Luego de echar a
Mazzón, quiere copar con ultras la Junta Electoral del FpV,
para bloquear
listas alternativas.
Por Ignacio Fidanza |
Cristina Kirchner tiene un plan simple y se está ajustando a
su desarrollo. La idea de la Presidenta es que el peronismo pierda las
elecciones presidenciales y ella quede como líder de la oposición a un gobierno
de centroderecha encabezado por Mauricio Macri.
Esta estrategia escaló de manera clara con el despido del
asesor presidencial Juan Carlos Mazzón, el último representante claro de los
intereses de los gobernadores peronistas en la Casa Rosada.
No fue casual que el encargado de despedir a Mazzón haya
sido el secretario Legal y Técnico, Carlos Zannini. Estos dos hombres venían
librando hace años una dura guerra fría por la orientación ideológica y sobre
todo por el esquema de alianzas de poder, que debía consolidar el Gobierno
nacional.
Zannini es hoy ya de manera indiscutida, el principal
estratega del rumbo electoral del oficialismo. Su origen maoísta y su mal
disimulado desprecio por todo lo que provenga del peronismo tradicional, no
contribuye en nada a relajar las tensiones con gobernadores e intendentes del
PJ.
Basta una frase que se está convirtiendo en un lugar común
entre los gobernadores, para entender lo que está pasando: “Cristina no es
Lula, es Menem”, repiten los gobernadores.
La analogía es sencilla de comprender. Antes de dejar el poder
Lula se puso al hombro la campaña de desconocida Dilma Rouseff y logró
convertirla en Presidenta. Y lo mismo hizo en el tramo crítico de la campaña de
Dilma por la reelección, cuando estuvo muy cerca de caer ante Aécio Neves.
Menem por el contrario boicoteó la candidatura de Eduardo
Duhalde y apostó todo a un triunfo del radical Fernando de la Rúa, con la idea
que hoy repite Cristina: Es mejor ser líder de la oposición que permitir que
surja un nuevo liderazgo en el peronismo, que barra con sus restos de poder.
Junta Electoral y desdoblamiento
La nueva vuelta de tuerca que trabajan en la Casa Rosada
para consagrar este plan tiene dos piezas centrales, sujetas como todo en la
política, a tensiones y posibles negociaciones con un peronismo que no termina
de animarse a golpear la mesa, aún ya ingresado varios metros en el cementerio.
Cristina y Zannini están decididos -en un próximo congreso
del PJ que deberá avalar la conformación de alianzas del Frente para la
Victoria- a imponer una Junta Electoral integrada exclusivamente por los más
ultras. Este congreso nada tiene que ver con el que intenta Duhalde y que
probablemente no avance más allá de lo mediático y alguna escaramuza judicial.
Con el control de la Junta Electoral, Cristina se garantiza
que cualquier intento de Daniel Scioli por presentar listas en todas las
categorías naufrague en esa instancia. Esto mientras en el poder todavía se
discute si se lo habilita para competir en el tramo presidencial.
El objetivo de Cristina y Zannini es poblar las listas de
diputados y senadores nacionales con integrantes de La Cámpora e
incondicionales; y en todo caso limitar la primaria a un enfrentamiento entre
Daniel Scioli y Florencio Randazzo, llevando ambos una boleta unificada de
legisladores, escrita por la Presidenta.
Incluso, no está descartado que la propia Cristina encabece
la lista de diputados nacionales de la provincia de Buenos Aires. Ella necesita
fueros tanto o más que los camporistas a quienes piensa guarnecer en el
Congreso de la tormenta que se les viene cuando dejen el poder.
Un anticipo del futuro cercano se vio en el cierre de Santa
Fe. Cristina se desentendió de la pelea por la gobernación, donde quedaron
boyando Omar Perotti y el devidista Alejandro Ramos, sin fondos ni
acompañamiento; y se concentró en ubicar camporistas en las listas de
legisladores provinciales. Ese esquema se quiere trasladar a nivel nacional.
Por eso, Cristina no perdonó la insubordinación del PJ de
Mendoza que excluyó a La Cámpora de las boletas. De ahí la furia con Mazzón y
el gobernador Paco Pérez. La Presidenta no puede permitir que el ejemplo se
extienda en el peronismo, porque pone en crisis toda su estrategia de salida.
Otro ejemplo de este estado de situación, tiene muy
preocupados a los gobernadores. En el 2011 la Cámara Nacional Electoral autorizó
al radical entrerriano Atilio de Benedetti a competir por la gobernación,
pegando su boleta a distintos candidatos presidenciales. Ese antecedente sigue
vigente.
El Ministerio del Interior redactó un proyecto anulando esa
posibilidad, que incluso pasó el filtro de Carlos Zannini. Cuando llegó al
escritorio de Cristina, la Presidenta lo despachó de mala manera: “No voy a
cambiar las reglas de juego a esta altura”, afirmó.
La decisión fue leída como un golpe brutal a los
gobernadores peronistas, pero sobre todo a Scioli. Los gobernadores ahora
enfrentan el riesgo no sólo de lidiar con el fin de ciclo del kirchnerismo,
sino también con la posibilidad del doble arrastre de Sergio Massa y Mauricio
Macri en la boleta de sus rivales.
La consecuencia lógica es que si ese fallo finalmente no es
anulado, los gobernadores que no lo han hecho aún, empezarán a desdoblar las
elecciones de sus provincias. Esto golpea a Scioli que se queda sin el arrastre
del aparato peronista, acaso una de sus cartas más fuertes.
Scioli, está muy al tanto de estas cavilaciones y finalmente
parece haber empezado a reaccionar: El feroz contraataque contra Randazzo y
sobre todo, las reuniones con intendentes del Conurbano y con los principales
líderes sindicales, hablan del incipiente armado de una red política para
resistir el plan de Cristina de jugar a perder.
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