Raúl Alfonsín impulsó la democracia republicana fundada en el Estado de Derecho pero muchos no le perdonaron esa panacea. |
Por Luis Alberto
Romero
¿Cuál será el lugar de Raúl Alfonsín en la historia
argentina? Los balances nunca son definitivos. Quien se entusiasmó con la
Revolución Francesa en 1789 seguramente tuvo miradas diferentes durante el
período jacobino, o cuando Napoleón se coronó emperador en 1804, o cuando se
restauró la monarquía en 1815. Aún hoy los franceses discuten sobre su
revolución.
Así ocurre con Raúl Alfonsín, que entusiasmó en 1983, fue
cuestionado en 1989, duramente atacado en 1994, parcialmente rehabilitado en
2002 y recuperado al fallecer, en 2009. Hoy su figura está en alza, pero el
balance final es una incógnita. No depende de lo que él hizo, sino de lo que
hagamos quienes vivimos hoy, y del futuro que construyamos.
Fue 1983 su momento culminante. Alfonsín fue el protagonista
de una verdadera invención: la democracia republicana fundada en el Estado de
Derecho. Toda nuestra historia democrática anterior correspondía a otra idea
democrática, poco republicana, basada en la unanimidad del pueblo y de la
Nación y expresada en un líder. Con Alfonsín, muchos creímos que se estaba
dando vuelta una página.
La nueva democracia se apoyaba principalmente en una
ilusión, que fue su fuerza y su debilidad. Sin ese impulso cívico, nada habría
sido posible. Pero transformada en una panacea, colocó en situación difícil a
un gobierno al que se le reclamó lo prometido y mucho más. Alfonsín reconoció
luego esos límites: "Hay muchísimas cosas que no supimos, no quisimos o no
pudimos hacer". Pero muchos no le perdonaron esa desilusión.
La gestión de gobierno hizo evidentes los problemas que la
ilusión había disimulado, como la deuda externa o el bloqueo por parte de los
actores corporativos, como las Fuerzas Armadas, las primeras en desnudar los
límites del gobierno civil. Hubo errores tácticos, como el enfrentamiento
temprano con la CGT, y otros de diagnóstico, como la postergación de la reforma
del Estado.
Todo esto es cierto. A la vez, no debe ser decisivo en el
balance de un gobierno que honró su compromiso electoral fundamental:
restablecer el Estado de Derecho y enjuiciar, con la ley en la mano, a los
responsables del terrorismo de Estado. El Juicio a las Juntas fue el jalón
fundamental de una larga historia que todavía no ha terminado de resolverse. A
la distancia, creo que hubo sabiduría política y responsabilidad en su
propuesta de acotar los juicios a los responsables principales y concluirlos de
manera rápida y categórica. Ésa había sido la intención de la ley de obediencia
debida, pero el proceso de su sanción la convirtió en un triunfo de los
militares, que exacerbó al sector radicalizado de los derechos humanos. En la
memoria colectiva, el juicio de 1985 ocupa injustamente un lugar menor al lado
de las leyes de 1987. Desde ese año, la desilusión fue tan fuerte como la
ilusión inicial.
En 1989 se sumó la hiperinflación, y el balance que la
sociedad hizo al fin de su gobierno no fue bueno. No sólo por lo hecho, sino
porque el marco, el ideal de lo que debía ser la política y el gobierno estaba
cambiando, y siguió cambiando cada vez más profundamente en las décadas
siguientes. Con Carlos Menem reapareció una forma muy tradicional de entender
la política, y la democracia institucional comenzó a parecerse a la antigua
democracia de líder. Hoy muchos piensan que ésta es la mejor manera de gobernar.
Ciertamente no es el camino que Alfonsín abrió en 1983.
Otro cambio erosionó ese proyecto. La política de derechos
humanos, fundada en el Estado de Derecho y la condena de todas las formas de la
violencia, fue desplazada gradualmente por otra que por pasos sucesivos
reivindicó a los grupos armados y transformó el ideal de justicia en desquite o
venganza. Así se abandonó el camino de la ley y resurgió la cultura política
facciosa. Tampoco fue éste el camino elegido por Alfonsín en 1983.
Un momento importante de este giro fue la reforma
constitucional de 1994, que autorizó la reelección presidencial, y previamente
el Pacto de Olivos, que Alfonsín acordó con Menem. Éste es uno de los puntos
más discutidos de su trayectoria, y es necesario examinarlo en su contexto.
Cuando un político toma una decisión, afronta incógnitas y no conoce las
consecuencias. Quienes lo juzgan tienen la ventaja de conocer el final, aunque
conviene recordar que todo final también es provisorio. No sé si Alfonsín
acertó o se equivocó con el Pacto de Olivos, pero entiendo su explicación:
creía que la República estaba en riesgo, que existía la posibilidad de un golpe
de Estado presidencial. ¿Era esto posible en 1994? Alfonsín creyó que sí. Hoy
en general se cree que no. Pero ¿quién puede saberlo?
Se ha discutido también el método que eligió cuando decidió
defender la República. Convencido de su idea, no la discutió con su partido. Es
razonable que muchos se molestaran, pero en verdad la discusión abierta y
pública no suele ser el contexto adecuado para este tipo de acuerdos. Así
ocurrió con los pactos de reconstrucción, al fin del la Segunda Guerra Mundial
o del franquismo, cuando un conjunto reducido de dirigentes se hizo responsable
de un acuerdo que todavía la sociedad no había convalidado.
En Olivos, Alfonsín canjeó la habilitación de la reelección
por una serie de reformas que mejorarían la institucionalidad, como el Consejo
de la Magistratura o la autonomía de la ciudad de Buenos Aires. Salvo en el
caso de Menem, la reforma constitucional sólo amplió el lapso presidencial de
seis a ocho años, con una ratificación en el medio. Nada muy dramático, excepto
para quienes esperaban desembarazarse rápidamente de Menem. Si las otras
reformas se hubieran instrumentado, el canje habría resultado a la postre
aceptable. Pero en la Argentina se profundizaba el retorno a una cultura
política unanimista y facciosa. Las reformas no alcanzaron para detener la
deriva autoritaria e incluso la facilitaron.
Esto no se debe a fallas intrínsecas de la reforma
constitucional, sino a que -como hemos aprendido recientemente- la mejor ley no
basta si los intérpretes no están convencidos, si no hay juego limpio. La
deriva autoritaria del gobierno no se profundizó por obra de la Constitución
reformada. Mucho más importante fue la pulverización de los partidos políticos
en 2001 y, luego, el boom económico de 2003, que le permitió al nuevo gobierno
disponer de una generosa caja para financiar la concentración del poder en el
presidente.
En el fondo, tanto en la evolución política argentina como
en la valoración de Alfonsín hay una cuestión ideológica y cultural. Muchos
argentinos creen que la institucionalidad republicana limita la voluntad
popular, que es adecuadamente expresada por un presidente con mayoría de votos.
Otros muchos argentinos son indiferentes a la cuestión de la institucionalidad
republicana. No miden la acción del gobierno con la vara de la ley, y el hecho
de que el poder está concentrado o repartido y equilibrado es un tema menor
para ellos. Esto fue lo que mostró la votación de 2011, más allá de su
excepcionalidad. Y es aquí donde hoy se advierte un cambio. Los Kirchner han
ejercido una paradójica pedagogía republicana, pues a fuerza de violentarlos o
ignorarlos instalaron en la agenda de cualquier futuro gobierno el
restablecimiento de los controles del poder y del diálogo plural.
En este contexto, la figura de Raúl Alfonsín empieza hoy a
cobrar otra dimensión. La recuperación republicana lleva a mirar la experiencia
de 1983 para retomar aquel camino y salir de esta senda de concentración del
poder en la que se ha metido la democracia argentina desde 1989. Nadie cree que
esto sea suficiente, pero sí necesario: sólo con instituciones sólidas se puede
reconstruir el país.
Si esto sucede, la figura de Alfonsín comenzará a ser
valorada de otro modo y, en un futuro balance, su gobierno quizá sea
considerado como algo más que una tregua, un descanso en la vieja y conocida
Argentina autoritaria. Somos nosotros los que podemos retomar la senda que él
abrió en 1983 y colocarlo nuevamente en el lugar de hito fundador de la
democracia republicana. Ubicarlo allí es una tarea difícil. Pero es nuestra
tarea.
0 comments :
Publicar un comentario