domingo, 15 de marzo de 2015

Espectros de Macri

El jefe de Gobierno porteño precisará contar con el apoyo de muchos peronistas 
de alma para lograr sus objetivos políticos.

Por James Neilson
Si la Argentina fuera aquel mítico “país normal” que casi todos dicen querer, Mauricio Macri triunfaría con facilidad en las elecciones presidenciales que, según el cronograma institucional, se celebrarán el 25 de octubre. Ganaría porque, a diferencia de Daniel Scioli y Sergio Massa, sus rivales mejor ubicados, representa una alternativa nítida al populismo peronista que, a su juicio y el de muchos otros, es responsable de la mayor parte de las calamidades nacionales.

Pero la Argentina aún se encuentra lejos de “la normalidad” tal y como la entienden quienes viven en democracias consolidadas. Para aprovechar la convicción de tantos de que al país le convendría dejar atrás el peronismo, Macri precisará contar con el apoyo de muchos que siguen considerándose peronistas de alma. Está trabajando en ello. Exageraba al afirmarse partidario “ciento por ciento” de “las banderas del justicialismo”, pero puesto que, por tratarse de un movimiento que a través de los años ha colonizado todos los espacios ideológicos concebibles, a esta altura nadie sabe muy bien cuáles son, su voluntad de reivindicarlas sólo motivó extrañeza. Con todo, el que Carlos Reutemann, acaso el peronista más prestigioso, se haya sumado a las huestes macristas, puede tomarse por evidencia de que su candidatura está cobrando cada vez más fuerza. Lo que necesita el jefe del gobierno porteño es que se instale en el imaginario popular la convicción de que su hora está por llegar. En tal caso, lo único que tendría que hacer es rezar para que no cometa errores insólitamente graves.

Según algunas encuestas, Macri ya ha comenzado a distanciarse de Scioli y Massa; otras lo ubican en un lejano tercer lugar. Como suele suceder a inicios de una campaña electoral, los competidores están corriendo en medio de una densa niebla de la cual no saldrán hasta acercarse la parte final del maratón. Sea como fuere, no cabe duda de que los dos peronistas se sienten preocupados por la cercanía de un hombre que, lo mismo que muchos progresistas, habían tomado por un mero aficionado que no entendía nada de política. Quisieran que volviera a ser el gran cuco de los biempensantes, el “derechista neoliberal” que privatizaría todo para entregar un país virtuoso al salvajismo capitalista, pero parecería que Macri ha logrado borrar el estigma que ha afeado su imagen desde que optó por probar suerte en política.

Lo ayudó mucho, muchísimo, Elisa Carrió. Puede que hayan sido escasos los aportes concretos de la diputada a la coalición que está construyendo Macri, pero le dio algo mucho más valioso al perdonarle sus pecados ideológicos. En la Argentina, ser calificado de “derechista”, epíteto este que se emplea para asustar a la buena gente, se asemeja a una sentencia de muerte cívica. Aunque la clase política nacional está entre las más conservadoras, en el sentido recto de la palabra, del mundo entero, aquí casi todos se proclaman progresistas, cuando no izquierdistas. La ausencia de un gran partido declaradamente conservador, como los del mundo anglosajón y, con ciertas variantes, Europa occidental, Chile y otros países latinoamericanos, ha contribuido mucho a la decadencia nacional. ¿Logrará PRO llenar el hueco que se produjo luego de la irrupción del populismo militarizado del general Juan Domingo Perón, o terminará como tantas otras agrupaciones del mismo tipo? La respuesta a este interrogante podría depender de lo que suceda en los meses próximos.

De todos modos, tanto Scioli como Massa están procurando reavivar los ya tradicionales prejuicios en contra de “la derecha” al advertir a la ciudadanía acerca de lo terriblemente peligroso que sería permitirse engañar por su representante más reciente. A Massa no le gusta para nada que muchos radicales se resistan a acompañarlo por encontrar más atractiva la oferta de PRO; teme que peronistas influyentes también se dejen seducir por el canto de sirena macrista, lo que frustraría su intento de armar una alianza nacional. Huelga decir que no lo ayuda la percepción difundida de que sus propias acciones están en baja, de que, poco a poco, está perdiendo el terreno que conquistó luego de romper con el kirchnerismo.

Scioli, que ha hecho de la ambigüedad un método político llamativamente exitoso, comparte con Massa el temor a que siga creciendo la figura de Macri. Los estrategas del bonaerense creen que Cristina ha decidido que sería de su interés que triunfara el porteño en las elecciones presidenciales y que por tal motivo está impulsando la precandidatura del ministro del Interior y Transporte Florencio Randazzo, un personaje que nunca deja pasar una oportunidad para manifestar su desprecio por el desempeño de su comprovinciano. Siempre y cuando Randazzo no mida en las encuestas, mantendrá el apoyo de Cristina, pero si se transformara en un presidenciable auténtico lo perdería, ya que como buen peronista, de alzarse con el premio máximo de la política nacional no vacilaría en traicionarla.

Por motivos personales que son de dominio público, Cristina no quiere permitir que otro peronista la desplace como jefa absoluta del populismo nacional. De triunfar Scioli o Massa, su propio futuro sería con toda seguridad triste. En cambio, con Macri en la Casa Rosada podría asumir el papel de líder máximo de la oposición. Desde el vamos, atacaría a su sucesor con furia por el ajuste brutal que se vería constreñido a implementar y atribuiría una eventual ofensiva en contra de la corrupción que ha sido tan característica de su propia gestión a la maldad antipopular de un neoliberal, vinculado con el imperialismo foráneo, resuelto a depauperar todavía más a los ya pobres por motivos inconfesables. Mientras tanto, continuará procurando provocar más grietas en el movimiento peronista por entender que corre el riesgo de ser la próxima víctima del canibalismo que le es congénito.

Macri ha sido beneficiado por los esfuerzos desesperados de Cristina y sus soldados por someter a sus designios el Poder Judicial. Al hacer temer que la Argentina estuviera por recaer en el autoritarismo truculento de otros tiempos, la muerte, en circunstancias que tal vez nunca sean debidamente aclaradas, del fiscal Alberto Nisman y la reacción del oficialismo ante lo que había sucedido, sirvieron para que sectores muy amplios de la ciudadanía se solidarizaran con “el Partido Judicial” que, a pesar de sus muchas deficiencias, es la única institución que está en condiciones de brindarle cierta protección contra los atropellos gubernamentales. Con razón o sin ella, muchos suponen que Macri estaría más dispuesto que sus rivales peronistas a respetar los límites previstos por la Constitución. Se trata de una ventaja que podría resultar ser decisiva en un país en que demasiados dirigentes políticos, entre ellos Cristina, se han acostumbrado a hablar y actuar como si se creyeran por encima de la ley.

Aunque, gracias a Lilita y radicales como Ernesto Sanz, Macri ya no es considerado una especie de extremista de la ultraderecha al servicio de los poderes económicos concentrados de la retórica progre, el que no forme parte de la gran familia populista podría motivar dudas en cuanto a su capacidad para garantizar “la gobernabilidad”. En vísperas de elecciones, los voceros peronistas suelen asegurarnos que, sin ellos en el poder, el país no tardaría en caer en el caos, como en efecto ha ocurrido con cierta frecuencia. Es su manera de advertir que, si bien ellos no saben gobernar, son expertos consumados en el arte de impedir que otros lo hagan. He aquí un motivo por el que Macri quiere contar con algunas “patas peronistas”, aunque entenderá que, si hay demasiados, el ciempiés resultante elegiría su propio rumbo para que todo quedara más o menos igual.

Puesto que, a más de treinta años de la restauración democrática, la Argentina aún no ha logrado crear partidos políticos genuinos, ya que los que en teoría son los mayores están tan fragmentados que a menos parecería que lo que tiene el país es una multitud de agrupaciones unipersonales, Macri está plenamente ocupado improvisando una coalición, tarea que no le está resultando nada sencilla ya que se ve obligado a negociar con un sinnúmero de socios en potencia de ideas y expectativas diferentes. También le es necesario mantener intacto su propio partido.

En otras latitudes, las internas son rutinarias y por lo común no plantean amenaza alguna a la unidad de los partidos en los que se celebran, pero por ser aquí tan frecuentes los cismas irremediables, la competencia entre Gabriela Michetti y Horacio Rodríguez Larreta por la candidatura oficialista a la jefatura del gobierno porteño le está ocasionando algunos dolores de cabeza al brindar la impresión de que carece de autoridad. Mal que le pese, Macri tendrá que mostrar que, si bien es un líder “fuerte”, nunca soñaría con ordenar a sus acompañantes obedecerle sin chistar. Para que el sistema democrático funcione como corresponde, todos los dirigentes políticos tendrían que habituarse a combinar el respeto por las opiniones y las aspiraciones ajenas con la autoridad personal necesaria para gobernar, en el caso de que el electorado les diera la oportunidad, pero, como todos los días Cristina se encarga de recordarnos, muchos se resisten a abandonar las modalidades caudillistas que aprendieron cuando la democracia era sólo un ideal difícilmente alcanzable.

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