Por Nelson Francisco
Muloni
Cuando la claudicación moral es el emblema de la nave del
Estado (gobiernos y gobernados), es que se ha llegado al vórtice mismo de la
degradación humana. No hay maneras, ya, de eludir el torbellino en el que,
tarde o temprano, esa nave sucumbirá.
Silencio. O negación. Para el caso es lo mismo. Aunque nos
refrieguen otros silencios. Que ellos mismos (los que refriegan) acumularon.
Muere desnutrido un niño (wichi, avá guaraní, chiriguano, qom o mestizo) y los
silencios comienzan a gritar. Y los timoneles creen que el silencio es, por
definición, silencioso. Y que los únicos masturbatorios alegres son ellos. Y
piden canciones. O niegan y reniegan. Culpando a “los del frente” mientras que
los del frente se enancan en el dolor. Sin que el asco les revuelva las tripas.
El resto, digo, los gobernados, la llamada “sociedad”,
asiste en silencio. Es decir, suma silencios. Mientras los estropicios del alma
crecen. Solo el silencio estrepitoso de la muerte, el silencio que comienza a
gritar, es el último desgajo de la piel humana.
Un conocido y destacado médico sanitarista salteño dijo una
vez que “ellos (los aborígenes) pierden un hijo y, por supuesto, lo sienten,
pero siguen adelante. Nosotros (los blancos) perdemos un hijo y es como un tiro
en la frente”. Hasta el dolor tiene jerarquías más o menos humanas. De acuerdo
a la piel, a la sangre o a la etnia.
Un modo de justificar. Un perverso modo de justificar. O de
silenciar, que de eso hablamos. Resulta irónico que, como escenografía de
fondo, la televisión de hoy nos hable de parto (con o sin dolor) o cesárea,
eludiendo hablar de desnutrición infantil y muerte por hambre. ¿No hay cesárea
que evite el dolor de la muerte? No. Hay olvidos. Ocultamientos.
Pero nadie puede hacerse el distraído. Ni los que tienen un
dios ni los que no lo tienen. Ni los eclesiásticos formales ni curas
socialmente parroquiales. O villeros. Ni gobiernos de hoy. Ni anteriores. Ni
fiscales. Ni procuradores. Ni jueces. Ni nacionales y populares. Ni “corpos”, “opos”,
militantes o independientes.
La quilla de la nave tiene un curso abierto de agua. Fétida.
Intoxicante. Degradante. Y todos se acusan por el silencio. Que “crece como un cáncer”, como dice la
canción de Paul Simon que agrega: “Gente
que habla sin conversar,/gente que oye sin escuchar/y un sonido/que los envuelve
sin piedad: los sonidos del silencio…”
La nave ya no va. Las gentes mueren. ¿Y qué? Hambre,
desnutrición, balas. La estupidez hace silencio. La caquexia por el hambre se
ha vuelto caquexia moral. Estamos ahítos de indignidad. De silencios. Nadie se
turba por lo que no hace. O hace mal. O declara ocultando obituarios. Manipulando
índices antiguos. Caducos. Innecesarios.
No hay timoneles capaces. El destino de una nave así, parece
inexorable. O encalla o se hunde. Porque es siniestra. ¿Se ve una luz? ¿La
pequeña luz de un farol en alta mar? ¡Quién sabe…!
© Agensur.info
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