jueves, 5 de febrero de 2015

En Argentina pagan más impuestos los que menos ganan

Por J. Valeriano Colque (*)
Argentina no es un país fácil de entender. Lo saben todos los que alguna vez intentaron explicar cuestiones muy nuestras a gente venida de lejos, gente habituada a una lectura cartesiana de la realidad.

Quien lo hizo, habrá constatado cuán arduo le resulta al ocasional interlocutor asumir, como nosotros, que por estas latitudes la ley de gravedad suele ser una excepción. ¿O existe un modo mejor de entender por qué en Argentina los que menos ganan tributan como los contribuyentes más acomodados?

La discusión sobre el Impuesto a las Ganancias se desarrolla ante un enorme silencio gubernamental; un silencio esporádicamente roto por los explicadores de turno, capaces de sostener que el salario es ganancia, un razonamiento digno de una mente neoliberal–que los liberales nunca intentaron siquiera–y en el marco de una inflación que se usa para ajustar las obligaciones ajenas y diluir las propias.

Desde el año pasado a este 2015, los trabajadores de la franja asalariada más baja que tributa, casados y con dos hijos, pagarán un 217 % más, debido a que las respectivas alícuotas y bases imponibles de los sueldos permanecieron estáticas.

Para mayor claridad, quien ganaba 16 mil pesos mensuales pagó el año anterior 7.605 pesos de Ganancias; pero con un ajuste por convenio del 30 %, pasó a cobrar 20.800 y deberá tributar 24.115 pesos. Kafkianas delicias de la vida argentina.

Quienes tienen menores ingresos y afrontan cargas de familia tributan más. Si uno supera apenas el mínimo imponible, paga un 27 %, y con un ingreso extra, el 35 %, o sea lo mismo que tributan quienes cobran más de 100 mil pesos mensuales. Se entiende que no pesa lo mismo un descuento del 35 % sobre 25 mil pesos que sobre 120 mil.

No son cuestiones que estén en el centro del debate en países de elevada presión impositiva en los que, sin embargo, los impuestos carecen de carácter regresivo y retornan en servicios públicos de calidad al menos aceptable, sin olvidar las ventajas de una moneda fuerte, a la que la inflación no va fagocitando mes a mes, mientras mina la capacidad de ahorro.

Pero, para colmo del absurdo argentino, hay un aspecto decididamente ideológico que emerge como nuestro mejor chiste de humor negro.

Porque este asalto al salario de los trabajadores lo perpetra un Estado gobernado por quienes, desde antiguos tiempos, vienen sosteniendo que la columna vertebral de su pensamiento pasa por la recuperación del trabajo y la mejora sistemática de los ingresos de los asalariados. Y esto último sí que resulta difícil de explicárselo a cualquiera, porque ni siquiera podemos explicárnoslo a nosotros mismos.

Los que tienen tendrán más mientras el resto tendrá menos

Se cumplieron 30 años (¡30 ya!) de aquel suceso musical que fue We Are The World (Somos el mundo), una iniciativa que reunió a megaestrellas de la canción con el loable fin de ayudar a paliar la pobreza en África. Dicen que fue el mayor éxito benéfico de la historia musical y–proponemos desde acá–la mayor evidencia de que el capitalismo–desde entonces y mucho antes también–avanza en un camino que lo ahogará.

A 30 años de aquel hit, el capitalismo se apresta descorrer un velo siniestro en 2016: el 1 % de la población mundial (70 millones de millonarios) tendrá tanta riqueza como el 99 % restante.

Si no hubieran sucedido la denuncia y la posterior muerte del fiscal Nisman, quizá la prensa argentina hubiera puesto más énfasis en la visita al país del economista estrella (y el más urticante) del momento: Thomas Piketty.

La tesis de Piketty es demoledora: la acumulación de riqueza en un grupo muy pequeño de personas de manera creciente y creciente no es una disfunción del capitalismo, sino una consecuencia natural. El postulado es que R (la renta del capital) será siempre y cada vez mayor que G (r-g), siendo G el crecimiento promedio de la economía. Así las cosas, los que tienen tendrán más, mientras el resto (aun creciendo en su riqueza) tendrá (relativamente) menos.

Como sucedió en Argentina durante el principio del ciclo K, épocas de fuerte crecimiento (G) generan momentos transitorios (o incluso estadísticamente ilusorios) de un cierre de la brecha, pero cuando el crecimiento se ralentiza o desaparece (como sucedió en el mundo desde la crisis de 2008), se hace evidente que el “derrame” es ascendente: los de abajo se van más abajo con relación a lo que acumulan los de arriba.

Aunque no hay muchos datos sobre riqueza acumulada en Argentina, el mapa del ingreso muestra que el 10 % de la pirámide se lleva un 33 % del total. Si a eso sumamos el capital preexistente, la desigualdad es mucho más marcada.

Para peor, en el país ya pasó lo mejor del ciclo económico y el mapa de desigualdad sólo mejoró si se lo compara con 2002. Si lo medimos con el mapa de desigualdad del menemismo, los parámetros parecen calcados: la pobreza sigue en torno al 27 % del total, alineada con los valores de la región donde–allá lejos y hace tiempo–solíamos distinguirnos.

El 1 % de los ricos del mundo debería estar hoy más preocupado que el 99 % restante por empezar los cambios, en serio.

(*) Economista

© Agensur.info

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