sábado, 21 de febrero de 2015

El eco del silencio

El Gobierno, para victimizarse, les subió el precio a los fiscales. Voces K 
críticas de la estrategia oficial.

Por Roberto García
Para muchos, cínicos o experimentados, la formidable marcha por Nisman se agotó en el esplendor del pasado miércoles de ceniza.

E imaginan ahora un regreso a la habitualidad previa a la dudosa muerte del fiscal. Tanto en política como en economía. Sin duda, es un deseo del Gobierno. 

Pero  ese pronóstico no consigna dos datos: l) el trágico episodio se mantiene, preside  contumaz la primera plana argentina hace ya más de  treinta días y 2) son días, también, los que faltan para las primeras renovaciones electorales, sean provinciales, distritales o internas.  Dos trenes en tren de chocar, un cerrojo que impone el tiempo y un cambio radical del cuadro político que imperaba antes del fatal desenlace. Por entonces,  más de un encuestador admitía que el kirchnerismo era la única agrupación con posibilidades de ganar en primera vuelta, de alcanzar la Presidencia sin atravesar una segunda instancia. Números: le otorgaban 35% de voluntades seguras, sólo debía lograr 5% más y que la oposición se dividiera en varios segmentos para no acercarse nunca a menos de diez puntos de diferencia.  Hoy, se bloqueó esa promisoria alternativa cristinista por la acción retardada de un balazo calibre 22.

Solía ampararse Néstor Kirchner en la frase “Con el poder no se jode” para justificar algunos actos egoístas, crueles. Se la copiaron algunos conmilitones y así  puede enmarcarse la falta de amor, respeto y conmiseración que le deparó Cristina a la familia del fiscal muerto. Ni un pésame.  Una represalia familiar para quien se atrevió en vida, claro, a intentar juzgarla y eventualmente condenarla.  Pero aquella frase, luego de la marcha, parece superada por otra: “Si con el poder no se jode, con la muerte tampoco”.   Y sería una forma de entender el acontecimiento  de que media docena de fiscales ignotos hasta en su cuadra vecinal, a quienes ni reconocían los periodistas de la tele que siempre lo saben todo, fueran capaces de arrastrar una multitud a la calle. Al margen de controvertidas historias judiciales que el Gobierno difundió sobre esos fiscales, de las amenazas proferidas, lo cierto es que –entre otros– eran un ex dirigente de Boca (Stornelli), un 4 de Atalaya (Rívolo), un travieso de la Facultad que acaba de disciplinar a Zaffaroni (Moldes), gente a la que además la Presidenta le otorgó una chistosa capacidad golpista, una relevancia improcedente. Ellos ahora sí vuelven a la vida cotidiana casi sin advertir que el silencio,  una máxima de la concentración que promovieron –tal vez porque disponían de poco por decir– fue la herramienta más eficaz para enfrentar a la Casa Rosada. En particular a una Cristina irascible:  no responder, no replicar, no habilitar con una respuesta a quien siempre quiere volver a hablar, a una mujer que desde su propio atril buscaba discutir, confrontar, no sólo para imponer su lectura sino también como ejercicio diario de satisfacción. Alguien que en su último discurso alabó la cultura hormonal, los genitales de oro –en relación con su difunto marido frente a Fernando de la Rúa–, presuntos atributos que no garantizan un mejor gobierno, menos en quien de pronto fue superado en la calle por un ex senador formoseño (frente a La Biela) o le costó sostener más de una pelea oral y agraviante con Hugo Moyano. ¿O acaso se administra mejor porque Julio De Vido trate de boludo a uno de los empresarios en la última reunión a los gritos con la UIA por los pactos con China, o Jorge Capitanich en el mismo lugar mande a callar al ministro Axel Kicillof (sin agregar “Nene”), quizás harto de esa verborragia universitaria que a veces copia la Presidenta?

La fuerza física no impedirá la continuidad del caso Nisman, la imputación a Cristina por el malhadado convenio con Irán, causas judiciales que ahora el oficialismo jura que se apremian cuando, en verdad, fueron contenidas antes de fin de año para no complicar las Fiestas; también aparece cierta revulsión en el peronismo. “¿Este tipo de pelea con la gente es la que nosotros queremos?”, planteó más de un gobernador –que desea conservar o ganar territorio y poder en los próximos comicios, aunque se escude para devaluar la marcha en que “fue una manifestación de la clase media”–. Como si el Gobierno no fuera clase media y con tendencia aristocratizante. También, se supone, sigue el litigio con una estrella novedosa de la política que irrumpió hace dos meses, el ya retirado agente Stiuso, quien pierde cada vez más personal de sus inmediaciones en la ex SIDE a favor de nuevos favoritos de la Casa Rosada. Este Stiuso, una suerte de bomba humana si fueran granadas colgadas de su cuerpo los 277 celulares que estaban a su nombre, ya tuvo su porfía ganadora con un elegido de Macri, el comisario Palacios (el “Fino”), de quien había sido amigo y partenaire hasta que un episodio nunca aclarado de la inteligencia violenta los separó (corresponde recordar que ambos eran considerados y premiados como los mejores profesionales del rubro por el gobierno de los Estados Unidos, entre otros). A su vez, debe alojar todavía el disgusto por la operación cuasimilitar de un escuadrón especial de la Policía Bonaerense que masacró a uno de sus principales colaboradores (el Lauchón Viale), sin que ninguna autoridad superior de la Provincia admitiera responsabilidad en el caso. Menos que presentara la renuncia. Dicen que el gobernador se interesó en esa cuestión sórdida luego, cuando varios equipos de televisión casi desconocidos lo esperaron insólitamente en el aeropuerto de Miami, en zonas restringidas, para testimoniar a los medios su vuelo familiar en un avión privado.

Con Cristina, parece, atraviesa otro capítulo: ante la fiscal, se comenta, el tal Stiuso reconoció que sabía del armado de Nisman para denunciar a la Presidenta por el pacto con Irán, aunque no participaba ni ahondaba en otros detalles que sí atendían colaboradores dilectos. Desde el Gobierno dirán que no le avisó a la Presidenta, quizás una de las razones para echarlo; debe ser nervioso el desencuentro ya que él, prudente, no acepta la protección ni los custodios que le ofrecieron.

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