Por Jorge Fernández Díaz |
El fantasma de Nisman, tantas veces vejado por sus enemigos,
se levantó de su tumba reciente y ejecutó su jugada suspendida. Su jugada
final. El hecho, sin embargo, sólo entraña gravedad simbólica. Dependerá ahora
de la evaluación del juez y de la energía con que encare la eventual
investigación, y en todo caso se tratará de un proceso largo y escabroso de muy
incierto desenlace.
Las causas judiciales de corrupción en la Argentina -a modo
de parámetro tardan en resolverse un promedio de quince años. Y convengamos que
este gobierno, experto en anomalías y malformaciones, no se sonroja ni se
conmueve por nada: fue capaz de seguir adelante sin siquiera despeinarse con un
vicepresidente procesado, un cepo cambiario, un default técnico, una inflación
galopante, varios muertos y trescientos expedientes por irregularidades,
cohechos y mal desempeño en distintos juzgados del país. Diez meses antes de
retirarse de Balcarce 50, el único peligro estriba en que el cristinismo piense
en tirar del mantel. Pero no parece tener resto ni aliento ni aliados para una
"salida heroica". En su ofuscación y con los números en picada de las
encuestas se les pasa por la mente toda clase de delirios. Por ejemplo,
desempolvar a Braden, que huele a alcanfor, o armar una nueva 125, que los
condujo a una derrota electoral de proporciones. Es cierto que esa
"batalla cultural" le permitió recrear su militancia joven, pero
ahora con la secta no alcanza. Si el proyecto unipersonal de Cristina Kirchner
pretende sobrevivir a diciembre y garantizarle influencia y protección, debe
enamorar a muchos más argentinos que a los "pibes para la liberación"
y a los obedientes de Carta Abierta. Recordemos que no tiene candidato ni
reelección. Y que en su ruinosa retirada, con una sorprendente y letal sobredosis
de autoestima, les declaró la guerra a los jueces, que le perdonaban la vida y
cajoneaban sus dolores de cabeza, y a los agentes de inteligencia, a quienes
incentivó como nunca para manejarse con carpetazos. Muchas veces el
kirchnerismo ganó con un cuatro de copas una partida, pero el jugador de
barajas fue perdiendo su toque mágico; ahora hace malos cálculos, blufea con
migajas y pierde todas las manos. Un proyecto feudal está concebido para ser
eterno y no tener que vérselas nunca con la alternancia ni con la faena última
de los jueces: Cristina hizo todo lo posible para que la Argentina fuera Santa
Cruz, pero no lo consiguió. Y esta tormenta es hija de ese error de apreciación
fundamental.
En las entrañas del propio gabinete se comentan en voz baja
las malas decisiones que toma el timonel. La pifiada más notoria es ese
tremendismo, originado en una mezcla de ira y pavor, que amplifica todos los
problemas. Así como el Gobierno hubiera podido encajar con estoicismo y
relativa serenidad la denuncia y posterior muerte de Nisman, sin caer en esa
compulsión depredadora para imponer su "verdad" y profundizar su
campaña de desprestigio, es también cierto que podría aceptar democráticamente
la Marcha del Silencio como una expresión cívica sin mayores consecuencias.
Pero hizo siempre todo lo contrario: sus tapones de punta agrandaron la
acusación y convirtieron a Nisman en un mártir, y ahora sus insultos a los
manifestantes no hacen más que robustecer la convocatoria. La gran dama es la
más importante propagandista de la marcha del miércoles.
"Estamos entrando en un momento desconocido", se
estremecía el viernes un referente del peronismo al comentar los insólitos
baldazos de nafta que la jefa lanzaba al fuego. Estaba anonadado por esa
provocación suicida, que adjudicaba menos al razonamiento pausado que al
trampolín psíquico que a veces guía la lengua presidencial. Cristina confunde
últimamente la iniciativa con el acto reflejo. "Nosotros somos el amor;
ellos, el odio. Nosotros nos quedamos con el canto y la alegría; a ellos les
dejamos el silencio", declaró desde los balcones interiores de la Casa
Rosada. Ellos y nosotros. Una apuesta a la grieta y a la polarización, mientras
pronunciaba de remate una frase surrealista: "Vamos a seguir pregonando la
unidad de los argentinos".
Para los profesionales que integran el buque oficial,
curtidos en cien refriegas, cartoneros de ideologías y cínicos de corazón,
quizá lo más aterrador sea la constatación diaria de que hay un marcado
deterioro en la conducción estratégica. Tienen un ejemplo muy cerca. Más allá
de la inocencia o culpabilidad de Cristina en el presunto encubrimiento, la
firma del Memorándum de Entendimiento resultó un Waterloo pocas veces visto.
Esa determinación fue tomada en soledad total, impuesta a presión y sostenida
con soberbia frente a los reparos de la mayoría de la comunidad politizada. Fue
el paroxismo de la sordera y del capricho, y esta crisis inédita que hoy está
en las portadas de los principales diarios del mundo deviene también de esa
praxis endogámica y absolutamente agotada.
Otra resolución errada consiste en simular fortaleza extrema
mientras se alarma a la población con un ficticio "golpe blando".
Lógica y semántica. Ningún gobierno fuerte puede temerle a un movimiento
"suave", y a nadie le interesa empujar del poder a quien le quedan
pocos meses para abandonarlo. Al contrario, los opositores más enconados siguen
apostando a su lento y progresivo desgaste, a que los cristinistas se vayan
convertidos en verdaderos cadáveres políticos, y para eso faltan meses de
gestiones fallidas. El nuevo relato se hunde en el puerto, antes de zarpar.
Pero tiene, créase o no, ilustres personajes dispuestos a comprarlo. Algunos de
ellos, que en su momento apoyaron con vehemencia las marchas por María Soledad
y las movilizaciones por José Luis Cabezas, promueven hoy solicitadas para
boicotear la concentración del miércoles. Sólo un movimiento esencialmente
autoritario puede propugnar que una marcha de silencio es un acto de golpismo.
Si marchás por el esclarecimiento de un crimen, sos un destituyente; si te
preocupa la República, sos de derecha; si pensás que hasta un presidente puede
ser juzgado, sos un desestabilizador, y si advertís sobre el atraso cambiario,
sos un devaluacionista. También ese chantaje emocional ha entrado en una
espiral de decadencia. Pero mantiene entusiasmados a pensadores y artistas de
variedades del kirchnerismo, quienes encima dicen luchar contra el poder sin
entender que ahora ellos lo encarnan y adulan, y que se transformaron en lo que
abominaban. Aducen, en el colmo, realizar este boicot en nombre de la
Constitución, la democracia, la justicia, los derechos humanos y la paz de la
República. A la Constitución la hirieron varias veces, a la democracia la
adulteraron, a la Justicia la avasallaron, a los derechos humanos los
ensuciaron, a la paz la alteraron con sus antagonismos feroces y a la República
la combaten día y noche: nunca creyeron en ella.
Vienen produciéndose, en opinión de algunos
constitucionalistas, microgolpes de Estado en la Argentina. Se practican desde
adentro, amparados en un sufragio circunstancial, y suceden cada vez que el
Ejecutivo desoye sentencias o altera el régimen federal, ordena leyes de fondo
y las impone con mayorías automáticas, vulnera las instituciones o extorsiona a
otros poderes del Estado. Hay muchos ciudadanos indignados por este neogolpismo
intestino que viene operando en nuestro país desde hace rato. Los muertos que
vos matáis gozan de buena salud: el fantasma de Nisman es hoy el catalizador de
esos indignados.
© La Nación
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