La campaña PRO y su
líder, jaqueados por dos mujeres clave. Llamado que increpó, con dolor.
Por Roberto García |
Cuando ya Mauricio
Macri se imaginaba alejado de cualquier disputa con mujeres
de su cercanía, con un currículum extenso en materia de uniones y separaciones,
disfrutando de un idilio maduro con quien lo ha encuadrado familiarmente (y no
sólo por la llegada de una niña), se le abre de pronto un horizonte femenino
incierto con dos damas que dicen reconocerlo y acompañarlo en su candidatura: Elisa Carrió y Gabriela Michetti.
Una
bigamia política imposible en apariencia y en la cual, quizá por primera vez,
él jura que no ha cometido ninguna traición. Con una dama acecha un conflicto
el día menos pensado; con la otra, en cambio, se atraviesa una crisis de
proporciones y consecuencias insospechadas. A un mes de la colisión electoral
en la interna del PRO, el ingeniero se ha
envuelto en la campaña a favor de Horacio Rodríguez Larreta versus la Michetti,
como si fuera algo personal. Hace campaña, encomia a su funcionario más
consecuente, se expone a su lado, concurre a los medios y reclama la adhesión a
quienes, se supone, lo reconocen como líder indiscutido. Condición que
Michetti quizá ponga en duda si triunfa en las PASO, posibilidad más que
cierta –según las encuestas de todos los interesados– si los comicios se
celebraran hoy. Esa espesa controversia ayer se expresó telefónicamente: ella
lo increpó, dijo estar dolida, el no cedió un milímetro. La puja sigue, ella
sale hoy en los diarios, él en la televisión.
Exageran algunos del círculo rojo de Macri: si gana Gabriela,
para Mauricio sería como si Daniel Scioli fuera
finalmente candidato del Frente para la Victoria en contra de la voluntad de
Cristina. Trastabilla, entienden, el fenómeno de guía nacional que
pretenden y amplían en todo el país. ¿Cuál es la imagen de conducción a ofrecer
si no podemos designar al sucesor en la Capital Federal, el distrito de
nacimiento y multiplicación de PRO? A nadie, de ese grupo, se le ocurre invocar
el perfil democrático y abierto del partido por la concurrencia de una facción
contraria al jefe boquense, del mismo modo que tampoco a nadie del kirchnerismo
se le ocurriría ampararse en la alegría de la Presidenta si Scioli lograra ser
su heredero en base al disfraz naranja de monje budista.
Quizá por la búsqueda de una centralidad, se asemejan tanto Macri y
Cristina. Y no sólo ante la eventualidad de una derrota ante sus propios aliados
en la interna. El jefe porteño copia la misma metodología de la mandataria en
el orden nacional, un cristinismo explícito, al suponer que llegaría a la Casa
Rosada, a las gobernaciones e intendencias sólo por la portación de apellido,
de su fama y conocimiento, del Metrobus, la gestión capitalina y la sensación
mayoritaria de cambio. Todo lo puede, todo pasa por él, como Cristina. Tal vez
con menor despliegue egocéntrico, seguramente porque no se ha empinado del
todo.
Negación. De ahí que, por ejemplo, se negara a exhibir un aspirante más connotado
en la provincia de Buenos Aires (prefiere más
confiabilidad que popularidad con María Eugenia Vidal), imaginando
la proeza de Raúl Alfonsín por haber triunfado en ese distrito con un
desconocido Alejandro Armendáriz. En otros lugares ocurre lo mismo, hasta
les niega la boleta a los que quieren pasarse a su postulación.
Igualito a la doctora. No contempló Michetti esas inquietudes de poder
del ingeniero, más bien aprovecha lo que es su propio poder porteño, basada en
un favoritismo a confirmar, y la falta de inserción o cierto desprecio, que ha
padecido en los últimos tiempos y dice no merecer. No es la única en ese
resentimiento, para ser justos. Pero esa centralidad de Michetti en la Capital
no es autónoma del ingeniero, existe gracias a su influencia; o sea que la dama
puede ganar si va con Macri, no por afuera, necesita estar dentro del
PRO, no cotiza por sí misma fuera de la compañía. Si se aceptan las
encuestas en un sentido, también hay que asimilarlas en otro.
Por eso Michetti morigeró sus observaciones críticas a la
gestión del propio Macri –cuando lanzaba andanadas por la expansión de
la “patria ladrillera” o la connivencia con el negocio del juego kirchnerista–,
se le pega ahora en los actos o reuniones en que se pueda colar (a veces la
invitan en horarios equivocados), afirma que es su mejor amigo y, por más
rebelión interna que produzca en el gabinete –esta semana explotó por primera
vez un barullo por los intereses electorales de los dos grupos; sus ministros
más operativos son el talibán Guillermo
Montenegro y el prudente Hernán
Lombardi–, ni se le ocurre instalarse en otro núcleo partidario,
evita coquetear con Sergio Massa y parece algo distante de Ernesto Sanz y la
Carrió desde que se estableció
la entente. Son cuidadosas sus añejas fuentes inspirativas, validan
más el acuerdo general que las relaciones particulares. Si hasta parece
contenido su último compañero de vida, Juan Tonelli, uno de los que motorizaron
la conveniencia de que ella pretendiera el dominio de la Capital antes que
arriesgarse a tocar la campanilla en el Senado como vicepresidenta de la
Nación. (¿Será cierto que hasta ahora Macri no se permitió hablar sobre proyectos
conjuntos con Carlos
Reutemann desde que éste se le aproximó como referente?).
Su alter ego en la casa, Tonelli, se ha vuelto un artífice clave en la
campaña de Michetti, sea para evitar corrimientos o desvíos en los barrios
–ella dispone de supremacía en algunos– o los pleitos por votos en las comunas
(absurdamente, Macri permitió sus divisiones), o para coleccionar las
adhesiones empresarias. Por decirlo de algún modo. No logra, en cambio,
consistencia la candidata en sus apariciones públicas, curiosamente el
lugar donde cosecho más simpatías. Tampoco muestra Rodríguez Larreta demasiada
substancia, pero a su lado siempre aparecerá Macri hasta la realización de la
interna.
Disgustado por el cuestionamiento a su propia figura cuando más necesita
crecer, sospechado en lo personal por afirmaciones no olvidadas del pasado
sobre su gobierno, indigestado por suposiciones corruptas que ella no ha
desmentido, lamentando incluso la pérdida de tiempo en un episodio que lo
distrae de su epopeya mayor. Y temiendo que otra mujer de su misma afición,
Carrió, hoy silenciosa pero imprevisible, se convierta a futuro en un problema
como la misma Michetti: ya objetó actitudes del PRO, personas, y hasta calificó
de “bochornosa” la cena del
partido en la Rural, como si juntar “plata blanca” fuera lo
mismo que conseguir “plata negra” debajo de la mesa.
© Perfil.com
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