Por Arturo Pérez-Reverte |
Hace un par de semanas escribí en esta página, parafraseando
un antiguo dicho, que una ardilla podría recorrer España saltando de gilipollas
en gilipollas sin tocar el suelo.
Y hay quien se ha mosqueado, claro. Ya está
el Reverte insultando. Pero lo blanco y en tetrabrik
suele ser leche. Asumámoslo.
En España, por alguna razón que tiene que ver
con nuestra triste historia, con nuestra tradicional, voluntaria y gozosa
incultura trufada de complejos y con ese toque de demagogia oportunista que
algunos, a falta de otra ocupación decente, han convertido en medio de vida,
los extremos de gilipollez nacional pueden ser formidables. Y si a los
cantamañanas natos, vocacionales o simples aficionados, añades los simples
tontos de infantería -otrosí llamados tontos de baba o tontos del culo-, el
número de unos y otros, coincidiendo a menudo en maneras y objetivos, se hace
infinito, en plan muchedumbre tan apretada que en cuanto nazcamos unos pocos
más acabaremos cayéndonos al agua. Como suele decir Carlos Herrera, que conoce
a la peña hasta por las tapas, aquí hay más tontos que botellines de cerveza.
Como el espacio de que dispongo no es mucho, voy a poner
sólo dos ejemplos recientes. Pero estoy seguro de que cada uno de ustedes
podría aportar su buena docena y media. O más. Uno lo escuché en la radio y
otro en la tele. El de la radio fue en boca de una presunta señora que,
indignada, reprochaba a un novelista que éste hubiera mencionado la famosa
frase de Alejandro Dumas referida a sus propias novelas: «Es lícito violar la
Historia, pero a condición de hacerle hermosas criaturas». Como habrán ustedes
adivinado, la señora ponía de vuelta y media no sólo al autor de El conde de Montecristo y Los tres mosqueteros, al que calificó de
machista sin escrúpulos, sino también al infeliz juntaletras que se había
atrevido a citar la frase. El uso del verbo violar
ya era una agresión a la mujer, sostenía la señora. Hasta decir «violar la
correspondencia» o «violar la intimidad» lo era, sostuvo, del mismo modo que
decir «el terrorismo es el cáncer de la sociedad moderna», como se había dicho
un rato antes en el mismo programa, era insultar a todos los enfermos de
cáncer. Pero es que, además, según la antedicha dama, el resto de la cita
dumasiana justificaba la violación y la presentaba como algo positivo y hasta
lícito, lo que ya era el colmo. De ahí pasó a mencionar las violaciones y el
genocidio en Bosnia y Ruanda, asegurando que de unas cosas vienen otras, y
acabó afirmando con rotundidad: «Nunca leeré una novela de ese Dumas». Pero lo
más simpático fue que el novelista que estaba siendo entrevistado, en vez de
tomárselo a cachondeo, hablar de contextos socioculturales distintos entre
Dumas y lo de ahora, o recomendar a la señora que leyese a Belén Esteban, que
habría sido una forma elegante de mandarla a hacer puñetas, se disculpó casi
balbuciente, dándole la razón y prometiendo enmendarse en el futuro. El muy
tiñalpa.
La otra fue más bonita, si cabe. Más zoológicamente
universal. Porque hablando de la imagen simpática que suele tenerse de los
delfines, un pavo -esta vez era varón, mi primo- dijo muy serio en la tele que
de simpáticos nada; pues ahí donde los ven, con su sonrisa indeleble, los
machos son crueles porque «acosan a las hembras y las obligan a mantener
relaciones sexuales». A tal afirmación siguió entre los contertulios un
silencio, ignoro si horrorizado o desconcertado, que duró unos segundos, antes
de pasar a hablar de otra cosa, mariposa. Y ahí, lo confieso malevo, sí eché en
falta a alguien que, como la señora indignada con Dumas, se solidarizara con
las pobres delfinas, forzadas por los malvados delfinos a tener relaciones
sexuales contra su voluntad. Forzadas impunemente por esos fasciomachistas con
aletas en la profundidad de los mares. Y ya puestos a ser consecuentes, que
denunciara también, exigiendo soluciones urgentes, la triste situación sumisa
de leonas, focas, cebras, lobas, conejas, gallinas, palomas mensajeras o sin
mensaje, escarabajas peloteras, osas panda, patas azulonas, rinocerontas,
tigresas de Ranchipur, urracas, murciélagas, grullas, cernícalas lagartijeras,
perras salchicha, canguras australianas e hipopótamas del río Congo, entre
infinidad de otras hembras oprimidas y por oprimir. Que, todas ellas, todavía
en este siglo XXI, siguen siendo forzadas al sexo con intolerable
desconsideración por los machos de su especie, que van al asunto con salvaje
brutalidad animal en vez de acercarse a ellas con el debido respeto y la
pregunta previa de si están de humor, prenda mía, o les duele la cabeza.
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