miércoles, 18 de marzo de 2015

El poder y el pensamiento

Por Claudio Fantini

“Si trabajaras para el rey no tendrías que comer lentejas”, le dijo Aristipo a Diógenes, quien sin levantar los ojos de su humilde plato respondió: “si comieras lentejas no tendrías que trabajar para el rey”.

Con este diálogo entre el fundador de la escuela cirenaica y el gran filósofo cínico, inicio un capítulo en mi libro “La Gravedad del Silencio”.

La razón de uno u otro depende de cuál es el servicio que el pensador presta al gobernante. Aristóteles aportaba ideas además de transmitir valores y conocimiento al rey de Macedonia, mientras que Aristipo buscaba favores y poder adulando a los gobernantes.

En el kirchnerismo hay quienes actúan como el filósofo de Estagira con Alejandro Magno; pero el gobierno valora más a sus muchos Aristipos, o sea los que obtienen favores a cambio de aportar letra al discurso oficialista, justificar con coartadas ideológicas todo lo que el liderazgo hace sin consultarlos, y crear anatemas para descalificar a opositores y críticos.

Por cierto, también en la vereda opuesta hay intelectuales que buscan el favor de poderosos, sosteniendo con vehemencia lo que éstos quieren escuchar, y que mantienen presencia en los medios opositores sintonizándose con la línea editorial del periodismo opositor.

En ambos casos se produce una traición a la versión política de lo que, en el terreno de las ciencias, describe el concepto alemán “wertfreiheit”: la necesaria neutralidad axiológica; ergo, la imprescindible libertad que debe tener la argumentación lógica respecto a los valores éticos.

Los liderazgos de matriz autoritaria necesitan quienes inventen una legitimidad histórica y una coartada moral. Quienes se prestan acríticamente a ese rol, son los intelectuales orgánicos. Rosa Montero los describe como presuntuosos “mandarines que asumen el papel tripudo del gran Buda”, un rol que se paga “en creatividad y enjundia”.

Precisamente por eso es que asumen una pose de superioridad moral, desde la que juzgan y condenan a quienes eligen no apartarse del pensamiento crítico.

Desde un progresismo de matriz liberal, la escritora española denuncia el moralismo de los intelectuales que posan de puros, porque desde esa supuesta pureza “nacen los linchadores, los inquisidores, los fanáticos”.

Iván Turgueniev llamaba “hombres superfluos” a quienes se fanatizan por posiciones ideológicas de matriz cultural autoritaria, y llamaba “nuevos hombres progresistas” a quienes, con más nihilismo que veleidades épicas, propician una evolución hacia la igualdad, sin resignar libertades públicas e individuales.

La idea de progresismo de aquel escritor ruso del siglo XIX está emparentada al “socialismo liberal” de Aleksandr Herzen, pensador también ruso y decimonónico que propició la rebelión campesina contra la servidumbre y el zarismo, pero sin perder de vista la importancia y el valor de las libertades y derechos de la sociedad abierta.

Esos aspectos esenciales de un genuino progresismo fueron dejados de lado por la legión de intelectuales que abrazó totalitarismos en el siglo XX; algunos el nazismo, como Heidegger, y otros muchos el estalinismo, el maoísmo etc. A ellos se refirió Raymond Aron en “El Opio de los Intelectuales”, explicando que apoyar a la URSS después de 1945 era “un acto de ceguera moral” más entendible por el “deseo de construirse a sí mismos como personajes, que por una visión de la historia”.

Desde un progresismo genuino, que no tenga mirada selectiva sobre los derechos humanos ni devalúe la idea de libertad, no pueden más que doler la “Oda a Stalin” que mancha la obra de Neruda, y el sufriente poema con que Rafael Alberti lloró la muerte del brutal genocida caucásico.

En una dimensión sin exterminios ni campos de concentración, Argentina vive su debate sobre el intelectual y la política. En la vereda kirchnerista hay intelectuales orgánicos, además de oportunistas que, como los primeros, actúan de sicarios del pensamiento y se justifican a sí mismos con coartadas morales y poses puristas.

Pero también hay quienes defienden con lucidez y honestidad intelectual a los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner. Son los que no atacan con anatemas y descalificaciones a los críticos, ni reducen la realidad a dos polos totalizadores: izquierda y derecha.

De todos modos, también ellos tienen como deuda ciertos silencios inaceptables. Sin traicionar la wertfreiheit, se puede defender la política económica y hasta sostener que la corrupción kirchnerista es, en alguna medida, invención de poderosos intereses enfrentados al gobierno. Pero no hay manera de justificar el silencio, por ejemplo, ante el uso de la ex SIDE y del aparato de inteligencia militar para presionar a la Justicia y hacer espionaje interno.

Tampoco es justificable la utilización del Estado y las arcas públicas en la construcción de un culto personalista sintonizado con la egolatría de la presidenta.

En ambos casos asoman vicios señalados por Raymond Aron en “El Opio de los Intelectuales”: la idolatría y la pasión por la utopía.

Lo segundo es aún más grave. La historia está colmada de ejemplos que prueban que la utopía se parece al “Pájaro de bello encanto” del cuento tradicional nicaragüense que habla de un ave bellísima que, cuando alguien logra alcanzarla, se convierte en excremento.

© La Vanguardia

0 comments :

Publicar un comentario