El maoísmo de Sanz,
nuevo discípulo de Laclau. Las concesiones radicales
y el negocio macrista.
Por Beatriz Sarlo |
En 1916, se cumplirán cien años de la elección de Hipólito Yrigoyen (*),
como consecuencia de la ley Sáenz Peña de voto universal, secreto y
obligatorio, por la que los radicales habían luchado desde el siglo XIX. Para
celebrar ese centenario glorioso, la Unión Cívica
Radical se arregló con Mauricio Macri, quien afirmó hace poco que
reivindica “el cien por cien de las banderas del justicialismo”. Pero ¿a alguien
le importa el pasado?
Conocidos miembros de la Coordinadora radical que eran la joven guardia
republicana de Raúl Alfonsín, hoy mayores de 60 años, hartos de esperar quién
sabe qué, son voceros de Sanz. Según la frase conformista que se escucha cada vez
más: “Es lo que hay”. A muchos jóvenes de la Juventud Radical esto que
hay no les gusta nada.
Es cierto que el partido venía barranca abajo con alianzas
desafortunadas que no le trajeron votos. Pero la cuestión no son las derrotas,
que les suceden a todos los partidos. La cuestión es que fueron elecciones en
las que se entró a la desesperada, llevando a Lavagna y a Francisco de
Narváez como candidatos a la presidencia y a la gobernación de
Buenos Aires. Lo que es peor, de esas mezclas destinadas al fracaso no
se sacó aprendizaje alguno.
Regalito. La convención de Gualeguaychú decidió que la UCR
ofreciera su extensión territorial a la candidatura de Macri.
También va a construirle el decorado de una interna atractiva, porque Sanz es
un candidato perdedor pero tiene perfil para ser eficiente actor de reparto y
discurso para que la campaña de las PASO sea más entretenida que si se la
confía sólo a la monocorde oratoria de Mauricio. Para el PRO es un
negocio.
Este menjunje tiene dos objetivos. El primero: ganarle como sea al
justicialismo o al kirchnerismo, porque la contradicción principal de la
política argentina sería “populismo o república”. En esto los radicales
piensan como maoístas. Caracterizan la coyuntura política por un único
conflicto que convierte en enfrentamientos menores todas las demás diferencias.
Ese único conflicto organiza el campo de amigos y enemigos: republicanos versus
populistas.
Así, Sanz se ha convertido en discípulo de Ernesto Laclau,
quien también caracteriza la política como un campo regido por un
enfrentamiento único: populismo versus resto del mundo. Para Laclau, el
populismo es capaz de articular todas las demandas que, de otro modo, quedarían
como valencias sueltas. Sanz, en vez de atribuir esta capacidad al populismo,
se la atribuye al republicanismo (un espacio mágico donde todas las demandas
encontrarían su genio articulador).
Lo esencial en este maoísmo renovado por Laclau es que se piensa la
política a partir de una sola línea divisoria imaginaria. Mao la llamó la
contradicción principal que, como su nombre lo indica, vuelve secundarias todas
las otras cuestiones. Por lo tanto, hay que aliarse con quien sea para vencer
al que previamente se ha elegido como enemigo.
El segundo motivo no está vinculado a esta elementalísima teoría de lo
político, sino a las ambiciones personales. No se puede actuar en política sin
ambición. Pero es letal que sólo la ambición rija la estrategia que, de este
modo, se degrada en tacticismo. Sanz, como táctico de esta movida última de su
partido, recorrió el país habilitando, en provincias y municipios, las
alianzas con el PRO. Ofreció un
partido que se construye “desde abajo”, frase de
ecodemocratista, cuyos resultados pueden ser mediocres cuando abajo no existen
los sujetos políticos capaces de pensar una línea nacional independiente de sus
intereses zonales y de su caudillismo.
Parecidos. La convención, que es un órgano federal, convalidó las PASO ampliadas
(la diferencia de votos a favor no fue, de todos modos, abrumadora). Morales llevó
a término su campaña paralela como sostén de una alianza con
Massa en Jujuy y acompañando la de Tucumán, pero fracasó en el intento
de que el aspirante de Tigre fuera aceptado en el nuevo Club Republicano. Cualquier
observador no demasiado distraído sabía que Sanz ya había pactado con Macri y
que, hasta hoy, el límite de Macri es Massa, aunque ambos sean parecidos. ¿O
acaso el estilo Macri no es un fruto maduro de lo que puede denominarse el
populismo de mercado, el populismo que merece el nuevo nombre de gentismo?
No hay mucho más en todo esto: se trata del juego de las candidaturas y
de las ambiciones, se trata del “derecho a ganar”, como una vez le escuché
decir a Sanz, agregando este nuevo derecho al código de la filosofía política.
Hay cuestiones de detalle: las elecciones internas de los partidos o de los
frentes deberían sostenerse en acuerdos que no fueran simplemente la
derrota de otro partido al que se defina como “enemigo principal”.
Es completamente irrelevante que se diga que los puntos comunes son la
educación, la seguridad, la inflación. ¿Qué político diría que esos temas no le
interesan? ¿Qué político diría que lo que piensa la gente lo tiene sin cuidado?
En cambio, Estado y mercado son las palabras clave. Como
se está viendo en Europa, las ideas, a falta de otro nombre que no se ha
encontrado todavía, ocupan un arco que va de la izquierda a la derecha y donde
las funciones del Estado son la discusión principal. Hay varias formas de ser
republicano (incluso formas opuestas en términos sustanciales).
De todos modos, no hay que preocuparse mucho por los acuerdos
programáticos. Los del PRO
ya están diciendo que el que gana gobierna y los otros sugieren. Rogelio
Frigerio nieto, presidente del Banco Ciudad y autor de la frase, podría
habilitar allí una Oficina de Sugerencias Políticas y Económicas.
© Perfil
(*) Aclaración de Agensur.info: Seguramente por un error involuntario,
en el escrito original publicado por Beatriz Sarlo figura “1916”, como el centenario en que fue elegida la fórmula Hipólito Yrigoyen-Pelagio Luna. En realidad, los 100 años se
cumplirán recién en 2016. Por respeto a la autora, se ha conservado el texto original con esta debida aclaración.
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