La Presidenta no
descarta aún alguna candidatura. Duhalde impulsa la separación
del Frente para
la Victoria del PJ.
Por Roberto García |
Fouche, un maleante de la política que primero fue sangriento jacobino
y, luego, sirvió como ministro de Policía de Napoleón, le decía a su emperador:
“Me basta una simple carta de amor de un sospechoso para que yo luego lo pueda
acusar y condenar por un asesinato”. Si Fouche era capaz de llevar al cadalso a
un ciudadano con una composición escolar, es de imaginar lo que este
jefe de Inteligencia francés hubiera logrado con las 900 horas de escuchas
telefónicas de que disponía Alberto Nisman (y
aquí sólo se habla de las legales) sobre ciertos personajes cercanos a la Casa
Rosada con inclinación venezolana e iraní.
Seguramente, con ese material
abundante, lo último que hubiera hecho el fiscal es haberse suicidado. Por
lo menos, así lo debe interpretar su ex esposa, la jueza Arroyo Salgado, quien
–aportando material de peritos sobre el hecho trágico– sostiene que
lo mataron, que no hubo accidente ni inmolación, justo un día
antes de confirmar la denuncia en el Congreso involucrando a la Presidenta en
un “plan criminal” para encubrir el atentado a la AMIA.
No sólo cuestiona Arroyo Salgado la variante del suicidio que hundiría
la investigación, también impide que caiga la
denuncia de su ex marido sobre la responsabilidad oficial en el
encubrimiento del atentado, propósito manifiesto y controversial del juez
Gabriel Rafecas, que al Gobierno, como alivio, le duró menos que un caramelo
media hora. No alcanzó siquiera la parafernalia propagandística de promover a
Rafecas como un nuevo Kelsen –por un escrito desprolijo y apresurado que
algunos dudan hasta de su autoría– cuando en verdad quedó reputado, en la
Justicia, en un escalón inferior a su colega Oyarbide.
Apresados. La suma de estos episodios, entre otros, a más de un mes del
deceso, demuestran que el affaire Nisman sigue vigente, domina la
escena política y los titulares, semeja un bulldog que no suelta la presa. Detenida
en el tiempo, a Cristina no hay discurso o inauguración que puedan separarla de
esa naturaleza animal que la agobia. Como si él acompañase el cortejo de ella,
y no al revés.
Aunque ensaya protagonismos varios, de convertir a Nisman en un alterado
enemigo ausente o sostener que
en rigor eran dos (el que la imputaba en un documento y la
reconocía en otro, como si todo hubiese ocurrido en un mismo día), cuando bien
podrían haber sido tres, porque también había un borrador –que alguien intentó
ocultar– en el que no proponía indagarla, sino directamente detenerla. Tal
vez logre que se dilate el porvenir judicial de la denuncia, no en cambio la
pesquisa sobre la muerte dudosa. Y esa trama la descoloca, le modifica
propósitos.
Si alguna vez soñó con retirarse por cuatro años a “su lugar en el
mundo” (El Calafate), cerca del nieto, leyendo las penurias gubernamentales de
otros, quizás ahora cambie en su reflexión por conveniencia familiar y
política: lo que Ella denomina el Partido Judicial parece que la acecha no sólo
con el tema Nisman, la invade con sospechas sobre ciertos negocios (Hotesur) y afecta
inclusive a su propio hijo. De ahí que considere la eventualidad de
presentarse a un cargo, en la provincia de Buenos Aires, lugar donde
supone que guarda una nutrida cantidad de votos. Por lo menos, hoy. Y donde
además la candidatura presidencial importa menos, ya que no hay segunda vuelta
y a los intendentes sólo les interesa renovar en la primera. De ahí que puede
ser la estrella de una boleta, aun en un cargo secundario, para intentar
triunfar con un solo voto de diferencia y sin comprometerse demasiado con el
aspirante del Frente para la Victoria para la presidencia, sea el poco deseado
Daniel Scioli o Florencio Randazzo. Desde una banca bonaerense,
entonces, puede proteger su gestión y tener sosiego judicial, mantener el
relato y su propia armada, instalarse como refugio.
Para otros, esa posibilidad es la búsqueda de un “aguantadero”. Lo debe
pensar Eduardo
Duhalde, salido de las cenizas –fracasó en su intento por pasar a
Cariglino de Massa a Macri, insiste en pedirles prudencia a los jueces sobre
las causas presidenciales–, quien promueve la separación, en una convención
partidaria, del Frente para la Victoria del Partido Justicialista. Tiene
experiencia en esas lides (lo sufrió Carlos Menem, se benefició Néstor
Kirchner), pero nadie garantiza que pueda repetir los réditos pasados. Sin el
poder de antaño, hoy aparece acompañado por numerosos dirigentes peronistas.
Creen que ellos pueden recuperar espacios que les privó la mandataria(gobernadores,
intendentes), desembarazarse del declinante contagio del gobierno nacional y
hasta recuperar a un candidato hoy en crisis: Scioli.
Tal vez en esa aspiración haya que encontrar la descomedida actitud de
Carlos Reutemann, hoy de la
mano con Mauricio Macri, quien le acaba de imputar a Duhalde
sus operaciones a favor de Scioli llamándolo “hijo de puta”. Excesiva respuesta
para alguien que, al corredor santafesino, sólo le había aconsejado jubilarse.
© Perfil.com
0 comments :
Publicar un comentario