Por Américo Schvartzman
Papi: ¿Cristina es
buena o mala?
(O Chávez. U Obama. La pregunta de mi hija menor frente al
noticiero nunca tuvo respuesta fácil).
La tendencia a ver todo en blanco o negro –común en los
niños pequeños, para quienes el mundo se reduce a opciones antitéticas– está
arraigada en la cultura. Incluso las herramientas de análisis más sutiles se
suelen reducir a ese dualismo.
La dialéctica hegeliana, por ejemplo, es uno de
los más sofisticados intentos de abandonar esquemas de baja complejidad para
comprender las múltiples contradicciones. Postulaba que nada podía ser
comprendido, sino como parte de un sistema complejo. Pero en la práctica
política se tradujo en fórmulas simplonas, como la de discriminar la
contradicción principal de las secundarias, para definir “el enemigo” y
transformarse en una formulación aggiornada del viejo “estás conmigo o contra
mí”.
Rodolfo Walsh percibió esa incapacidad de registrar los
matices –y la señaló con dureza– en su crítica a la conducción montonera cuando
la acusó de no entender la dialéctica: “Es como si no pudiéramos tener dos
ideas en la cabeza al mismo tiempo: si hay contradicciones, las consideramos
antagónicas; cuando nos damos cuenta de que no son antagónicas, nos olvidamos
de que existen. Eso es reaccionario: anular con una opinión hechos de la
realidad”.
Aun la versión oriental de la dialéctica –la acción
recíproca del yin y el yang, como origen de todos los fenómenos– no escapó a
esa tergiversación. Lu Sin, padre de la moderna literatura china, denunció la
justificación filosófica de la dominación de las mujeres: “pertenecen al yin”,
elemento negativo por contraposición al yang, principio dominante masculino y
positivo.
En su libro El
crecimiento de la mente, de 1997, Stanley Greenspan describe esa manera
binaria de comprender la realidad con palabras que lo hacen parecer redactado
tras la más reciente cadena nacional:
“Las personas con dificultades para resolver problemas se
parecen a los niños pequeños en su tendencia a polarizar los asuntos, lo que
les lleva a expresarse mediante exigencias inflexibles, eslóganes y rituales.
Se ven a sí mismos como los buenos de la película, y sus adversarios, por
definición, encarnan el mal. Todo lo bueno está de un lado, todo lo malo del
otro. (…) Al polarizar, las posiciones se endurecen y ofuscan cualquier
percepción de que la otra persona también puede tener un motivo de queja
legítimo. Cada uno pasa por alto su propia contribución al incremento del
conflicto y se cree su versión de los acontecimientos (…) Tanto las bandas
juveniles como los ideólogos dividen el mundo en ‘nosotros’ y ‘ellos’. Los
eslóganes borran todas las tonalidades grises, los matices que se requieren
para una valoración precisa de un individuo o de una situación. Las respuestas
ritualizadas impiden a las personas darse cuenta de que lo ven todo en blanco o
negro. La polarización además alimenta la necesidad de ganar
incondicionalmente: la solución satisfactoria consiste en la plena consecución
de las exigencias”.
Greenspan y los psiquiatras evolutivos dicen que la
capacidad para comprender a los demás (indispensable para una pacífica
resolución de conflictos) puede educarse. Requiere decisión para enfrentar esos
rituales que impiden a las personas darse cuenta de que se pierden los matices.
Nada de lo que dicen “ellos” puede ser rescatable. Todos los
pecados de quien está con “nosotros” debe ser disimulado. La confrontación de
afirmaciones agraviantes y fanáticas clausura cualquier debate posible sobre el
interés público: aquello que un futuro gobierno debería mantener y aquello a
corregir para garantizar derechos a sus habitantes, y sobre todo, para que el
cambio de gobierno deje de ser un cataclismo para convertirse en un suceso
rutinario de la democracia.
Cualquier coincidencia con la realidad argentina… depende de
todos nosotros. Requiere entender que sólo hay “nosotros”. No hay “ellos”.
Nunca es tarde para empezar.
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