Por Ana Gerschenson |
La estrategia es sobreactuar el ultrakirchnerismo.
Constantemente. Se sabe, Daniel Scioli se considera un sobreviviente, en su
vida personal y en la política, y no está dispuesto a ser menos en estas
elecciones.
En las últimas semanas, luego de su regreso de Europa (a
donde viajó para controlar su brazo ortopédico), el gobernador aterrizó
dispuesto a demostrarle a Cristina Kirchner que es su natural sucesor y el
mejor representante del proyecto nacional y popular.
Scioli primero instruyó a sus operadores en la Justicia,
principalmente a su exministro de Seguridad, Carlos Stornelli, para que alivie
la situación judicial de la Presidenta por la denuncia póstuma de Alberto
Nisman, y además por el caso Hotesur, el que más le preocupa a Cristina, ya que
su hijo Máximo está sospechado por operatorias de lavado de dinero en los
hoteles de la familia en la Patagonia.
Stornelli marchó en memoria de Nisman el 18 de febrero
pasado, pero reconoce como su jefe político a Daniel Scioli.
El gobernador puso en marcha una batería de gestos hacia la
Presidenta, en un intento por detener el coqueteo permanente con la
precandidatura presidencial de Florencio Randazzo, montado en los últimos meses
desde la Casa Rosada. Defendió al niño mimado de la jefa de Estado, el ministro
Axel Kicillof, a pesar de sus desacertadas declaraciones sobre pobreza y su
justificación del impuesto a las Ganancias que generaron rechazo incluso dentro
del propio peronismo.
"Yo me tengo que guiar por los resultados. Decían
algunos que el país iba a entrar en una espiral inflacionaria, que nos íbamos a
quedar sin reservas, que si no les pagábamos a los buitres los problemas que
íbamos a tener, y nada de eso pasó", insiste Scioli cada vez que le
preguntan sobre el ministro de Economía.
Pero, además, desde su regreso, acentuó la idea de que su
eventual gobierno será la continuidad calcada del actual.
"Ni el cepo al dólar, ni las retenciones a las
exportaciones, ni el impuesto a las Ganancias se pueden sacar de un día para el
otro", adelantó el bonaerense para reforzar la idea de que no representa
ningún peligro de cambio.
Esta semana, salió presuroso a apoyar a Máximo Kirchner,
luego de que la revista brasileña Veja publicara que tendría cuentas
millonarias a su nombre en el exterior. Se festejó en el sciolismo que el hijo
de la Presidenta lo mencionara como "Daniel", al mismo nivel que
Sergio Urribarri, Aníbal Fernández, Agustín Rossi y Florencio Randazzo.
En un comunicado, Scioli expresó su solidaridad "por
las acciones difamatorias y calumniantes vertidas en su contra a nivel nacional
e internacional". Fue un gesto doble, hacia Cristina, pero sobre todo,
hacia La Cámpora, una agrupación con la que intenta estrechar lazos
permanentemente.
Es en La Cámpora donde encontró reticencias políticas desde
un principio, aunque -como es su estilo- con paciencia y a través de relaciones
personales, como es el caso del actual secretario de la Presidencia, Wado de
Pedro, ha logrado generar confianza a fuerza de cesiones políticas concretas.
La apuesta del gobernador es forzar el dedo elector de la
Presidenta una vez más hacia su figura. Sabe que el ultrakirchnerismo no
termina de abrazarlo. Sin ir más lejos, en estos días tanto el titular de la
CTA Hugo Yasky, como el diputado ultra K, Carlos Kunkel, no dudaron en
definirlo como un candidato de derecha. Sin embargo, para ninguno de los dos,
como para muchos otros dirigentes K, eso importó cuando primero Néstor y
después Cristina terminaron eligiendo a "Daniel" para competir en las
elecciones de la provincia de Buenos Aires.
Riesgos
El riesgo sciolista es perder esa porción del electorado más
moderado, el llamado independiente, que veía en su lucha por la inseguridad,
una diferenciación del kirchnerismo de la "sensación de inseguridad".
Scioli decidió apostar fuerte. Jugarse todo antes del 20 de
junio, cuando se oficialicen las listas de precandidatos a presidente de todos
los partidos.
Para reforzar su giro al ultrakirchnerismo, ayer lanzó un
nuevo afiche de campaña en donde al lado de su foto dice "Scioli para la
Victoria". Traducido políticamente como "el candidato soy yo".
Claro que guarda en su manga la posibilidad, dicen en el
peronismo sciolista, de jugar por afuera si finalmente no es "el elegido".
Aunque otros peronistas aseguren que, luego de su conversión pública al
ultrakirchnerismo, ya no hay espacio para volver atrás.
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