lunes, 2 de marzo de 2015

Diatriba y crepúsculo

Por Jorge Fernández Díaz

Cristina sigue siendo el sol del sistema político argentino: para bien o para mal, todos los otros planetas continúan girando a su alrededor. 

Pero este sol entró ayer en su inexorable crepúsculo y confirmó que se pondrá definitivamente en diciembre próximo.

Cada vez que en su largo monólogo le tocó hablar del futuro, lo hizo en primera persona ("el país que les dejo"), con advertencias a quienes pueden dar marcha atrás con sus "logros" (deben ser vigilados) y siempre con la tácita idea de que no dominará el próximo ciclo. Tiene razón.

El cristinismo como administrador de la cosa pública termina a fin de año, puesto que ningún heredero con chances electorales gobernará con su estilo ni su ideología.

Ni siquiera Florencio Randazzo, un peronista tradicional que se ha caracterizado por desembarazarse cruel y sistemáticamente de sus padrinos políticos (Menem, Ruckauf, Duhalde, Solá) y cuyo modelo no dista demasiado del formato que encarnan Daniel Scioli o Sergio Massa. Mucho menos Mauricio Macri, que se muestra claramente en las antípodas.

Quien venga deberá pagar las cuentas de la bacanal kirchnerista. El gran "mérito" de Cristina es haber diferido el pago de su propia fiesta para no tomar "medidas impopulares": cualquiera de los candidatos que están en carrera deberá oblar como un caballero esa abultada hipoteca. Eso, en síntesis, quiere decir buscar crédito en el exterior, corregir el déficit fiscal y el atraso cambiario, levantar el cepo, salir del default y presentar un difícil programa para bajar paulatinamente la inflación y salir de la recesión heredada.

La Presidenta se ahorrará todo ese costo político y desde la vereda de enfrente levantará, como a ella tanto le gusta, el dedo acusador contra los "conservadores", mientras ellos tratan de arreglar la empresa insustentable que les tiró por la cabeza.

Cuando Cristina Kirchner da vuelta el axioma clásico y dice que no es la economía, estúpidos, sino la política, no hace más que negar las reglas fundamentales de una administración sana. La política es muy importante. Pero tarde o temprano la economía toca a la puerta y exige un remedio. La patrona de Balcarce 50 no puede suministrarlo porque como todo líder populista quiere retirarse intocada, para regresar triunfante.

El "golpe blando", ausente

Lo saliente, sin embargo, es que se esperaba de la Presidenta una serie de iniciativas incendiarias. Y que más allá de ciertos pasajes hostiles no redobló la apuesta ni se chavizó durante su último discurso frente a la Asamblea Legislativa. Incluso durante algunos momentos hizo esfuerzos por mostrarse hasta razonable y democrática, respetuosa de la oposición y de las normas: fue por un instante la legisladora que ha sido y que, tal vez, vuelva a ser en breve.

Eligió imaginariamente, para su despedida, a Bachelet y no a Maduro. Tal vez porque se tomó antes de la sesión varias grageas, no de Rivotril sino del ansiolítico Rafecas. Es verdad que agredió a los jueces y fiscales, y al supuesto "Partido Judicial" (que no es Justicia Legítima), pero al menos no blandió en el Congreso el disparatado concepto del "golpe blando".

El termostato descendió bruscamente varios grados en los últimos días. Y cuando baja, propios y extraños respiran, aliviados. Habrá que ver, obviamente, qué correlato tiene esta súbita "democratización de Cristina" en el día a día de su retirada.

Su soliloquio fue autocelebratorio e ignoró la estanflación, la inseguridad, la corrupción y el avance del narcotráfico. Hizo gala, como contrapartida, de éxitos innegables de la gestión kirchnerista, sobre todo si se los compara con el fondo del pozo de los argentinos: el año 2002. Pero los mezcló siempre con la contabilidad creativa (una marca de fábrica) y con la interpretación fantasiosa o directamente apócrifa de hechos, cifras y datos.

Practicó con los reconocimientos internacionales (por ejemplo, el Banco Mundial) el mismo truco que utiliza con los jueces: si opinan a favor son resaltables; si lo hacen en contra son corporativos o golpistas.

Perdió la línea sólo en dos ocasiones: cuando defendió el Memorándum de Entendimiento con los iraníes y descalificó a Nisman, y cuando insultó a los que critican sus acuerdos con China. Le duele mucho que esas dos decisiones estratégicas hayan sido tan cuestionadas.

En el primer caso, no hubo sorpresas: siguió ametrallando al muerto y reivindicando su propia historia de reclamos por la AMIA, soslayando que no está en juego y nadie ha cuestionado este loable raid sino el sospechoso giro de 180 grados que realizó el Gobierno con el régimen antisemita de Irán.

En el segundo caso, defendió enfáticamente la posibilidad de que la Argentina haga negocios con los chinos: nadie objeta que esto ocurra; lo que se le recrimina es que se les hayan realizado insólitas concesiones.

Al finalizar, abordó el Cristinamóvil y saludó a sus incondicionales. La contramarcha organizada por el kirchnerismo fue nutrida, pero ni por asomo estuvo cerca del multitudinario 18-F. Utilizaron todo el aparato estatal (nacional, provincial y municipal) para movilizar y resultó mayoritariamente una concentración de militantes. Bajo los paraguas, en cambio, había miles de espontáneos, y aquella protesta tuvo multitudinarias réplicas en muchas ciudades.

Si un extranjero viera las dos postales, llegaría fácilmente a la conclusión de que ayer marchaban los soldados del poder, y que bajo el diluvio tropical caminaron su dolor los ciudadanos inermes, la fiel infantería de la democracia.

© La Nación

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