El derecho del ser
humano
a ser racionalmente egoísta
Por Jaime Fernández-Blanco
Inclán
Ayn Rand y la filosofía que fundó, el objetivismo,
revolucionaron la filosofía del siglo XX. Cargó con todo y contra todos,
despertando amores y odios como pocos filósofos en los últimos siglos. Su
sistema filosófico ‘para vivir en la tierra’ es un corpus cerrado, compacto,
que, basado en algunos conceptos heredados de Aristóteles y otros propios, deja
un mensaje muy claro: la principal característica del ser humano es su
racionalidad y esta es capaz de comprender objetivamente el mundo que le rodea,
permitiéndole ese conocimiento alcanzar su propia felicidad en la vida.
Creó
una filosofía que sistematizó la libertad individual y definió los fundamentos
de la ética del capitalismo (“el único sistema económico moral de la
historia”), estableciendo una concepción liberal y minarquista que se ha
desarrollado con el paso de los años. Ayn Rand fue, con toda probabilidad, la
filósofa que defendió de la manera más sistemática, lógica y contundente los
derechos individuales, siendo una enemiga implacable de aquellos que sacrifican
la libertad del hombre a los caprichos de los políticos, los edictos de los
burócratas y la envidia de los igualitaristas.
Individualista entre
colectivistas
Alisa Zinovievna Rosenbaum llegó al mundo en San
Petersburgo, Rusia, el 2 de febrero de 1905 (todos los años en esa fecha se
celebra el Rand’s Day, en el que los seguidores del objetivismo hacen algo que
no se hace en ninguna otra festividad del mundo: hacerse un regalo a sí mismos,
en reconocimiento de su valor y su propia vida. Un ejemplo del egoísmo racional
que defendía), siendo la mayor de tres hermanas dentro de una familia de
farmacéuticos judíos.
Desde la más tierna infancia, Rand mostró una más que
notable inteligencia, si bien su mayor característica era un individualismo
exacerbado, que no permitía que nada ni nadie le obligara a hacer o pensar
aquello que no deseaba. Aprendió a leer por sí misma a los 6 años de edad y a
los 9, tras leer a Victor Hugo –su mayor influencia literaria–, Dumas y Walter
Scott, tomó la decisión de convertirse en escritora, plan que puso en marcha
inmediatamente: mientras sus compañeros de clase atendían a las instrucciones
del profesor, ella escribía sus primeras novelas. Aun así fue la mejor
estudiante en los dos colegios a los que asistió. Con un sentimiento
terriblemente crítico por Rusia y su cultura, Rand deseaba convertirse en una
escritora diferente, más cercana a lo que había en el resto de Europa. Y dedicó
todos los días desde entonces a conseguirlo.
Como buena individualista, repudió la Revolución Bolchevique
de 1917 y durante la guerra civil posterior, que llevaría a la creación de la
Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, se trasladó a Crimea con su familia
huyendo de los combates. A su vuelta a San Petersburgo (entonces Petrogrado,
como consecuencia de la I Guerra Mundial) fue testigo de la implantación de la
dictadura comunista y del derrumbe de todos sus ideales de libertad. La
farmacia familiar había sido nacionalizada, y las trabas burocráticas, junto al
ambiente socio-político, llevaron a toda la familia a sufrir graves periodos de
hambre y miseria.
Al poco de volver, Rand se matriculó en la Universidad de
San Petersburgo, donde estudiaría filosofía e historia, graduándose en 1924.
Esos años están retratados en su primera obra de renombre,
Los que vivimos, (1936), donde muestra el odio visceral que sentía por el
comunismo o cualquier otra ideología de corte totalitario-colectivista y su
deseo de llegar a Estados Unidos: “Llámenlo destino o ironía, pero yo nací, de
entre todos los países de la tierra, en el menos conveniente para una fanática
del individualismo: Rusia. Soy estadounidense por elección y convicción. Vine
al mundo en Europa, pero emigré a Estados Unidos porque este era el país en el
que uno podía ser realmente libre para escribir”.
Un año después cumplía su sueño.
La tierra prometida
Aprovechando un permiso para visitar a unos familiares, Rand
llegó a EE.UU. Para el gobierno soviético se trataba de una visita corta, pero
la futura filósofa estaba decidida a no regresar jamás a Rusia. En 1926 se
estableció en Nueva York, donde trabajó en todo tipo de labores (que luego
usaría como documentación en sus obras) y aprendió el idioma. Poco después,
cuando se sintió preparada, se lanzó a la conquista de Hollywood. En su segundo
día allí se plantó en la puerta de unos estudios cinematográficos para
encontrar trabajo, con la suerte de coincidir con Cecil B. DeMille, quien le
ofreció trabajo como extra y, más tarde, como lectora de guiones. Ya entonces
había cambiado su nombre por Ayn Rand para evitar las consecuencias que su
huida podía tener para su familia. Así consiguió acercarse a su sueño... y algo
más. Trabó también amistad con el actor Frank O’Connor, quien, maravillado por
su inteligencia, se enamoró de ella. Se casaron en 1929 y su matrimonio duraría
hasta la muerte de O’Connor, cincuenta años después.
Escritora, al fin
En 1932, tras años de esfuerzo, Rand vende su primer guión a
Universal, Red Pawn (Peón rojo), y vio representada en
Hollywood y Broadway su obra de teatro La
noche del 16 de enero. Poco después llegó la antes citada Los que vivimos, y en 1938 vio la luz en
Inglaterra Himno, distopía corta en
la que ya aparecen las piedras angulares del pensamiento objetivista: el
egoísmo racional, la inmoralidad del altruismo y la racionalidad humana.
Esos principios se irán puliendo y perfeccionando en su
siguiente novela, El manantial (The
fountainhead), publicada en 1943 tras ser rechazada por una docena de
editoriales y convertida en un best seller cuyas ventas aún se suceden. En
ella, Rand muestra todos los ideales del objetivismo, representados
principalmente por el protagonista de su novela Howard Roark, el hombre ‘que no
existe para otros’: “A través de los siglos hubo hombres que dieron los
primeros pasos por nuevos caminos armados solo con su propia visión. Sus
objetivos eran diferentes, pero todos tenían esto en común: el paso era el
primero, el camino era nuevo, la visión era original. Siguieron adelante.
Lucharon, sufrieron y pagaron el precio. Pero ganaron”. Toda una declaración de
intenciones que reflejaba el pensamiento de la propia Rand. La cuestión no era
quién iba a dejarla cumplir sus objetivos, sino quién la iba a frenar.
Su obra maestra
A finales de 1943, Ayn regreso a Hollywood para trabajar
como guionista en Hal Walls Productions, y tres años después comenzó a escribir
su nueva novela: Atlas shrugged
(literalmente, Atlas se encoje de hombros, título sugerido por su marido, pues
la novela inicialmente iba a titularse La huelga), traducido al castellano como
La rebelión de Atlas. En 1951, Rand regresa a Nueva York decidida a dedicarse a
tiempo completo a terminar su obra, que no vería la luz hasta 1957. Al igual
que ocurriría con El manantial, Rand comprendió que para crear personajes
reales debía interpretar los principios filosóficos que les regían, pues
defendía que el ser humano, aunque él mismo no lo sepa en muchas ocasiones, no
puede vivir en el mundo sin una filosofía que estructure su vida. Así, si El manantial fue la visión
individualizada del ideal humano de Rand, La rebelión de Atlas fue su visión
colectiva.
El libro cayó como una bomba sobre 2.000 años de filosofía y
moral establecida. Alrededor de su trama ficticia, Rand elaboró una historia
que ejemplificaba los principios del objetivismo, integrando en la misma ética,
metafísica, epistemología, política, economía, etc. La rebelión de Atlas fue su
obra maestra y le garantizó el fanatismo incondicional de millones de
seguidores en el mundo entero que hicieron de sus valores los propios. Aún hoy,
la influencia de la obra se traduce en miles de ventas anuales, especialmente
durante la última crisis económica que ella anunció ya en 1957. Igualmente es
considerada una de las novelas de ficción más influyentes de los últimos
tiempos.
Objetivismo
Después de esto, Rand se dedicó a crear propiamente la
filosofía que ya había reflejado en la ficción. Así surgió el objetivismo, el
cual ella misma se encargó de expandir mediante conferencias, revistas y obras
ya propiamente filosóficas. Así, en los siguientes años escribiría El nuevo intelectual (1961), La virtud del
egoísmo (1964), Capitalismo: el ideal desconocido, El manifiesto romántico
(ambos en 1964), La nueva izquierda (1971), Introducción a la epistemología
objetivista (1979) y Filosofía:
¿Quién la necesita?, esta última publicada el mismo año de su muerte en
Nueva York, en 1982. No fue el fin de su obra, pues en 1985, Leonard Peikoff,
discípulo y amigo que actualmente es el dueño de los derechos de las obras de
Rand, creó el Ayn Rand Institute (Instituto Ayn Rand) dedicado al estudio,
divulgación y legado del objetivismo.
A día de hoy las ventas de las obras de Ayn Rand superan los
25 millones de ejemplares en todo el mundo y su filosofía cuenta con millones
de seguidores que repiten sus ideas a favor de la reducción del poder del
estado, la independencia de la economía sobre la política, el ateísmo y la
certeza de que el conocimiento humano no es relativo o probable, sino cierto y
verdadero. Ideas que, por otro lado, le han granjeado también el odio
incondicional de millones, especialmente entre la derecha cristiana (por su
ateísmo y defensa de la libertad individual) y, muy especialmente, la izquierda
(colectivista, primordialmente). Amada u odiada, nunca dejó indiferente a
nadie, algo que, por otra parte, nunca pareció importarle: “No soy
primariamente una defensora del capitalismo, sino del egoísmo; y no soy
primariamente una defensora del egoísmo, sino de la razón. Si uno reconoce la
primacía de esta y la aplica consistentemente, todo lo demás viene por
descontado. La supremacía de la razón era, es y será el principal interés de mi
trabajo y la esencia del objetivismo”.
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