. Hoy, Sergio Massa mostró su
naturaleza afín a quien dice que es su adversario.
La soledad de Guillermo Nielsen, su candidato, no admite otra valoración. Massa como Cristina han demostrado el fatídico arte de soltar la mano cuando no son óptimos los resultados.
Pero yendo a los comicios propiamente dichos, la victoria tiene
nombre y apellido: Mauricio Macri. Sin eufemismo, él ganó.
Guste o no, Horacio Rodríguez Larreta no tenía, antes del apoyo
explícito del actual jefe de gobierno, la intención de voto que se materializó
el domingo que pasó. Esto no resta mérito ni mucho menos, pero sí pone
en evidencia cual es la demanda de la sociedad a la hora de votar.
La gente necesita liderazgos. Esa figura fuerte que se postre delante de
todo y oriente. Nunca el pueblo argentino ha caminado solo. Esto explica sin rodeos, el crecimiento que ha
tenido el jefe de gabinete durante la campaña tras el aval de su jefe.
Gabriela Michetti no tuvo la misma suerte, y sin pretender entrar en un
debate de inútil misoginia, también es cierto que muy difícilmente, la gente
acepte en lo inmediato otra mujer en un puesto político ejecutivo. Puede que no sea consciente, pero la experiencia
con la jefe de Estado nos marcó en múltiples formas y niveles, algunos
impensados.
No ha habido voto castigo dentro del Pro, ha habido un respaldo a quien
Macri dispuso como sucesor. Para algunos puede estar bien, para otros no, pero esa no es la
cuestión. Rodríguez Larreta hizo lo correcto: agradeció al
electorado y agradeció al titular del Pro que lo paró y sostuvo a su
lado.
A su vez, la elección de Martín Lousteau tiene otros ribetes a
la hora del análisis, porque es menester reconocer una amplia campaña cuya
premisa se basaba en votar al candidato de ECO, de manera de no permitir al FPV
hacerse del segundo puesto.
Asimismo, volvió a confirmar cuán importante es la figura del
líder o del referente, en una sociedad donde los modelos menguan por la crisis
moral que nos diezma. Fue Elisa Carrió quien instó a votar
al ex ministro de Economía kirchnerista.
Es más, hasta se perdonó esa gestión dando prevalencia a la voz
que dirige, y que ha dado muestras de autoridad en muchos aspectos del quehacer
nacional. Lo cierto es que los candidatos más votados tuvieron respaldo de
fuerzas, líderes o aparatos.
Así se lee básicamente, sin entrar en una exégesis que requiere tiempo y
noción del escrutinio definitivo, esta elección. Si entendemos que todo
sucede y sucedió en el marco de un país donde, en 24 horas, pasa lo que en
otros países tardaría años en pasar, la cautela debe ser protagonista de lo que
sigue de ahora en más.
Sin ella, el abismo puede ser nuevamente el destino. Es hora de negociar, algo que el gobierno jamás entendió. El kirchnerismo hizo de la política un monólogo donde toda discrepancia situaba al interlocutor como enemigo y conspirador.
Es hora de replanteos para algunos y de fortalecimiento para
otros. Si cada uno es consciente del rol que debe ocupar en el
escenario que arrojaron las PASO, el cambio podría dejar de ser un
deseo, una esperanza, un milagro. De lo contrario, el camino
se desandará más rápido de lo pensado, y se volverá al punto de partida
donde hemos estado estancados durante años.
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