Por Manuel Vicent |
Después de una reyerta de café, cuando las disputas
literarias se resolvían a bastonazos, Valle Inclán fue llevado al cuartelillo y
allí un guardia sentado ante una máquina de escribir con la que ametrallaba el
idioma castellano, le tomó declaración. Terminado el atestado el guardia pidió
al detenido que lo firmara y después de leerlo el escritor exclamó: “Esta prosa
no la firma Ramón María del Valle Inclán. Si lo hiciera se agitarían los huesos
de Cervantes en su tumba”.
En la cripta del convento de las Trinitarias de Madrid se
están buscando ahora los restos de Miguel de Cervantes. En tiempo de los
Austrias, cuando el autor del Quijote
fue enterrado allí con incuria y sin gloria, había en Madrid una secta de
iluminados, uno de cuyos ritos consistía en practicar el sexo entre monjas y
capellanes con la creencia que de esa unión carnal siempre nacerían profetas.
Es muy peligroso hozar en los nichos de los conventos. En
las sepulturas de las Trinitarias han aparecido varios estratos de féretros
podridos repletos de huesos de niños recién nacidos, que tal vez fueron paridos
por novicias embarazadas en aquellas orgías místicas.
El Príncipe de las Letras, que fue muy agraviado en vida,
está siendo profanado después de muerto, pero esta podredumbre es su venganza
por no haberlo dejado tranquilo.
Puesto que el método científico para descubrir sus restos
parece muy complicado, se podría probar con el sortilegio de Valle Inclán.
Se extienden sobre una tabla todos los huesos hallados en la
cripta de las Trinitarias y se lee en voz alta un atestado de la policía, una
hoja del Boletín Oficial del Estado, el discurso de un político corrupto, parte
de un sumario judicial, un contrato de hipoteca con el banco o un párrafo
pedestre del libro más vendido del año. Los huesos que se agiten serán los de
Cervantes.
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