jueves, 12 de febrero de 2015

Nave siniestra

Por Nelson Francisco Muloni

Cuando la claudicación moral es el emblema de la nave del Estado (gobiernos y gobernados), es que se ha llegado al vórtice mismo de la degradación humana. No hay maneras, ya, de eludir el torbellino en el que, tarde o temprano, esa nave sucumbirá.

Silencio. O negación. Para el caso es lo mismo. Aunque nos refrieguen otros silencios. Que ellos mismos (los que refriegan) acumularon. Muere desnutrido un niño (wichi, avá guaraní, chiriguano, qom o mestizo) y los silencios comienzan a gritar. Y los timoneles creen que el silencio es, por definición, silencioso. Y que los únicos masturbatorios alegres son ellos. Y piden canciones. O niegan y reniegan. Culpando a “los del frente” mientras que los del frente se enancan en el dolor. Sin que el asco les revuelva las tripas.

El resto, digo, los gobernados, la llamada “sociedad”, asiste en silencio. Es decir, suma silencios. Mientras los estropicios del alma crecen. Solo el silencio estrepitoso de la muerte, el silencio que comienza a gritar, es el último desgajo de la piel humana.

Un conocido y destacado médico sanitarista salteño dijo una vez que “ellos (los aborígenes) pierden un hijo y, por supuesto, lo sienten, pero siguen adelante. Nosotros (los blancos) perdemos un hijo y es como un tiro en la frente”. Hasta el dolor tiene jerarquías más o menos humanas. De acuerdo a la piel, a la sangre o a la etnia.

Un modo de justificar. Un perverso modo de justificar. O de silenciar, que de eso hablamos. Resulta irónico que, como escenografía de fondo, la televisión de hoy nos hable de parto (con o sin dolor) o cesárea, eludiendo hablar de desnutrición infantil y muerte por hambre. ¿No hay cesárea que evite el dolor de la muerte? No. Hay olvidos. Ocultamientos.

Pero nadie puede hacerse el distraído. Ni los que tienen un dios ni los que no lo tienen. Ni los eclesiásticos formales ni curas socialmente parroquiales. O villeros. Ni gobiernos de hoy. Ni anteriores. Ni fiscales. Ni procuradores. Ni jueces. Ni nacionales y populares. Ni “corpos”, “opos”, militantes o independientes.

La quilla de la nave tiene un curso abierto de agua. Fétida. Intoxicante. Degradante. Y todos se acusan por el silencio. Que “crece como un cáncer”, como dice la canción de Paul Simon que agrega: “Gente que habla sin conversar,/gente que oye sin escuchar/y un sonido/que los envuelve sin piedad: los sonidos del silencio…”

La nave ya no va. Las gentes mueren. ¿Y qué? Hambre, desnutrición, balas. La estupidez hace silencio. La caquexia por el hambre se ha vuelto caquexia moral. Estamos ahítos de indignidad. De silencios. Nadie se turba por lo que no hace. O hace mal. O declara ocultando obituarios. Manipulando índices antiguos. Caducos. Innecesarios.

No hay timoneles capaces. El destino de una nave así, parece inexorable. O encalla o se hunde. Porque es siniestra. ¿Se ve una luz? ¿La pequeña luz de un farol en alta mar? ¡Quién sabe…!

© Agensur.info

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