lunes, 2 de febrero de 2015

Nisman ya figura en el relato de CFK

El Gobierno y la oposición se acusan sin pruebas tras la muerte del fiscal Nisman.

Por James Neilson
Desde aquel domingo fatídico en que se encontró el cadáver de Alberto Nisman en un baño de su departamento del emblemático Puerto Madero, Cristina está procurando convencer al país de que lo del fiscal fue meramente anecdótico, ya que, pensándolo bien, se trataba de un mensaje mafioso que fue enviado a su propia persona. Fue éste el tema central de aquellas cartas extrañas que repartió urbi et orbi por redes sociales como Facebook y de su reaparición, después de una ausencia insólitamente larga, en su programa televisivo favorito, el de la cadena nacional que usa para mantenernos al tanto de la evolución de su pensamiento.

Según la versión oficial más reciente, Nisman habrá sido asesinado o suicidado por gente de la ex SIDE, o tal vez por un “feroz opositor” al gobierno nacional y popular llamado Diego Lagomarsino que, huelga decirlo, estaría vinculado de algún modo con el satánico Grupo Clarín, pero Cristina se niega a permitirse extorsionar por tales sujetos, razón por la que decidió desmantelar los servicios de inteligencia existentes, reemplazándolos por una Agencia Federal en la que, para que nadie la crea politizada, cumplirá un papel decisivo la procuradora general Alejandra Gils Carbó acompañada, es de prever, por contingentes de camporistas. De ahora en adelante, el flagelo de los fiscales desobedientes estará a cargo de las escuchas telefónicas, de suerte que nadie tendrá motivos para preocuparse.

Aunque muchos se han sentido sumamente molestos por el egocentrismo que es tan característico de Cristina, sin proponérselo hasta sus adversarios más virulentos la han ayudado a hacer de la muerte de Nisman un episodio más del gran psicodrama presidencial. Para frustración de la oposición, la forma vacilante con que la señora reaccionó frente a un suceso tan imprevisto como luctuoso motivó tantos comentarios como el hecho mismo, de tal modo permitiéndole seguir siendo a un tiempo la directora y estrella máxima del “relato” cada vez más extravagante en que se ve atrapado el país.

Por un rato, pareció que la señora altiva y omnisciente que baja línea no sólo a sus fieles militantes sino también a los demás mandatarios del mundo estaba tan asustada que había optado por alejarse anímicamente del escenario. No actuaba como la presidenta de una República golpeada que la miraba en busca de seguridad, sino como una ciudadana común tan perturbada como el que más por el giro que habían tomado los acontecimientos.

Pero sólo fue cuestión de un breve intervalo. Cristina sabe que no puede darse por vencida. Como ya es su costumbre, para recuperarse de lo que para algunos dirigentes hubiera sido un revés lo bastante duro como para ponerlos al borde del nocaut, se refugió en el pasado. Resucitó una vez más las teorías conspirativas que, según parece, le habían fascinado allá en los años setenta del siglo pasado cuando era una estudiante en La Plata, o que por lo menos recuerda con nostalgia. Con la ayuda de sus simpatizantes, decidió que la muerte de Nisman fue obra de una coalición infame de golpistas mediáticos, jueces, fiscales y otros miserables capitaneados, es de suponer, por aquel Napoleón del crimen que es Héctor Magnetto de Clarín.

Puede que aún los haya que toman en serio la ideología casera oficial e incluso coinciden con el inverosímil chaqueño Jorge Capitanich en que quienes mataron a Nisman o lo obligaron a matarse se sentían alarmados por el espectáculo que brindaban los turistas que colmaban Mar del Plata, ya que los enemigos del proyecto de Cristina tuvieron que hacer algo drástico a fin de distraer la atención de la gente de la marejada de prosperidad que inundaba el país, pero a juzgar por las encuestas se trataría de una minoría menguante.

Es imposible estimar a cuánto ascenderán los “costos políticos” que andando el tiempo pagará la presidenta por no haberse mostrado a la altura de sus responsabilidades desde el primer momento, pero puesto que el poder que se las ha arreglado para construir se basa en su autoridad personal, podría ser muy alto. Parecería que, para la mayoría, los intentos de Cristina de incorporar lo que le sucedió a Nisman al viejo relato kirchnerista sólo ha motivado desconcierto, lo que, en vista de los disparates pronunciados por ciertos voceros oficiales, puede entenderse.

A la presidenta y sus laderos siempre les ha sido antipático el tema de la inseguridad ciudadana, razón por la que lo han tratado como una “sensación”, cuando no un invento de la prensa amarilla. En los días que siguieron a la muerte del fiscal a cargo de la investigación del atentado contra la sede de la AMIA se temía que el país estaba por entrar en una nueva etapa dominada por la violencia política, sus deficiencias en dicho ámbito se hicieron penosamente evidentes.

En busca de presuntos culpables de asesinato o, quizás, suicidio asistido de Nisman, no sólo miembros del Gobierno sino también muchos otros creían encontrarlos en los laberínticos servicios de inteligencia que se habían conformado a través de los años con personajes aportados por la dictadura militar, distintas agrupaciones políticas presuntamente democráticas, la policía y vaya a saber cuáles otras fuentes de mano de obra apropiada para tales menesteres. Entre los sospechosos preferidos se hallaba el espía nacional más célebre, y a su modo más misterioso, Antonio “Jaime” Stiusso, pero antes de la muerte del fiscal el hombre se había ido a Uruguay para entonces, se supone, continuar viaje a un destino desconocido.

También se fue un periodista del Buenos Aires Herald, Damián Pachter, que abandonó el país por sentirse amenazado luego de haber informado vía Twitter sobre lo que le había ocurrido a Nisman: por las dudas, la agencia oficial Telam y la Casa Rosada lo siguieron paso a paso para que nadie ignorara su paradero.

De todos modos, los servicios se han visto agregados a la lista cada vez más extensa de enemigos mortales del “proyecto” kirchnerista, razón por la que Cristina se ha propuesto democratizarlos, por decirlo de algún modo, como quisiera hacer con el Poder Judicial, los medios periodísticos, y lo que todavía queda de la maltrecha economía nacional. Si bien casi todos entienden que los nidos de espías, entre ellos los que responden al mandamás militar César Milani, sólo han servido para provocar problemas, disolverlos no será tan fácil. Aunque la información que confeccionan nunca ha sido confiable, ya que los hay que son perfectamente capaces de fabricar pedazos apócrifos por su propios motivos, tendrán bibliotecas digitales enteras repletas de datos –auténticos o falsos, da igual- que, de difundirse, pondrían en apuros a muchos kirchneristas, comenzando con la Presidenta misma.

En cuanto a los esfuerzos de los servicios por analizar lo que ocurre en el país y el mundo para que quienes les pagan sepan lo que les aguarde, los resultados suelen ser cómicamente erróneas, como descubrió Cristina cuando no le avisaron que Sergio Massa estaba por erigirse en un presidenciable opositor peligroso.

Si lo que quieren los gobernantes es familiarizarse con la realidad, les convendría más leer los diarios y revistas independientes que gastar miles de millones de dólares aportados por los contribuyentes para mantener contentos a pequeños ejércitos de sabuesos.

No es que los espías criollos hayan sido más proclives a equivocarse que sus homólogos de otras latitudes: a pesar de sus recursos inagotables, la CIA norteamericana no previó a tiempo que la Unión Soviética estaba por derrumbarse. Por el contrario, en vísperas de la implosión que puso fin al “socialismo real”, sus analistas insistían en que la economía de la superpotencia militar era mayor que la del Japón, cuando en realidad era a lo sumo equiparable con la de una potencia mediana europea. Por una deformación profesional, los espías tienden a estar más interesados en propagar sus propias teorías conspirativas que en mantener bien informados a sus hipotéticos amos políticos.

Además de dar a entender que, a pesar de estar más de una década en el poder, sería absurdo suponer que el gobierno kirchnerista haya tenido algo que ver con las luchas internas que han inutilizado a la ex SIDE, Cristina quiere basurear la denuncia de Nisman. Dice que “no hay un solo abogado” que, luego de leerla, “pueda creer que haya sido escrito por un fiscal”. En efecto, aunque hay un consenso en el sentido de que es una cosa un poderoso alegato político en contra de la decisión de intentar congraciarse con los teócratas iraníes sin tomar en cuenta sus antecedentes truculentos o la gravedad de su presunta participación en los atentados devastadores contra la embajada de Israel y de la sede de la AMIA, y una acusación jurídica para que Cristina, el canciller Héctor Timerman y otros responsables sean debidamente procesados, el que el gobierno kirchnerista figure como un aliado de un régimen tan notoriamente antisemita y antioccidental como el de los ayatolás es de por sí más que suficiente como para desacreditarlo a ojos de buena parte de la comunidad internacional. Puede entenderse, pues, las razones por las que la muerte del fiscal Nisman ha tenido repercusiones muy fuertes en Estados Unidos y Europa donde, lejos de ser considerado un aficionado despreciable, cuenta con un grado de prestigio que Cristina sólo puede envidiar.

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