El Gobierno y la
oposición se acusan sin pruebas tras la muerte del fiscal Nisman.
Por James Neilson |
Desde aquel domingo fatídico en que se encontró el cadáver
de Alberto Nisman en un baño de su departamento del emblemático Puerto Madero,
Cristina está procurando convencer al país de que lo del fiscal fue meramente
anecdótico, ya que, pensándolo bien, se trataba de un mensaje mafioso que fue
enviado a su propia persona. Fue éste el tema central de aquellas cartas
extrañas que repartió urbi et orbi por redes sociales como Facebook y de su
reaparición, después de una ausencia insólitamente larga, en su programa
televisivo favorito, el de la cadena nacional que usa para mantenernos al tanto
de la evolución de su pensamiento.
Según la versión oficial más reciente, Nisman habrá sido
asesinado o suicidado por gente de la ex SIDE, o tal vez por un “feroz
opositor” al gobierno nacional y popular llamado Diego Lagomarsino que, huelga
decirlo, estaría vinculado de algún modo con el satánico Grupo Clarín, pero
Cristina se niega a permitirse extorsionar por tales sujetos, razón por la que
decidió desmantelar los servicios de inteligencia existentes, reemplazándolos
por una Agencia Federal en la que, para que nadie la crea politizada, cumplirá
un papel decisivo la procuradora general Alejandra Gils Carbó acompañada, es de
prever, por contingentes de camporistas. De ahora en adelante, el flagelo de
los fiscales desobedientes estará a cargo de las escuchas telefónicas, de
suerte que nadie tendrá motivos para preocuparse.
Aunque muchos se han sentido sumamente molestos por el egocentrismo que es tan característico de Cristina, sin proponérselo hasta sus adversarios más virulentos la han ayudado a hacer de la muerte de Nisman un episodio más del gran psicodrama presidencial. Para frustración de la oposición, la forma vacilante con que la señora reaccionó frente a un suceso tan imprevisto como luctuoso motivó tantos comentarios como el hecho mismo, de tal modo permitiéndole seguir siendo a un tiempo la directora y estrella máxima del “relato” cada vez más extravagante en que se ve atrapado el país.
Por un rato, pareció que la señora altiva y omnisciente que
baja línea no sólo a sus fieles militantes sino también a los demás mandatarios
del mundo estaba tan asustada que había optado por alejarse anímicamente del
escenario. No actuaba como la presidenta de una República golpeada que la
miraba en busca de seguridad, sino como una ciudadana común tan perturbada como
el que más por el giro que habían tomado los acontecimientos.
Pero sólo fue cuestión de un breve intervalo. Cristina sabe
que no puede darse por vencida. Como ya es su costumbre, para recuperarse de lo
que para algunos dirigentes hubiera sido un revés lo bastante duro como para
ponerlos al borde del nocaut, se refugió en el pasado. Resucitó una vez más las
teorías conspirativas que, según parece, le habían fascinado allá en los años
setenta del siglo pasado cuando era una estudiante en La Plata, o que por lo
menos recuerda con nostalgia. Con la ayuda de sus simpatizantes, decidió que la
muerte de Nisman fue obra de una coalición infame de golpistas mediáticos,
jueces, fiscales y otros miserables capitaneados, es de suponer, por aquel
Napoleón del crimen que es Héctor Magnetto de Clarín.
Puede que aún los haya que toman en serio la ideología
casera oficial e incluso coinciden con el inverosímil chaqueño Jorge Capitanich
en que quienes mataron a Nisman o lo obligaron a matarse se sentían alarmados
por el espectáculo que brindaban los turistas que colmaban Mar del Plata, ya
que los enemigos del proyecto de Cristina tuvieron que hacer algo drástico a fin
de distraer la atención de la gente de la marejada de prosperidad que inundaba
el país, pero a juzgar por las encuestas se trataría de una minoría menguante.
Es imposible estimar a cuánto ascenderán los “costos
políticos” que andando el tiempo pagará la presidenta por no haberse mostrado a
la altura de sus responsabilidades desde el primer momento, pero puesto que el
poder que se las ha arreglado para construir se basa en su autoridad personal,
podría ser muy alto. Parecería que, para la mayoría, los intentos de Cristina
de incorporar lo que le sucedió a Nisman al viejo relato kirchnerista sólo ha
motivado desconcierto, lo que, en vista de los disparates pronunciados por
ciertos voceros oficiales, puede entenderse.
A la presidenta y sus laderos siempre les ha sido antipático
el tema de la inseguridad ciudadana, razón por la que lo han tratado como una
“sensación”, cuando no un invento de la prensa amarilla. En los días que
siguieron a la muerte del fiscal a cargo de la investigación del atentado
contra la sede de la AMIA se temía que el país estaba por entrar en una nueva
etapa dominada por la violencia política, sus deficiencias en dicho ámbito se
hicieron penosamente evidentes.
En busca de presuntos culpables de asesinato o, quizás,
suicidio asistido de Nisman, no sólo miembros del Gobierno sino también muchos
otros creían encontrarlos en los laberínticos servicios de inteligencia que se
habían conformado a través de los años con personajes aportados por la
dictadura militar, distintas agrupaciones políticas presuntamente democráticas,
la policía y vaya a saber cuáles otras fuentes de mano de obra apropiada para
tales menesteres. Entre los sospechosos preferidos se hallaba el espía nacional
más célebre, y a su modo más misterioso, Antonio “Jaime” Stiusso, pero antes de
la muerte del fiscal el hombre se había ido a Uruguay para entonces, se supone,
continuar viaje a un destino desconocido.
También se fue un periodista del Buenos Aires Herald, Damián
Pachter, que abandonó el país por sentirse amenazado luego de haber informado
vía Twitter sobre lo que le había ocurrido a Nisman: por las dudas, la agencia
oficial Telam y la Casa Rosada lo siguieron paso a paso para que nadie ignorara
su paradero.
De todos modos, los servicios se han visto agregados a la
lista cada vez más extensa de enemigos mortales del “proyecto” kirchnerista,
razón por la que Cristina se ha propuesto democratizarlos, por decirlo de algún
modo, como quisiera hacer con el Poder Judicial, los medios periodísticos, y lo
que todavía queda de la maltrecha economía nacional. Si bien casi todos
entienden que los nidos de espías, entre ellos los que responden al mandamás
militar César Milani, sólo han servido para provocar problemas, disolverlos no
será tan fácil. Aunque la información que confeccionan nunca ha sido confiable,
ya que los hay que son perfectamente capaces de fabricar pedazos apócrifos por
su propios motivos, tendrán bibliotecas digitales enteras repletas de datos
–auténticos o falsos, da igual- que, de difundirse, pondrían en apuros a muchos
kirchneristas, comenzando con la Presidenta misma.
En cuanto a los esfuerzos de los servicios por analizar lo
que ocurre en el país y el mundo para que quienes les pagan sepan lo que les
aguarde, los resultados suelen ser cómicamente erróneas, como descubrió
Cristina cuando no le avisaron que Sergio Massa estaba por erigirse en un
presidenciable opositor peligroso.
Si lo que quieren los gobernantes es familiarizarse con la
realidad, les convendría más leer los diarios y revistas independientes que
gastar miles de millones de dólares aportados por los contribuyentes para
mantener contentos a pequeños ejércitos de sabuesos.
No es que los espías criollos hayan sido más proclives a
equivocarse que sus homólogos de otras latitudes: a pesar de sus recursos
inagotables, la CIA norteamericana no previó a tiempo que la Unión Soviética
estaba por derrumbarse. Por el contrario, en vísperas de la implosión que puso
fin al “socialismo real”, sus analistas insistían en que la economía de la
superpotencia militar era mayor que la del Japón, cuando en realidad era a lo
sumo equiparable con la de una potencia mediana europea. Por una deformación
profesional, los espías tienden a estar más interesados en propagar sus propias
teorías conspirativas que en mantener bien informados a sus hipotéticos amos
políticos.
Además de dar a entender que, a pesar de estar más de una
década en el poder, sería absurdo suponer que el gobierno kirchnerista haya
tenido algo que ver con las luchas internas que han inutilizado a la ex SIDE,
Cristina quiere basurear la denuncia de Nisman. Dice que “no hay un solo
abogado” que, luego de leerla, “pueda creer que haya sido escrito por un
fiscal”. En efecto, aunque hay un consenso en el sentido de que es una cosa un
poderoso alegato político en contra de la decisión de intentar congraciarse con
los teócratas iraníes sin tomar en cuenta sus antecedentes truculentos o la
gravedad de su presunta participación en los atentados devastadores contra la
embajada de Israel y de la sede de la AMIA, y una acusación jurídica para que
Cristina, el canciller Héctor Timerman y otros responsables sean debidamente
procesados, el que el gobierno kirchnerista figure como un aliado de un régimen
tan notoriamente antisemita y antioccidental como el de los ayatolás es de por
sí más que suficiente como para desacreditarlo a ojos de buena parte de la
comunidad internacional. Puede entenderse, pues, las razones por las que la
muerte del fiscal Nisman ha tenido repercusiones muy fuertes en Estados Unidos
y Europa donde, lejos de ser considerado un aficionado despreciable, cuenta con
un grado de prestigio que Cristina sólo puede envidiar.
0 comments :
Publicar un comentario