El veneno moral e
ideológico que uno respira penetra en la raíz de la conciencia
sin que el
cerebro reaccione ante un ataque tan rudo y persistente.
Por Manuel Vicent |
La basura mediática que uno se traga cada día no deja lesión
alguna, ni siquiera microscópica, en la mucosa más sensible del cerebro.
Las neuronas procesan toda la mierda tóxica que nos rodea y
tal como les llega la trasladan al conocimiento sin que se produzca
fisiológicamente ningún control ni rechazo.
La contaminación del aire congestiona los pulmones e irrita
la garganta e incluso puede provocar cáncer; en cambio, el veneno moral e
ideológico que uno respira penetra en la raíz de la conciencia sin que el
cerebro reaccione ante un ataque tan rudo y persistente.
Hay que imaginar qué sucedería si las ideas y creencias con
que se nutre el cerebro cambiaran de sustancia y fueran a parar al estómago en
forma de alimento que se adquiere en un colmado.
Muchas noticias del telediario te harían vomitar durante el
almuerzo y después de tragarte un debate histérico e inconsistente, de oír el
comentario crispado de un político idiota, de leer un artículo sectario, una
disentería fulminante te mandaría corriendo al cuarto de baño.
El nacionalismo fanático, la corrupción política y la
banalidad gansa de la cultura, en un colmado serían productos equivalentes a la
carne de perro, al aceite de colza, a la fruta con gusanos y al pescado
podrido.
Si en la tienda la gente rechaza por instinto un alimento
pasado de fecha, ¿por qué acepta una creencia rancia como si no le dañara? La
denominación de origen y el control de calidad que rigen en la alimentación, no
atañen a los productos destinados al cerebro, aunque estén llenos de bacterias.
Nuestra conciencia largamente intoxicada acepta con
normalidad el veneno diario que recibe en lo que uno lee, oye, contempla, huele
y respira, de forma que el ciudadano se comporta con toda naturalidad en la
vida, creyéndose sano y libre, sin saber que está envenenado.
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