Cómo duhaldistas y
radicales llegan a sus reuniones. Las jugadas del Gobierno
y el plan de ahorro
político de Máximo.
Por Roberto García |
Doble falsedad de los dinosaurios: no son lo que significan
(se trata de reptiles de diverso tipo, no de lagartos terribles), mucho menos
pesan como hace dos mil millones de años. En la balanza, las frágiles osamentas
de los museos resultan incomparables con la masa de sus cuerpos de origen. Sin
embargo, en la política, en formaciones tradicionales como el peronismo o el
radicalismo –casi en extinción, también– los dinosaurios sobrevivientes constituyen
un símbolo atendible, significan y pesan, como en las reuniones que ambos
partidos organizan hoy para acomodarse a los nuevos tiempos.
Un sábado
diferente, o un sábado más. Sabrá Dios, si es que sabe. Una cita, sindicato del
vidrio en Avellaneda, para despegar al peronismo del cristinismo imberbe –diría
el General– que se empoderó del partido y otra, en Gualeguaychú, para
determinar la conveniencia radical de aspirar a subirse al balcón del poder,
aunque sea en segunda fila, o mirar tal vez los próximos cuatro años desde
abajo. No parece que los dinosaurios se impongan en ninguno de los dos eventos.
Por un lado, torturado quizá porque “yo los puse” (para él,
una desgracia el matrimonio Kirchner), Eduardo Duhalde y otros especímenes
promueven recuperar el peronismo originario, evitar el despojo que ejercen los
okupas kirchneristas. Casi sin dedicación a la poesía, igual recitan a Ovidio:
“Se acercan a los pechos de la loba y se alimentan/ con la leche que no estaba
determinada para ellos”. Asumen que el peronismo es la loba romana succionada
por los infantes, quienes nunca habrán de protegerlos, menos respetarlos,
inducidos por la otra loba del Frente para la Victoria, que los estimula con el
“vamos por todo”. Y en cualquier lugar. Donde no gobierna el peronismo y donde
gobierna el peronismo. Tanta avidez juvenil, sin embargo, sepultó a los jóvenes
en Mendoza, pero a la agrupación oficialista le importa más participar que
ganar. Solos, sin compañía, menos de peronistas. En Capital Federal, en otra muestra
de facción, purgaron al candidato de Daniel Scioli (Gustavo Marangoni) como si
fuera un odioso disidente y, manu militari, le impidieron ir a la interna, y ni
lo compensaron con una migaja en la lista. Además, como si el peronismo fuera
un virus, hasta despacharon de la cercanía presidencial a Juan Carlos Mazzón,
sin gracias siquiera por los servicios prestados en estos años de enjuagues y
triunfos. Igual que a Stiuso, como si hubieran hecho tareas innobles por su
propia cuenta y no –como es público– por pedido de sus patrones en los últimos
doce años.
Tanto gobernadores e intendentes como caudillos peronistas
rumian su desconsuelo, babean rabia, pero les cuesta independizarse en el
encuentro de hoy: no quieren perder favores, subsidios, obras, ni dejar de
integrarse a los planes de campaña que anuncia la dadivosa Presidenta.
Fantasean con una Liga de Gobernadores o elaborar sus propias listas, quedarse
con el PJ –siempre y cuando los autorice la difícil María Servini de Cubría–,
alejarse de la muchachada insolente. Aunque no cuentan con un protagonista que
los unifique y presida: Scioli, un referente posible, ya dijo que se va a la
casa antes de romper con Cristina. Aun si Ella lo aparta. Debe creer que “la
doctora juega” –no sólo para preservar a la familia de entuertos judiciales,
sino para mantener una democrática dinastía–, que se presenta como primera
diputada bonaerense, al igual que su finado esposo, con cartel francés en la
boleta y que, de ese modo, se ganará en Buenos Aires sin necesidad de porcentajes
aplastantes (no hay segunda vuelta en la provincia). Bajo el lema: “Votamos,
ganamos; si contamos, arrasamos”. Y supone que esa eventual victoria no sólo le
garantizará un territorio clave a la dama, también completará en el país un
paquete de 20 senadores y unos 70 diputados, suficientes para hacerle la vida
imposible a él o a cualquier otro al que le toque la sucesión. Complejo
entonces oponerse a quien, como Michelle Bachelet, sueña volver en cuatro años
y convertir a su hijo Máximo –como lo dijo en un discurso reciente– de san
Cayetano (por darles trabajo en el Estado a sus creyentes) en san Pantaleón,
que no sólo sana a enfermos sino que convierte a los adictos de la droga en
militantes políticos. Bueno, también es una ocupación.
Otros dinosaurios, en el radicalismo, hoy a su vez debatirán
si se acoplan al PRO con la simple excusa de “ganar”, señuelo poco ideológico
que hace más de un año acunó Enrique Nosiglia para diseñar la fórmula
Macri-Sanz (incluyendo en la quimera a Elisa Carrió). Como la prioridad es
echar al kirchnerismo, ni discuten lo que los trastornaba en tiempos de Raúl
Alfonsín, cuando echó por liberales del partido a Ricardo López Murphy y Adolfo
Sturzenegger (justamente ahora deberá marchar del brazo con su hijo Federico,
también economista). Dispone este grupo de un fuerte sostén empresario y
mediático, con respaldo en un cuadrado basal (Capital, Córdoba, Santa Fe,
Mendoza). Se opone Sanz a su colega mendocino Julio Cobos, a Gerardo Morales y,
por supuesto, a cualquier entente con Sergio Massa (quien los primereó en
distritos como Tucumán, Jujuy y buena parte de Buenos Aires. Por asociarse con
Macri y la presunta conveniencia de “ganar”, hasta se olvidaron de la “patria
ladrillera” porteña y de ciertas denuncias sobre el apogeo del juego en el
distrito capitalino. Sanz, Carrió; también Gabriela Michetti, la amiga de
ambos. Es que para “ganar” o ser partenaire del show, la memoria no es buena
consejera, es una práctica para ciertos dinosaurios menos propensos al rédito
electoral y, por lo tanto, seguros perdedores.
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