Por Carlos Gabetta (*) |
Enero de 1987: “Para festejar el fin de curso, un grupo de
estudiantes del Colegio Nacional de Buenos Aires mató un chancho a patadas y
descuartizó viva a una gallina. El personal de la biblioteca, una de las más
valiosas y antiguas del país, tuvo que cerrar las puertas en previsión de
destrozos. En los baños estallaron petardos que destruyeron inodoros y
cañerías. Una esquirla de azulejo vació el ojo de un chico.
”En Barrio Norte, Belgrano, San Isidro, Martínez, pululan
bandas de jóvenes, hijos de familias de clase media o alta –como los del
Nacional Buenos Aires– que suelen sembrar el miedo y el desconcierto.
”El año pasado se suicidaron varios jubilados, algunos de
ellos en pareja. Prácticamente no se habló de las barras bravas que asolaron
las canchas de fútbol en 1985, pero en cambio apareció una nueva forma de
irracionalidad sumada al delito: las personas robadas en los trenes eran
arrojadas luego a las vías. Un obrero perdió su pierna y una mujer preñada, su
feto. Hacia mediados de año hubo una escalada con variante: los colectivos de
transporte urbano comenzaron a ser asaltados por grupos que, luego de robar,
violan y golpean y han llegado a asesinar pasajeros”.
La larga cita es de un editorial del autor en El Periodista,
el 2-1-87. Ahora, el 1 de marzo pasado, durante un partido de primera C, entre
Laferrere y Dock Sud, se produjo un enfrentamiento entre las barras bravas de
ambos clubes. Un destacamento de 260 hombres de la Policía Bonaerense, que
intervino para sofocarlo, salió de allí con 14 policías heridos, dos de
gravedad. Dos barras fueron arrestados...
En la última década, se multiplicaron los asesinatos de jóvenes de entre 14 y 29 años,
a razón de dos por día en todo el país. En cuanto a las agresiones personales,
la semana pasada, durante un “ritual de graduación” en la Facultad de Ciencias
Veterinarias de La Pampa, tres jóvenes fueron golpeados, atados y abusados; uno
de ellos violado con una rama por uno de sus compañeros. En Bahía Blanca, una
joven de 13 años fue brutalmente golpeada por otra de 17 –que un año antes
había intentado apuñalarla– a causa de “ser linda”. Se trata sólo de los
últimos casos, ya que los “festejos” de graduación y las agresiones a jóvenes
“lindas” –y por supuesto también entre muchachos– se repiten casi a diario. En
2013, en Junín, una patota de diez chicas asesinó a otra a la salida del
colegio. Más de lo mismo en las
discotecas. En todos los casos, grupos de compañeras/os de colegio, de barrio o
de parranda, contemplan las agresiones, las filman con sus celulares y las
suben a internet. Al parecer, lo consideran una forma de divertirse como
cualquier otra.
Las causas sociales, culturales y políticas profundas de
este tipo de comportamiento generalizado ya han sido esbozadas en esta columna
(PERFIL, 27-10-12) y se resumen en la pérdida de autoridad, resultado de un
garantismo judicial, parental y educativo basado en teorías sociológicas
trufadas de psicoanálisis vulgar y relativismo new age en el progresismo y de
descarada demagogia, corrupción, complicidad y violencia en el populismo
nac&pop. Una de las víctimas recientes de esta situación, la filósofa Diana
Cohen Agrest, viene analizando como pocos esta situación en varios libros y
artículos.
En aquel editorial no se mencionaba al narcotráfico, que
ahora acaba de ser denunciado por el papa argentino. Tampoco a los Vatayón
militante, ni a las patotas estilo Quebracho, Luis D’Elía o Milagros Sala, del
kirchnerismo. En aquellos primeros años de democracia, la droga sólo “pasaba”
por el país y las únicas patotas eran las del sindicalismo peronista y las
nacientes barras bravas.
Treinta años después de recuperada la democracia, “estamos
mal, pero vamos peor”, parafraseando libremente a un presidente que, además de
corrupto, se ganó fama de innombrable.
Del estado de la economía y las finanzas del país, mejor no
hablar.
(*) Periodista y escritor.
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