Cómo el
kirchnerismo pasó de sus planes de ganar la calle para respaldar a su Jefa
a
condenar el reclamo silencioso opositor.
Por Roberto García |
Cuarenta y ocho horas después de la denuncia
de Alberto Nisman sobre el plan criminal que le atribuía a
Cristina de Kirchner el rol de encubridora para otorgarle impunidad a
terroristas iraníes, diversos grupos oficialistas planeaban una movilización
para cuestionar esa imputación y defender a la
Presidenta: protección para concluir el mandato, preservarse de la
acción de sectores de Inteligencia que Ella acababa de desplazar (personificados
en Antonio Stiuso) y que se servían presuntamente del fiscal, neutralizar la
influencia de la Embajada de los Estados Unidos (y otras), bloquear a la
oposición, desafiar a Clarín y a un rebelde Poder Judicial.
Ganar la
calle, en suma, para contener el golpe blando, según la terminología
de izquierda utilizada en los mediados del siglo pasado. Esa movilización,
prevista y solventada por el Gobierno, constituía un acto legítimo,
constitucional, popular y democrático contra los poderes concentrados. Pero ocurrió la
dudosa muerte del fiscal Nisman.
Y cambió el rumbo del viento. Esa convocatoria en ciernes, oficial, se
disipó; a cambio, se
generó otra –para este miércoles 18– con propósitos diferentes.
Según sus promotores (un núcleo importante de fiscales), se invita para
homenajear al fiscal muerto, odiado y olvidado por el Gobierno, mantener sin
interferencias la pesquisa sobre su trágico fin, y refrescar la denuncia que
había propiciado contra la mandataria. Entonces, se modifica la interpretación y
para el cantaclaro gubernamental, esta nueva cita se vuelve
golpista, oligárquica, sectaria, repugnante para sus cinco sentidos.
Además, como provocación superior, los manifestantes se han impuesto el
criterio de no hablar en ese acontecimiento, juran silencio, condición que
rebela a ciertos habitantes de la Casa Rosada siempre enamorados de su
verborragia.
Ni Cristina disimuló el disgusto: expresó su malhumor desde los balcones
internos de la Casa Rosada –hacia adentro, al revés del tradicional peronismo–
con una frase poco recomendable para la concordia, menos para el recuerdo de un
muerto. Es que debe ser incómodo el flash de bajar 15 puntos en las encuestas,
pasar de campeón a canillita en forma fulminante y, para colmo, en la gente de
su edad y formación siempre está presente una emblemática marcha del silencio
que alude a la Colombia de 1948, cuando el caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán
encabezó una protesta de esas características contra la violenta actividad de
la policía política de entonces y la falta de garantías constitucionales.
Aquella formidable manifestación contra un gobierno conservador devendría, en
pocos meses, en el asesinato del mismo Gaitán y el Bogotazo, un país sin paz
por décadas.
Más miedos. No sólo se teme a los antecedentes históricos o a la dimensión del
gentío del 18F.
También subyacen otros miedos: el carácter
de imputada a la mandataria que le otorgó el fiscal Gerardo Pollicita
por el affaire Irán –demostrando, quizás, que lo anticipado por Nisman no eran
solamente grabaciones exóticas con personajes de segunda mano– o la eventual
llamada a tribunales de hijos famosos por casos de lavado (léase causa Báez,
por ejemplo).
Tanto nervio desborda a los traductores presidenciales, de Capitanich a
Landau, acompleja al propio Amado Boudou, quien se queda sin
los abogados de la SIDE que le recomendó Cristina luego de
haber denunciado, antes, a los abogados que –según él– le recomendaba el
procurador Esteban Righi y el ministro porteño Guillermo Montenegro. Y altera,
claro, la reflexión atinada en Casa Rosada: cuando se relevó a
Stiuso de todos los secretos de Estado desde hace cuarenta
años, en capacidad de exponerlos al aire libre, se determinó que ha sido inútil
el cuantioso gasto del Estado en ese organismo de Inteligencia y en todos sus
funcionarios. Un engaño al contribuyente que tampoco resuelve la dudosa muerte
del fiscal, investigación que al menos debería recurrir a un axioma básico de
Sherlock Holmes: Cuando elimines lo imposible, aquello que queda, por
más improbable que parezca, debe ser la verdad.
Tamaño desconcierto, gigantesco rating televisivo durante ya treinta
días con el caso Nisman, al menos aceleró obviedades previstas. En
su último discurso, la Presidenta pareció despedir a Daniel Scioli como
candidato propio –si es que alguna vez lo fue– y ungió
a Florencio Randazzo, el hombre de los trenes (curiosa Argentina:
dos candidatos avanzan como gestores en las encuestas, uno (Randazzo) por
comprar vagones en China y el otro (Macri) por el metrobus. A Ella le gustó que
su ministro se defendiera por la denuncia de los fondos buitre –bastante vieja,
por otra parte– sobre un crecimiento singular y de proporciones geométricas de
su patrimonio. Casi lo mismo que le ocurre a Cristina.
Lo felicitó y, en simultáneo, demandaron que otros candidatos
presentaran su declaración jurada. Exigencia con nombre y apellido: Scioli dice
haberlo hecho sin difusión pública porque el régimen provincial no establece
esa norma para él ni sus ministros. Igual, esta semana quizás se anote con un
proyecto de mayor “transparencia” para acondicionarse a los tiempos y, de paso,
reparta su declaración de bienes en todos los medios. Cumple, obedece,
se resigna, pero en apariencia ya llegó a un punto de no retorno con Cristina. Podría
ser entonces que, a las PASO del
Frente para la Victoria, Scioli no sólo confronte con Randazzo, a
quien ni siquiera le responde. Su rival, de hecho, sería Ella y, lo que se
decía que iba a ocurrir, se diría que ocurre.
Por otra parte, lo de cuentas, inversiones, depósitos y otras
operaciones ocultas podrían dominar el camino electoral del año: lo anunció la
propia Cristina en su discurso al recordar la denuncia de los cuatro mil y pico
de clientes del perforado
HSBC con dinero en el exterior, también señaló un generoso y
cuestionado dador o extractor de sangre informática que la proveyó de material
presuntamente sagrado. O negro. Para demostrar que en el país no sólo
el oficialismo puede pecar.
© Perfil.com
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