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Por Gabriela Pousa |
Nunca la desesperación fue aliada de la coherencia, tampoco lo es hoy. Si
algo falta en el escenario político es cierta lógica que permita hilvanar los
hechos que a diario conmocionan al pueblo.
Nada cierra, siempre hay algo
discordante que no permite sacar conclusiones certeras ni obtener
respuestas.
Lo razonable no es vivir de escándalo en escándalo, sin embargo así
sucede en la Argentina, a tal punto que asuntos nimios se
convierten en materia de debate estéril, perdiendo un tiempo que no se tiene. Es
como si nos creyésemos inmortales, y quizás algo de eso hay. ¿Acaso no se
llegó a hablar de Cristina eterna? La dirigencia es un emergente de la
sociedad, un reflejo de sus virtudes y defectos, guste o no reconocerlo.
Todo puede esperar. Así hemos llegado a concebir únicamente sueños de
país para los que han de venir. Nadie se detiene a preguntar: ¿en qué
Argentina estamos viviendo o en cuál queremos vivir? Por el contrario, la
pregunta mancomunada apunta a dilucidar ¿qué país le dejaremos a nuestros hijos
y nietos? Es como si nosotros ya no existiéramos. Pero estamos acá. La
subestimación de las autoridades políticas derivó en la propia subestimación,
un horror…
No lo concibieron así nuestros abuelos. Forjaron un país para sacarle
ellos un sano provecho, para vivir bien. Estaban convencidos que el esfuerzo
y el trabajo eran las herramientas básicas para lograrlo, y no las
soltaron. Hoy, las cosas han cambiado. Se esfuerzan y trabajan los de
abajo, y aun así no tienen garantía alguna de poder alcanzar una mejor calidad
de vida en el corto o mediano plazo. La clase media es el jamón del
medio, imposibilitada de avanzar, negada a retroceder. Sin eufemismos,
consciente o no, está paralizada desde hace años. Mira cuanto pasa sin
cuestionarse un ápice. El tiempo, único recurso no renovable, se
malgasta de manera inexplicable. Hay que dejar para mañana lo que puede
hacerse hoy. Hasta el orden del refrán lo acomodamos a conveniencia de
lo que se nos ha inculcado en estos últimos años. Es el ejemplo que nos viene
desde arriba. La cultura del “parche” se ha institucionalizado.
Parches en lo material, parches en lo espiritual. Como nunca antes se
ven autos con para-golpes sujetos con alambres, vidrios reemplazados por bolsas
plásticas, celulares con pantallas partidas arreglados con vendas y
curitas… Al unísono, afloran por doquier las ferias americanas donde
comprar ropa usada. Nada malo claro, pero cuando son tantas las que se abren
semana a semana, el fenómeno se explica con algo más que una simple moda de
temporada. Y no faltan las carencias afectivas emparchadas también con
adicciones y fantasmas.
Las cosas no se solucionan en tiempo y forma. No hay diálogo.
Monologamos creyendo ser remitentes que tienen frente de sí
destinatarios. Si pensamos en la justicia, la situación se agrava
porque “el tiempo que pasa es la verdad que huye”. ¡Y cuán cansados de huidas
estamos!
En doce años no ha habido un cambio real, si se entiende por cambio el paso
de un régimen de ambiciones personales e intereses sectoriales, a uno donde se
implementen políticas de Estado con miras al bienestar de la gente.
Aunque lo parezca, no hay hechos aislados, un hilo conductor
muestra de qué manera, todo lo que acontece hoy, es consecuencia directa,
resultado intrínseco de una década de maquillaje y relato. La
concepción bélica que el kirchnerismo le diera a la política derivó en esto que
está sucediendo: el vivir en la cultura de lo efímero y lo improvisado.
Lástima que lo que creemos provisorio termina eternizándose. Basta recordar las
leyes de emergencia económica, o el impuesto al cheque. Eran meramente
coyunturales. Eran…Sin embargo, están aquí conviviendo a nuestro lado.
La jefe de Estado no se cansa se declamar que nunca se estuvo
mejor en Argentina. ¿Para qué entonces emergencias en una panacea? Y
no es la cadena del desánimo, ni el Partido Judicial, ni la oposición, ni los
cipayos quienes refutan sus palabras. Es la realidad que ya no admite ser
disimulada.
Entre tanto, de parche en parche, nos encontramos con muertes
enigmáticas, sospechas que no dejan a nadie afuera, escepticismo extremo,
poderes del Estado confundidos entre ellos, descalificaciones, y todo
convertido en una contienda, en un River-Boca disputando un súper clásico. La
paz es apenas un deseo sin materializar de los ciudadanos.
La sociedad está partida, quebrada. Se está de un lado o se está del
otro. No se admiten matices, es negro o es blanco. De ese modo se
vive al límite, y aquí está quizás la única coincidencia que existe entre ambos
bandos.
El gobierno ha llegado a ese límite un sinfín de veces, pero nunca como
ahora había traspasado los derechos más básicos del ser humano. La muerte es
sagrada, lo que no es lo mismo a decir que los muertos son santos. No es un
nuevo paradigma, podemos remontarnos a tiempos de Sófocles, y leer en la
tragedia de “Antígona”, el respeto que debe darse a los muertos sin que importe
su pasado o qué han hecho. Sobra literatura al respecto.
Saint Exupery decía que “de los muertos debe hacerse muertos, de
nada sirve tratar de reinventarlos“. Y es justamente su
ausencia la que merece consideración, silencio. La Presidente y sus
funcionarios optaron por desconocer esto. A Alberto Nisman lo han
convertido en un asunto político. Toda su humanidad ha sido despojada por la
irreverencia y la inmoralidad. No consideran siquiera que hay una
madre y dos hijas detrás. Eso no cuenta. La batalla política todo lo justifica. Los
limites ya no existen. Y tampoco existen del otro lado. Es decir, la
gente no está dispuesta a respetar normas básicas de convivencia y eso no
augura bienaventuranzas, por el contrario. Durante doce años el ejemplo, la
referencia fue siniestra. Se mamó lo que se vio, más aún si algún
“veranito” económico permitió respirar un poco, y dejamos que se nos maneje
como robots.
Si Cristina que llegó a Presidente, grita, insulta y descalifica, ¿por
qué no hacerlo yo? De moral y ética ya no se habla ni en la escuela. El modelo
“exitoso” se sustenta en el maltrato, en la mentira, en lo falso, en las hordas
de jóvenes acarreados hasta el patio de las Palmeras de Balcarce 50 para que
amenacen con cánticos a quienes no comparten ideas.
El ejemplo predica, y ha predicado lo obsceno y lo grotesco sin descaro.
La Argentina de los Kirchner enarboló una consigna perversa: ¡Arriba la masa!
¡El individuo abajo! Nadie considera que pueda por si solo, hacer algo que coopere a
modificar esta ignominia. Necesitan convocatorias, multitudinarias
movilizaciones. No es que esté mal que así sea, pero la unión fáctica puede
darse cada tanto, y al país debe modificárselo en lo cotidiano, minuto
a minuto, sin descanso. Desde un quirófano, desde un aula, desde un
negocio, desde un micrófono, desde tribunales, desde cada punto cardinal hay
que lograr superar el mal ejemplo que se instauró casi como política de Estado. Si
acaso Cristina molesta con su tono elevado y su mentira sistemática, evitemos
que esto suceda en el ámbito donde interactuamos.
Lo que sigue es harto conocido. La campaña, esa que nada le
aporta a Doña Rosa ciudadana. Los discursos políticamente correctos, las fotos
con los dientes más blancos… No, no vamos a sorprendernos, vamos a volver a
perder tiempo. Todos nos ofrecen lo contrario a aquello que nos causó
hartazgo. Es cierto que presentar plataformas electorales no sirve demasiado
porque sumidos en la cultura de lo banal, no hay ganas para estudiar las bases,
y lo que hay detrás. Para quejarnos luego, siempre estamos dispuestos.
La pregunta entonces es: ¿Cómo se votará? ¿Alcanza con que no griten y
prometan discursos más cortos sin abuso de la cadena nacional? No, sin duda no.
La sociedad votará otra vez al menos malo; algunos convencidos de haber
encontrado la alternativa que antes no se veía, otros tratando de no perder la
esperanza porque es la única posesión que tenemos aún no gravada con
impuestos. Mientras estamos en esa disyuntiva, – descartando aquello que se sabe no
es distinto al kirchnerismo aunque se venda como lo “renovado”-, desde
Balcarce 50 seguirán tratando de imponer la agenda y escribir la portada de los
diarios.
No es extraño que hayamos amanecido debatiendo qué hacía Marcelo Tinelli
reunido con Máximo… O si Nisman viajó o no a Cancún en compañía, o si
frecuentaba una o más chicas. Todavía no se sabe a ciencia cierta cómo
murió. Quizás sí se lo sepa por deducción, pero nadie comprende la demora en
conocer con rigor cómo fueron los hechos. Es más, pocos confían algún día en
saberlo.
Estamos observando como el kirchnerismo implosiona por su propia
incapacidad para resolver aquello que él mismo ha provocado. No hubo
palos en la rueda, la oposición le sirvió el gobierno en bandeja. Ambos
parecían estar emulando a la fábula de la liebre y la tortuga. Pero cuidado: a
veces el más rápido puede tropezar con algún obstáculo.
La soledad en la Casa Rosada acosa tanto como la agonía del relato. Al
ver el fracaso por remontar un guión agotado, vuelven al pasado. El futuro es
un término que les está vedado. Entonces, sacan de la galera el tema Papel
Prensa. Un modo de echar leña al fuego que hay entre jueces, fiscales y
gobierno. Nada que coopere a solucionar los problemas de la gente. Venganza, no
hay otra palabra.
Pero no dará resultado. Véase que ni el mote de maricón, ni el de
mujeriego, ni el de borracho sirvieron para que la imagen de Alberto Nisman
generase rechazo en la ciudadanía. Por el contrario, cuánto más
esfuerzo hace el gobierno por imponer la idea del suicidio, aumenta el
porcentaje de aquellos que apuestan a un asesinato. Lo mismo sucederá con
Héctor Magnetto, Bartolomé Mitre y Ernestina Herrero de Noble. A tal punto se
nos subestima que creen que una citación judicial a ellos, nos hará olvidar que
van por todo, hasta por los muertos.
No le demos el gusto, por una vez al menos…
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