Por Fernando González |
La interna del kirchnerismo es la novela de intrigas más
apasionante de este año de elecciones. En un país normal, Daniel Scioli sería
el candidato natural de cualquier oficialismo. Es gobernador de la provincia
más importante; las encuestas indican que recoge votos en los simpatizantes del
Gobierno y en algunos fans particulares; y es quien más cosecha adhesiones
partidarias en esa máquina de acumular poder que es el peronismo.
Pero el
siempre imperturbable hombre de Villa La Nata ahora está muy preocupado. Cree
que Cristina Kirchner tiene el propósito de impedir su candidatura. Y presiente
que, a medida que se acercan las elecciones, sus chances de zafar de la trampa
de la Presidenta se van achicando dramáticamente.
Hace bien Scioli en preocuparse. Cristina y sus únicos
referentes de consulta (su hijo, Máximo Kirchner, y el secretario Legal y
Técnico, Carlos Zaninni), han decidido explorar hasta el final de las
inscripciones electorales (a fines de junio) todas las fórmulas posibles para
evitar que "Daniel" sea el beneficiario excluyente de la postulación
oficialista. Las alternativas incluyen reflotar la idea de la candidatura de
CFK a diputada o estrenar a Máximo como candidato a legislador o a vicepresidente.
Pero la hipótesis que estremece al sciolismo es que la
Presidenta termine eligiendo a Florencio Randazzo y eche mano a alguna argucia
legal para dejar a Scioli fuera del Frente para la Victoria. Es el cepo que le
hicieron en el distrito porteño a la candidatura fallida del sciolista Gustavo
Marangoni.
Un ministro bonaerense utiliza una metáfora de mal gusto
para ofrecer una idea del escenario al que más teme Scioli. "Son capaces
de incluir en la carta orgánica del Justicialismo un artículo que prohíba a los
candidatos que hayan perdido un brazo...", dicen. Esa es la magnitud de la
pesadilla que afecta a Scioli y a su gente. Los sciolistas recuerdan que, hasta
el discurso de Cristina en el Congreso los muchachos de La Cámpora los llamaban
para hablar del futuro. Pero, desde aquel domingo, las cosas cambiaron y
ninguno les atiende el teléfono.
Claro que no todo el kirchnerismo quiere jugar al borde del
abismo. Son varios los ministros y secretarios de Estado que consideran a
Scioli el único candidato oficialista con posibilidades de llegar a la segunda
vuelta. "Si no vamos a la elección con la fórmula SUR salimos terceros y
nos quedamos afuera del ballottage", se asustan los estrategas del
racionalismo. La sigla SUR, tan cara al desflecado modelo K, refiere a las iniciales
de Scioli, Urribarri (Sergio) y Randazzo. Imaginan una fórmula presidencial con
el bonaerense adelante y el entrerriano como vice, y al movedizo ministro de
Transporte como candidato a gobernador. Todos bendecidos por Cristina y a jugar
el resto.
El problema para los racionales kirchneristas es que, desde
que Cristina toma las decisiones, la dirección del viento siempre ha soplado
hacia el lado de la sorpresa y el microcosmos de la lealtad ciega. Las
candidaturas de Amado Boudou como vicepresidente o la más reciente de Mariano
Recalde a jefe de gobierno porteño llevan mucho más el sello del capricho
personal que el de la fortaleza del espacio político. Esos son los antecedentes
que transformaron el proverbial optimismo de Scioli en este escepticismo
rabioso de hombre desconfiado.
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