Las encuestas, aún
cuestionadas, constituyen la herramienta central de la política actual. De ahí
la necesidad de profesionalizar y aumentar el rigor en el análisis de sus
resultados.
Por Ignacio Fidanza |
Hablar de encuestas es hoy hablar de política. En períodos
electorales, los que ya no tienen tiempo, los que perdieron el control de sus
agendas, suelen reducir sus conversaciones apresuradas, a una pregunta: “¿Qué
tenés? ¿Cuáles son tus últimos números?”. Así, en el paso previo al cierre de
listas, el peso de los números termina aplastando trayectorias y convicciones,
bajo el inapelable: “No mide”.
Una dictadura de la aritmética que muy pocos líderes se
animan a desafiar, por más que sea un lugar común, pavonearse de lo contrario.
En la intimidad de los “war room” de los candidatos, las encuestas mandan. Y por
eso, no hay golpe más duro, más difícil de remontar para un candidato, que la
difusión de sondeos desfavorables.
El problema, obvio, previsible, es que ante semejante poder,
la política optó por hacer lo que hace con los problemas: Politizarlos. Es decir,
frente a una encuesta que le da mal, el candidato se apresura a difundir algún
trabajo que o ubica mejor. Entonces, el adversario reacciona de la misma manera
y luego el tercero en discordia y así hasta el infinito, donde finalmente se
logra un efecto no buscado: Ninguna es confiable.
La política rompió el termómetro, como hizo el Gobierno con
el Indec. Y lejos de ganar, perdieron –perdimos- todos. Hoy la mención a
encuestas, es recibida al menos con suspicacia.
Se impuso así la necesidad de sumergirse en esa jungla, para
ir descifrando con que candidato trabaja que encuestadora, como un mínimo
resguardo para tamizar la información recibida. Pero es un mundo volátil, los
clientes van y vienen y por supuesto, hay gente que no importa quien lo contrate
hace su trabajo con rigurosidad y otra que no.
Se da así la paradoja que apreciaciones más o menos
subjetivas y volátiles, se utilizan para merituar el valor de trabajos
estadísticos.
Como no es un problema nuevo ni –mal que nos pese- exclusivo
de la Argentina, La Política Online decidió hacer algo que siempre es
saludable: Mirar en el afuera, buscar experiencias que hayan lidiado con éxito
con esta complejidad neurálgica de los procesos políticos contemporáneos.
Se destaca en ese sentido la experiencia del matemático Nate
Silver, creador del blog fivethirtyeight –el número de votos del Colegio
Electoral de Estados Unidos que elige a los presidentes-. Silver, como el genio
estadístico de la película Moneyball que anticipaba la trayectoria de las
estrellas del baseball, acumula un demoledor record de aciertos en sus
predicciones electorales.
El modelo, como bien explica Juan Pablo Djeredjian en su
columna, se basa en la creación de una amplísima base de datos con todas las
encuestas conocidas, que luego se pasan por el tamiz de diferentes fórmulas que
evalúan su confiabilidad relativa. No es un promedio. Esa es la clave.
LPO decidió
sumarse a la corriente del “Periodismo de datos” desde este enfoque, que es
como meterse en la cocina de la real politik, para tratar de analizar la
calidad de las cacerolas y sartenes que se utilizan.
Djeredjian, el líder del Observatorio de Encuestas, es
además de periodista, un entusiasta programador y un fanático de las
estadísticas. De formación matemática, propuso abandonar el día a día de las
noticias para sumergirse en un proyecto de largo aliento que es el que hoy
ponemos online.
Fue casi un año de trabajo a la sombra, que con mucho
orgullo, pero también mucha humildad, esperemos contribuya en algo a auscultar
el estado de situación del proceso electoral, desde un lugar absolutamente
imparcial.
Todos los sondeos utilizados están a la vista, las
ponderaciones de los mismos también y en todo caso, por más que muchas veces
los políticos confundan una cosa con otra, es bueno recordar que las encuestas
son apenas una muestra que intenta reflejar las tendencias que imperan en la
sociedad.
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