Por Walter Curia
Nisman no puede responder a la pregunta que formuló la
Presidenta.
Pero la Presidenta sí tuvo la ocasión ayer para responder a la
cuestión de fondo que rodea el caso AMIA.
En el formato retórico que empleó
ella misma en el Congreso: ¿con qué Presidenta debemos quedarnos? ¿Con la que
reclamaba a Irán ante los foros internacionales por su falta de colaboración en
la investigación por el atentado a la mutual judía o con aquella que impulsó un
inexplicable acuerdo para crear una comisión de la verdad que revisara lo
actuado por la justicia argentina y dispuso notificar de ese mismo acuerdo a
Interpol?
A la Presidenta no le alcanzó con el fallo reivindicatorio
del juez Rafecas, que rechazó in limine la imputación por el delito de
encubrimiento de los presuntos autores del atentado contra la AMIA. La
expeditiva resolución de Rafecas que por
otra parte ha tenido como antecedente el pronunciamiento de una buena cantidad
de connotados juristas ¿debería estar acompañada además por un pedido de disculpas? Así como
no puede responder a la pregunta de la Presidenta, Nisman tampoco tiene
posibilidades de decidir si disculparse o no por su investigación. Veremos qué
actitud presenta el fiscal Pollicita.
La resolución de Rafecas podría haber influido en el ánimo
de la Presidenta de manera de que diera por cerrada la cuestión del memorándum
en su mensaje ante la Asamblea Legislativa. Pollicita trabaja en la apelación
de la decisión del juez, pero será finalmente la Cámara Federal la que
determine el curso de los acontecimientos. La investigación sobre la muerte de
Nisman además sigue abierta y las opiniones sobre los motivos de su muerte
están cada vez más divididas. Habría bastado un gesto de magnanimidad presidencial
tras la profusa publicación del fallo de Rafecas en formato de suplemento
especial de los diarios amigos para demostrar inocencia.
La Presidenta sin embargo consideró que la tragedia con la
que concluyó la tarea de Nisman, cualquiera haya sido la causa de su muerte,
debería ser un caso aleccionador. Es el talante con el que cerró ayer sus casi
cuatro horas de discurso y que decidió imprimirle al final de su mandato.
Cristina Kirchner olvidó ayer un pasaje de una de sus
recientes comunicaciones en Facebook y admitió que Nisman fue designado
"por nosotros", como el mismo Rafecas y una buena parte de los jueces
federales que hoy investigan supuestos delitos que comprometen a funcionarios
del Gobierno.
Otro de los que debería pensar en la frialdad que ha
mostrado el kirchnerismo para patear un cadáver es el juez Bonadio. Podría
preguntarse la Presidenta con qué Bonadio se queda, si con aquel que desestimó
la denuncia sobre los Kirchner en 2010 por enriquecimiento la compra de u$s 2
millones o con el que investiga irregularidades en la conformación de la
sociedad que comparte la Presidenta con el empresario Lázaro Báez.
No es temerario decir que el gobierno de Cristina Kirchner
terminó ayer. La conclusión le cabría a cualquier presidente que diera su último
mensaje ante el Congreso, con doce años a cuestas y cuando faltan apenas seis
meses para las elecciones primarias. La Presidenta pareció hasta obstinada en
que así sea.
Con la salvedad de un nuevo anuncio de nacionalización en la
administración ferroviaria, un articulador del discurso de campaña de su
candidato, Florencio Randazzo, la Presidenta se concentró en repasar su gestión
y en exigirles garantías de continuidad a quienes la sucedan. Los arqueólogos
de los medios habrán advertido que recogió una definición editorial del diario
La Prensa, de cuño sciolista, para hablar de la incomodidad de los que vendrán.
Como ha quedado ayer expuesto, la única agenda será la
batalla con la justicia. Ricardo Lorenzetti sabe de esto desde que Carlos
Zannini advirtió años atrás: "Mi decepción con esta Corte es que nosotros
la pusimos para otra cosa".
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