sábado, 21 de marzo de 2015

Presidenciales blue

La danza de candidatos a vice se suma a la carrera electoral. Cristina quiere 
ver al Papa antes de irse.

Por Roberto García
Empezó el otro campeonato, alternativo o adicional: el de los ministros, vices y diferentes cargos al presidencial. Empezaron las complicaciones, claro. Sergio Urribarri se acoplaría en la fórmula a Florencio Randazzo; varias veces se mencionó a Axel Kicillof como probable segundo si habilitan en la Casa Rosada la candidatura de Daniel Scioli. De Sergio Massa en su laberinto no hay novedades para su acompañante y Mauricio Macri, según uno de sus consejeros, debería aparearse con un joven calificado, decontracté, poco contaminado con la política partidaria: una suerte de Martín Lousteau.
Para aportarle llegada en cierto sector electoral y, de paso, cubrirlo en distintas áreas en las que no parece descollar de acuerdo al sorpresivo y poco grato descubrimiento de Elisa Carrió, quien tal vez aguardaba otra substancia intelectual de un ingeniero. Sin embargo, las expectativas más rendidoras hoy se las lleva una personalidad opuesta a esa descripción: Carlos Reutemann. Curiosidades del destino.

Cristina y su círculo rojo respiran optimismo de un pulmotor especial que debe haber comprado en cuotas. Desborda centralidad en la política, supone que el trágico affaire Nisman ya no la roza, le cree a pie juntillas a su ministro de Economía sobre la prosperidad venidera y cierra postulaciones , con promesas de obras y “físico” –diría el lenguaraz Fariña– para evitar que alguno se desvíe en el futuro. Le pesa una frase de un intendente bonaerense: ya llegará el tiempo para traicionar. Sobre todo en la provincia de Buenos Aires, distrito clave para conservar el poder e imponerlo luego, cualquiera sea quien ocupe el Ejecutivo.

Anticipo lúgubre para quien recorre la historia: hubo ya un Carlos Tejedor que pensó lo mismo, también un Julio Rocca y Carlos Pellegrini, que le modificaron ese criterio a los tiros. Para evitar incómodos recuerdos, Ella ya pareció inclinarse por un pacífico hombre del Papa para la gobernación, Julián Domínguez, quien hace poco le llevó al Pontífice una carta de puño y letra de Cristina: quiere una entrevista antes de dejar el cargo.

En cuanto a Scioli y su aspiración presidencial, si la dama no decide borrarlo de un despectivo plumazo, se supone que lo hará confrontar con Randazzo, aclarando a los intendentes de los dos bandos que la vean a Ella si requieren asistencia económica , siempre y cuando apoyen a Randazzo. En cambio, si apoyan a Scioli, a él deben pedirle la plata. Transparencia pura.
Igual, como siempre, el gobernador confía en su destino glorioso, más desde que un fuerte empresario –al cual los dañinos medios hegemónicos tildan como socio de los Kirchner– le dijo que no lo abandona y que lo acompañará siempre.

A su vez, tampoco Randazzo canta victoria: cuando se enteró Cristina de que pegaba afiches de campaña unipersonales, le comentó al pasar: “Así que solito”. Reparó la falta, puso una foto suya con Ella, mientras rogó que no lo echaran. Parece que Carlos Zannini paró el despido.

Economistas rebeldes. Lo más singular del vaudeville político, sin embargo, lo brindan los economistas con sus candidatos. Guillermo Nielsen, por ejemplo, habló de que cualquier gobierno futuro tendrá que devaluar, que el país se descompone hacia la africanización; se erizó su jefe, Massa, le mandó a avisar que se guardara sus opiniones económicas y que sólo hablara de los problemas de la Ciudad. A su vez, Carlos Melconian corrigió a Macri, su referente, advirtiendo que no es tan fácil –como el boquense había dicho– quitar el cepo cambiario de un día para otro. Tuvo su retaliación: desde la Jefatura de Gobierno porteño, le dijeron que todavía Macri no había elegido a su ministro de Economía, que se callara la boca. Simplemente, fueron dos opiniones profesionales, técnicas, fundadas, como si un médico se negara a decirle a su paciente que tiene cáncer.

Pero muchos candidatos no sólo evitan hablar, tampoco quieren escuchar. Ya ocurrió una vez con Ricardo López Murphy, cuando vaticinó pronósticos certeros que enojaron a Fernando de la Rúa al extremo de que lo borrara como seguro ministro del área. Y volvió a ocurrir después, cuando se escabulló para no tomar medidas de recortes, prefiriendo a Domingo Cavallo como ministro, que le decía que la situación no era tan grave. Todo el mundo sabe dónde terminaron a los seis meses.

Para estos consultores rebeldes, parte de esa historia se repite. Para no escuchar algunos, por no saber escuchar otros.

Mientras en el Gobierno, Cristina festeja porque no sube el paralelo, baja en parte la inflación, repite que el país no se endeuda y supone que no es grave la caída de las exportaciones ni el acentuado déficit fiscal, que tanto detestaba su marido. Le basta con un Kicillof que pinta billetes como si fuera Ciccone, le dice vamos a ganar y no hay ninguna bomba retardada en los próximos meses. Ya que nada es más grato, como consignaba la propaganda de De la Rúa, que dar y recibir buenas noticias. Aunque no duren.

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