Qué quieren decir
los actuales estudios de opinión pública. Candidatos y símbolos.
Por Beatriz Sarlo |
Según la encuesta electoral de la consultora González y Valladares, publicada
el domingo pasado en este diario, si las elecciones fueran hoy,
Scioli le ganaría a Macri por tres puntos y a Massa por seis. Hace un
año, Massa estaba
arriba de todo el mundo y casi duplicaba a Macri. Scioli, en ese mismo momento,
quedaba en el medio. En realidad, los números importan menos que los
desplazamientos.
Al parecer, “la gente” sigue bastante poco la actividad de los
políticos y, por supuesto, conoce mucho menos a los que no tienen gestión
ejecutiva ni presupuesto para pintar y empapelar todas las paredes.Sanz
(que alcanzaría 4 puntos en las PASO) y Margarita Stolbizer (que tocaría los 8)
son borrosos para la mayoría tripartita que elige a Scioli, Macri o Massa.
Carrió (con menos de 3 puntos), tan conocida como los integrantes de las
grandes ligas televisivas a lo Tinelli y Mirta, es una excepción que hay que evaluar
por su alta performance en los medios, su dramatismo del Yo, su emocionalidad y
su lenguaje colorido pero culto.
Es obvio que el Ejecutivo es más conocido que el Legislativo; que los
partidos están bajo sospecha; y, sobre todo, que sus actividades resultan poco
atractivas para quienes no siguen el día a día de la política. La
“gente” mantiene una distancia desinteresada o precavida respecto del discurso
político. Los Sanz y otros tácticos de la alianza
con Macri declararon que eso era lo que les pedía “la gente”.
Sin embargo, la encuesta de González y Valladares ilustra que el 47% de tales
hipotéticos peticionantes considera esa confluencia como “un rejunte”.
Sobre este tema, la opinión encuestada se manifiesta dividida en partes casi
iguales.
Esa “gente” de las encuestas y de los políticos se mueve por muchos
motivos. En un plano simbólico la unión siempre parece una consigna buena,
bella y justa. ¿Quién sería tan desalmado para oponerse a la unión de los
argentinos que quieren mejorar las cosas? Pero están los que, movidos por la
desconfianza, piensan que toda unión tiene una parte maldita porque encubre el
secreto de sus pactos. La idea de la división asusta. Pero si la unión
se concreta, evoca el contubernio. A favor o en contra, para
argumentar hay que poner en juego lógicas complejas y enrevesadas. Los
encuestados desconfían, en primer lugar, porque los sujetos de la política son
políticos (un círculo tautológico del que sólo podría salirse con la energía de
una ampliación democrática sustancial). Cuanto menos un político
parezca un político, más cerca estaría de la “gente”.
Según la última encuesta de Mariel Fornoni realizada del 14 al 21 de
marzo, Scioli tiene
dos tareas que lo conducen por dos vías diferentes, aunque puedan correr en
paralelo: conservar a quienes aprueban al Gobierno y no perder ese 7% que lo
aprueba a él pero está enojado con Cristina. Macri no tiene los
mismos problemas, porque probablemente una parte de esos a quienes les cae muy
mal se resigne a votarlo porque peor les cae el justicialismo.
La opción de perder. Salvo que Cristina Kirchner decida que a ella le
conviene que las elecciones las gane la oposición y, a tal fin, provoque un
desbarajuste en los meses que faltan, Scioli (o Randazzo) están parados sobre
un piso muy alto, más del 30% que valora positivamente la gestión del Gobierno,
según la misma encuesta de Fornoni. Ese piso tiene una estabilidad social
fuerte porque se forma con capas de temporalidades muy diferentes: los votantes
históricos del justicialismo desde 1983 hasta hoy; los nuevos votantes jóvenes
del kirchnerismo; los votantes más pobres, fidelizados por políticas sociales
de la última etapa, por la imagen de la Presidenta y por las organizaciones
distritales del PJ y de la nueva militancia camporista. Ese piso, construido a
lo largo de varias décadas y hasta hoy, ha sido la clave electoral del
justicialismo en sucesivas elecciones. Con ese piso se puede perder o
ganar, pero es más fácil ganar que perder, salvo cuando una cuña del mismo
palo, tipo Massa, en 2013 le saca al
justicialismo bonaerense 12 puntos de ventaja. Pero ahora Massa está
declinando, como si no hubiera lugar para candidatos tan parecidos.
Piso y techo. No sabemos dónde está la piedra basal de los votantes de Macri (excepto
los que tiene en la Ciudad de Buenos Aires). Tampoco sabemos a qué altura
estará su techo, ni cuánto le agregarán aquellos radicales que lo voten en
primera vuelta (porque seguramente habrá votantes radicales de centroizquierda
que se desplacen hacia Stolbizer), ni cuánto le suman Del Sel y la segunda línea
del casting deportivo (aclaración: después de más de veinte años en política,
no se incluye al mudo y cauteloso Reutemann en ese rubro).
No sabemos, finalmente, cuánto pesará el vale todo de las alianzas
hechas para ganar elecciones distritales, una nueva forma del federalismo,
probablemente la más prescindente de programa y de ideología. Pero no importa
eso de la ideología. Gabriela Michetti, una
política de “la gente”, nos instruye que la ideología sólo sirve para
cuadricular la cabeza, afirmación tan risueña como la que sostendría que el
deporte sólo sirve para mortificar el cuerpo con lesiones.
En vez de recusar lo que se considera un alineamiento improductivo, sería
pedagógico que los candidatos discutieran sobre Estado y mercado (uso
de la tierra urbana, por ejemplo). En ese punto se diferencia lo que, a falta
de otro nombre más nuevo, en casi todas partes se llama izquierda y derecha.
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