Por Gabriela Pousa |
“Hablar, habla cualquiera” , Cristina Kirchner dixit
Finalmente llegó el 1ro. de Marzo: muchos esperaban con “expectativa” lo
que la mandataria pudiera decir ese día. Es extraño que después de 12 años, aún
queden en la gente expectativas de algo.
Lo predecible, la obviedad, se han instalado hace tiempo como premisas
inherentes en toda alocución presidencial. Las novedades escasean, los
logros se inventan, y las comparaciones son realizadas considerando la
herencia del 2001 y en forma parcial. Aún así, la situación general del país no
ha mejorado. Por el contrario, si más allá de números económicos
incomprensibles para cualquier ciudadano , se evalúa cómo se vivía
antaño y cómo se sobrevive en la actualidad, la balanza se inclina en contra
del hoy y a favor del pasado. Que Cristina haya olvidado
señalar ciertos “éxitos” de su administración tales como la instauración del
sicariato, la conversión del país en productor de droga, y ya no en país de
tránsito… Qué no haya comentado qué, en el 2003, se abrió la
puerta de Balcarce 50 a piqueteros, aplaudiendo por ejemplo, a quienes
cortaban los puentes con Uruguay o dando – desde el Ministerio de Educación -;
la venia a los alumnos que tomaban colegios…
O que también haya callado que, CEDIN mediante, se legitimó el
lavado de dinero, la plata del narcotráfico, o los fondos sin declarar, no
habilita suponer que hoy se vive mejor que ayer.
Hubo una Argentina en que salir a la calle no era un desafío constante,
ahora hay que agradecer regresar vivos al hogar, y festejar si en el
trayecto no se sufrió un arrebato, o nos rozó una bala perdida que suelen andar
por cualquier esquina. Pero esas son “sensaciones”, y la mandataria
estaba allí para hablar de “su realidad”.
Que no se haya referido a la profundización de la decadencia, a punto
tal que la ética y la moral quedaron limitadas a materias que se
estudian en alguna universidad, es otra nimiedad.
Sus años al frente del Ejecutivo Nacional han logrado que primen
los intereses a las convicciones, el tener al ser, las conveniencias personales
de algunos al bienestar general, el negociado a la política de Estado, la
barbarie a lo civilizado; son “méritos” que prefirió no incluir, seguramente
para evitar extenderse más allá de lo racional.
Lo cierto es que habló Cristina. Fueron 4 horas pero podrían
haber sido 5 minutos porque todo se resumió en el comienzo de su discurso. Una
frase fue determinante para que todo el resto sobrase. Y es que tras
comentar que “hace doce años que gobernamos“, sin anestesia
recordó: “Me votó el 54% de la población”. Esa fue
quizás la única e indiscutible verdad, lo demás fue enumeración de estadísticas
adulteradas, anécdotas autoreferenciales, y logros que en rigor, no han sido
tales.
El tiempo destinado a la salud pública fue desmesurado, porque fue la
mismísima jefe de Estado quien sostuvo que “Si un
Presidente no se atiende en un hospital público, no hay salud pública que valga“.
Y Cristina se atiende en la clínica Otamendi y en el Hospital Austral. Incluso
viajó por un esguince desde Río Gallegos a Capital porque no había cómo sacarle
una placa allá. A partir de ese hecho, todo lo que diga en esa materia
cae en saco roto.
Por otra parte, las fuentes citadas por la mandataria resultaron
un tanto inusitadas para avalar una apertura de sesiones ordinarias. Desde el
twiter de un periodista hasta el muro de Facebook de una ciudadana, fueron las
bases elegidas para sostener sus palabras.
Un detalle al margen: mientras ella se regodeaba con los 140
caracteres del periodista del Financial Times, éste la desmentía poniendo en
contexto su cita.
Asimismo, cuando el Estado empresario no cesa de dar muestras
concretas de ineficiencia (Aerolineas pierde dos millones de dólares por día),
anunció el envío de un proyecto de ley para estatizar trenes. Posiblemente,
otra caja que será entregada a La Cámpora. Entre medio, chicanas a la
oposición, retos a funcionarios, intentos vanos de seducción, y cifras que la
realidad – y no economistas del odio y del desánimo – desmienten
permanentemente.
“Idiotas”, “necios”, “estúpidos”, fueron los vocablos elegidos para
aquellos que piensan distinto.
Simultáneamente, defendió los acuerdos con China
insultando a quienes no los avalaron porque, no nos olvidemos, el
contenido de lo firmado fue declarado secreto de Estado. En ese sentido es
cierto, no la hemos aplaudido pero es que no conocemos los textos mencionados.
El momento culmine, ese instante en que Cristina fue más Cristina que
nunca: sucedió cuando legisladores de la oposición pusieron en sus bancas
carteles que decían la palabra prohibida, AMIA. Le ganó la ira. Y
eso que nadie le había recordado al fiscal Alberto Nisman.
Fue ella quien hizo una nimia referencia, no para dar
condolencias tardías, sino para decir que es una muerte como otra cualquiera. Es
verdad, pero en este caso, el muerto investigaba su actuar y apareció
sin vida un día antes de presentar una denuncia, que la involucraba en un acto
criminal.
Aún así, Cristina hizo lo que hace siempre desde el 2007 (e
implícitamente desde el 2003): juzgó y criticó a quien no puede
defenderse. Pero, ¿por qué asombrarse si el respeto hace tiempo es un término
obsoleto para la Presidente? Algunos seguimos pidiendo peras al olmo
por ingenuos, o porque no podemos asumir que es un olmo y no un peral lo que
hemos sembrado hace doce años ya.
Vulgaridad no faltó a la cita, y la improvisación volvió a jugarle una
mala partida. La ignorancia por conveniencia de ciertos temas cooperó
al malestar con que salieron del recinto, quienes no fueron allí a rendir ciega
pleitesía por obediencia debida.
La Presidente deslizó otra falsedad al decir que todo el país empieza
mañana el ciclo escolar. Seis provincias no lo harán, entre ellas Santa
Cruz, una paradoja más de las tantas que hay.
Del futuro nada, del presente poco, del ayer apenas logros invisibles a
los ojos pero, en este caso, no por ser lo esencial. Es el estilo Cristina. Los gritos
desaforados cubrieron el momento de dar respuestas cuando se le recordó el
atentado terrorista, quizás porque en su mente se le presentó el memorándum con
Irán, y la denuncia del fiscal que ya no está.
La furia entonces, dijo todo lo que ella prefirió callar. No está
tranquila, no hay conciencia en paz, sino no se entiende la histeria repentina
y la agresión gratuita.
Las sesiones no fueron inauguradas, pero eso ya no importa nada. Cristina
terminó ofuscada, sumida en un olvido de circunstancias, y auto-convencida de
ser la mejor mandataria que tuvo la República Argentina. Quedaron
temas sin comprender cómo ser: ¿por qué una economía tan próspera y
floreciente como la que presentó inicialmente, requiere de precios cuidados, de
planes de cuotas vigilados, leyes de abastecimiento, y sobre todo de la
continuidad de la ley de emergencia económica nacional?
Son pequeños ítems que no deben haberse podido dilucidar porque el
tiempo es tirano, y los bostezos se multiplicaban en los palcos…
No hubo mucho más. No podía haber mucho más. A la vista está la
Argentina que deja Cristina. Todo el resto es parte del circo al que nos tiene
acostumbrados. El desendeudamiento debió ser una broma que, en el contexto de un
acto protocolar, no supimos descifrar.
En ese marco, el último discurso pasó sin pena ni gloria. Sin
novedades, por el contrario, repleto de obviedades. En la Plaza de
los dos Congresos los micros se agolpaban junto a enormes parrillas con
humeantes chorizos, ofrecidos como “gratuitos”, justamente a quienes los han
pagado más caros. Pero la ignorancia es el triunfo que más festeja el
gobierno puertas adentro.
Un dato de color o quizás desteñido por el papelón: mientras
hablaba la Presidente, Amado Boudou era repudiado en la asunción de Tabaré. Y
como si fuese un extraño, Luis D’Elia, se paseaba repartiendo banderitas. “Algo
habrá hecho” que no lo dejaron entrar al recinto, pero ese “algo” ha
sido sin duda, un pedido de la jefe de Estado o de sus ministros…
Alargar este análisis es una falta de respeto para con el lector. ¿Cómo
contarle a quien está haciendo malabarismo con las cuentas, las vicisitudes del
ARSAT? No me exijan tamaña irrespetuosidad. Pero el show debe
continuar 9 meses más, después hay que votar. Por eso, insisto en
rescatar lo más trascendente que la mandataria dijo esta mañana, y que
sintetiza – o debe sintetizar para nosotros -, el discurso en su totalidad: “Me
votó un 54%”.
Quedémonos con eso, y quizás algo aprendemos…
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