La danza de
candidatos a vice se suma a la carrera electoral. Cristina quiere
ver al Papa
antes de irse.
Por Roberto García |
Empezó el otro campeonato, alternativo o adicional: el de
los ministros, vices y diferentes cargos al presidencial. Empezaron las
complicaciones, claro. Sergio Urribarri se acoplaría en la fórmula a Florencio
Randazzo; varias veces se mencionó a Axel Kicillof como probable segundo si
habilitan en la Casa Rosada la candidatura de Daniel Scioli. De Sergio Massa en
su laberinto no hay novedades para su acompañante y Mauricio Macri, según uno
de sus consejeros, debería aparearse con un joven calificado, decontracté, poco
contaminado con la política partidaria: una suerte de Martín Lousteau.
Para
aportarle llegada en cierto sector electoral y, de paso, cubrirlo en distintas
áreas en las que no parece descollar de acuerdo al sorpresivo y poco grato
descubrimiento de Elisa Carrió, quien tal vez aguardaba otra substancia
intelectual de un ingeniero. Sin embargo, las expectativas más rendidoras hoy
se las lleva una personalidad opuesta a esa descripción: Carlos Reutemann.
Curiosidades del destino.
Cristina y su círculo rojo respiran optimismo de un pulmotor
especial que debe haber comprado en cuotas. Desborda centralidad en la
política, supone que el trágico affaire Nisman ya no la roza, le cree a pie
juntillas a su ministro de Economía sobre la prosperidad venidera y cierra
postulaciones , con promesas de obras y “físico” –diría el lenguaraz Fariña–
para evitar que alguno se desvíe en el futuro. Le pesa una frase de un
intendente bonaerense: ya llegará el tiempo para traicionar. Sobre todo en la
provincia de Buenos Aires, distrito clave para conservar el poder e imponerlo
luego, cualquiera sea quien ocupe el Ejecutivo.
Anticipo lúgubre para quien recorre la historia: hubo ya un
Carlos Tejedor que pensó lo mismo, también un Julio Rocca y Carlos Pellegrini,
que le modificaron ese criterio a los tiros. Para evitar incómodos recuerdos,
Ella ya pareció inclinarse por un pacífico hombre del Papa para la gobernación,
Julián Domínguez, quien hace poco le llevó al Pontífice una carta de puño y
letra de Cristina: quiere una entrevista antes de dejar el cargo.
En cuanto a Scioli y su aspiración presidencial, si la dama
no decide borrarlo de un despectivo plumazo, se supone que lo hará confrontar
con Randazzo, aclarando a los intendentes de los dos bandos que la vean a Ella
si requieren asistencia económica , siempre y cuando apoyen a Randazzo. En
cambio, si apoyan a Scioli, a él deben pedirle la plata. Transparencia pura.
Igual, como siempre, el gobernador confía en su destino
glorioso, más desde que un fuerte empresario –al cual los dañinos medios
hegemónicos tildan como socio de los Kirchner– le dijo que no lo abandona y que
lo acompañará siempre.
A su vez, tampoco Randazzo canta victoria: cuando se enteró
Cristina de que pegaba afiches de campaña unipersonales, le comentó al pasar:
“Así que solito”. Reparó la falta, puso una foto suya con Ella, mientras rogó
que no lo echaran. Parece que Carlos Zannini paró el despido.
Economistas rebeldes. Lo más singular del vaudeville
político, sin embargo, lo brindan los economistas con sus candidatos. Guillermo
Nielsen, por ejemplo, habló de que cualquier gobierno futuro tendrá que
devaluar, que el país se descompone hacia la africanización; se erizó su jefe,
Massa, le mandó a avisar que se guardara sus opiniones económicas y que sólo
hablara de los problemas de la Ciudad. A su vez, Carlos Melconian corrigió a
Macri, su referente, advirtiendo que no es tan fácil –como el boquense había
dicho– quitar el cepo cambiario de un día para otro. Tuvo su retaliación: desde
la Jefatura de Gobierno porteño, le dijeron que todavía Macri no había elegido
a su ministro de Economía, que se callara la boca. Simplemente, fueron dos
opiniones profesionales, técnicas, fundadas, como si un médico se negara a
decirle a su paciente que tiene cáncer.
Pero muchos candidatos no sólo evitan hablar, tampoco
quieren escuchar. Ya ocurrió una vez con Ricardo López Murphy, cuando vaticinó
pronósticos certeros que enojaron a Fernando de la Rúa al extremo de que lo
borrara como seguro ministro del área. Y volvió a ocurrir después, cuando se
escabulló para no tomar medidas de recortes, prefiriendo a Domingo Cavallo como
ministro, que le decía que la situación no era tan grave. Todo el mundo sabe
dónde terminaron a los seis meses.
Para estos consultores rebeldes, parte de esa historia se
repite. Para no escuchar algunos, por no saber escuchar otros.
Mientras en el Gobierno, Cristina festeja porque no sube el
paralelo, baja en parte la inflación, repite que el país no se endeuda y supone
que no es grave la caída de las exportaciones ni el acentuado déficit fiscal,
que tanto detestaba su marido. Le basta con un Kicillof que pinta billetes como
si fuera Ciccone, le dice vamos a ganar y no hay ninguna bomba retardada en los
próximos meses. Ya que nada es más grato, como consignaba la propaganda de De
la Rúa, que dar y recibir buenas noticias. Aunque no duren.
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