Capitanich desnuda
una gestión sonámbula. Cristina se apoya en La Cámpora
y De Vido, peleados
entre sí. El factor Stiuso.
Por Roberto Gracía |
Enternece la forma en que periodistas y políticos reconocen, se asombran
y hasta se desilusionan por el presunto cambio entre aquel Capitanich que
asistió como jefe de Gabinete a Duhalde y el actual Capitanich, que cumple la
misma función con Cristina Kirchner. Como si tuviera menor irrigación en los
lóbulos frontales. Se les antoja cándidamente que algo le ocurrió a este
chaqueño que parecía prometedor, al menos frente a éste, de explicaciones
abstrusas, farragosas y encriptadas, que ha logrado la proeza de empeorar la
gestión de su antecesor, Abal Medina.
El descubrimiento nefasto ocurre desde que tuvo el mal gusto de romper en
público un par de hojas de Clarín, justo cuando no
mentía en esas páginas y cuando Clarín, al revés de 2002, rivaliza a
muerte con el Gobierno. Lo que hoy vale sobre Capitanich también valía
en los tiempos de Duhalde: no se lo entendía entonces ni ahora. Pero
las condiciones eran otras, claro.
Se equivocaron con Capitanich los Duhalde y el periodismo biempensante,
que entonces ni le medía la estatura al bonaerense por decretos y leyes
convenientes que nublaban la vista. Ese mundo creyente insistió más tarde en
auspiciar al ya próspero gobernador chaqueño cuando ingresó al círculo rojo del
cristinismo y se lo consideró vicepresidenciable: el día anterior a la
designación de Amado Boudou, se presentó en Olivos con traje azul y la mano
levantada, creyendo que era el hombre para el cargo. Lo despidieron con
una misión secundaria que podía ejercerse en jeans.
Esa multitud parlante que hoy se queja de Capitanich también se equivocó
otra vez cuando lo
designaron jefe de Gabinete y lo sospechaban capaz de superar
en fidelidad a Daniel Scioli (quien, pícaro, va a las
fiestas de Clarín y no rompe sus ejemplares).
Siempre hubo, por otra parte, condescendencia con Capitanich: nadie ignoraba su
sufrimiento y disminución por su memsahib de entonces, la iracunda Sandra
Mendoza, algunos deben haber creído que Cristina lo haría transpirar menos, que
su vida sería menos sofocante. Error. Como hace diez días, cuando participó del
delivery a la Presidenta con tres proyectos de declaración a suscribir por el
PJ sobre la muerte de Nisman; la dama observó y revisó las propuestas y, por
supuesto, optó por la más beligerante, que luego leería Jorge Landau.
Seguro que Capitanich, como otros caudillejos peronistas, lamentó esa
belicosidad inapropiada ante la muerte, sobre todo porque el manifiesto
partidario podía afectar –como ocurre– a los que aspiran a un nuevo mandato
electoral, al revés de una Cristina que ya no dispone de esa oportunidad.
Advertían que esa irritabilidad presidencial, luego agravada, les
restaba adhesiones y expandía la metástasis política que produjo el crimen del
fiscal, una tenia que se multiplica luego de veinte días y se vuelve
incontrolable para un gobierno cuyo mayor placer siempre ha sido controlar. Y
si no, que lo diga el tal Stiuso, ahora que le dieron
permiso para hablar, lo que haría hoy a las 11.
Más escándalos se vaticinan por la denuncia de encubrimiento a Cristina
y la pesquisa sobre la dudosa muerte de Nisman, tal vez más mediáticas que
judiciables. Pero el barullo no termina, ni con la marcha del
18 convocada por los colegas del muerto. Al contrario, si hasta ya
se habla de un film sobre la carrera trágica del fiscal para explotar las
contingencias universales que ya sobrevuelan el caso. El Gobierno no previó
este fenómeno de repercusión y deambula más sonámbulo que despierto
(suicidio/asesinato; borrador no/sí; regreso repentino/planeado), despliega
teorías cual estertores: de imputar a Nisman como empleado clave de los
servicios norteamericanos e israelíes (si fuera cierto, esos servicios se
olvidaron de proteger a alguien tan valioso de su personal) a publicitar
conspirativamente la existencia de un golpe blando, como si se viviera en el
siglo pasado. Versión más atrasada que el pacto con Irán.
Falta aún la palabra de dos rezagados en la derivación del caso: Berni
(apenas fue al
departamento del fiscal dijo que los diez custodios eran suyos,
y ya tres están sumariados) y Larroque, inquieto por conocer las desgrabaciones
que lo inculpan –según Nisman– junto a D’Elía, Esteche y algún inorgánico de la
ex SIDE que frecuentaba la Casa Rosada (o dirán, como en su momento de Antonini
Wilson, que ese hombre no registró su ingreso).
Si hasta el ex juez Zaffaroni, como otras veces, se sumó al surrealismo
oficial: renunció por viejo a la Corte y en su reemplazo propició a otro viejo
(Maier), de su misma edad. Por si no alcanzaba el desvarío, ahora se identifica
con la iniciativa K de ubicar en el tribunal a un treintañero (Carlés)
de currículum imperfecto y que invoca al Papa como mentor (¿será por eso que lo
garantiza Scioli?, igual, su esposa no pasa hoy de una audiencia general en el
Vaticano).
Tampoco en la vereda de enfrente domina un criterio explicable: tienden
a enaltecer a Nisman y a descalificar al tal Stiuso, cuando nadie ignora que
Nisman era Stiuso. O como Clarín, que ahora utiliza una
caligrafía cuidadosa con la ex del fiscal muerto, la jueza Arroyo Salgado, para
quien había prometido la mayor condena por haber desnudado a la fuerza a los
hijos adoptados de la señora Noble para obtener el ADN tan requerido por el
Gobierno, en la creencia de que eran vástagos de desaparecidos. No se
probó esa teoría luego, aunque tampoco se entiende la resistencia del Grupo por
no aceptar una extracción normal cuando estaban convencidos de que los jóvenes
no provenían del hurto de bebés.
Más rarezas al vértigo trágico de Nisman, con una mandataria que vuelve
al país desencajada, sin demasiadas ideas y que se auxilia en La Cámpora y en Julio
De Vido como únicas fuentes, a su vez peleados entre sí. Poca agua para
apagar tanta sed.
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