Por Gabriela Pousa |
“A palabras necias, oídos sordos”
A días de la marcha del silencio, mientras el oficialismo la demoniza e
intenta en vano disiparla, el clima no es bueno en Argentina. Sin embargo, este
“ahora” que nos sorprende con un vicepresidente procesado, una Presidente
imputada, y el resto de los funcionarios sospechados por distintas causas es un
desencadenante directo de lo que ellos mismos han hecho escudándose en el
gobierno.
Cuando todo pasa, generalmente el gobierno actúa como si nada pasara.
Hoy la situación cambió sustancialmente. Pese a que las consecuencias las sufre
el pueblo, es el gabinete presidencial quien está al borde de un ataque
de nervios.
Y es que ha sido tanta la basura barrida debajo de la alfombra que ya no
hay modo de disimularla. Todo es evidencia. La jefe de Estado ni
siquiera niega. Ignora, como si su vida transcurriera en otra Argentina. Posiblemente
dividió al país hasta conseguir su propia Argentina paralela. Lo cierto es que la
gente vive del otro lado donde la realidad se impone al relato.
En varias ocasiones por esa distorsión, la gente marchó. Salió a la
calle, buscó hacerse oír pero la mandataria sufre de sordera voluntaria. Jamás
hubo respuesta. Grupos aislados o convocatorias masivas de ciudadanos
terminaron como termina una obra de teatro. Se baja el telón y al día siguiente
nada varió. La función sigue siendo la misma, y en ella, Cristina sigue siendo
Cristina. Ajena, ausente, autista…
Desde la Plaza de los dos Congresos – colmada después del asesinato de
Axel Blumberg -, hasta aquel 8N en que los argentinos empezaron a reconocer la
diferencia entre ser habitantes y ser ciudadanos vivimos un sinfín de
atropellos y maltratos. Si comparamos con otras gestiones, es dable
afirmar que al kirchnerismo se le ha perdonado demasiado.
Lo cierto es que toda manifestación social fue ninguneada desde
Balcarce 50 como si a ellos no les importara. Pero ahora no es un reclamo
aislado. Nos topamos con un muerto. Y un muerto obliga, exige, impulsa, y
golpea.
Considerando la reacción apática que el oficialismo daba a la
metodología social, se podría creer que una marcha no molesta ni les altera
nada. Sin embargo, la fatua y vulgar verborragia que salió como una
balacera de la Casa Rosada muestra una dirigencia alterada, devastada. Ellos
solos se ponen el traje a rayas.
Ahora bien, si ninguna movilización les produzco escozor, ¿por qué ahora
esta reacción? La respuesta es simple: no es eterna la impunidad.
Quizás es la primera vez que los ministros, y la misma Presidente advierten que
la fiesta está llegando al final, que perdieron toda chance por estirarla y
quedarse un poco más.
Como dice el refrán “más vale tarde que nunca“. El Poder
Judicial se les empieza a retobar. Se envalentonan. En este mismo espacio
avisamos que empezaba el tiempo de ponerse los pantalones largos. Frente
a eso, la desesperación oficial. Saben que la convocatoria del 18F será
silenciosa pero hará hablar al fiscal que ya no está.
Alberto Nisman va a decir tanto desde su sepultura como lo hubiera dicho
en el Congreso Nacional. Ahí está el problema. La conmoción provocada en la familia judicial
lleva al occiso al tribunal y sienta en el banquillo a Cristina Kirchner,
Héctor Timerman y otros laderos que merodean el despacho presidencial. Nadie
se atreve a especular hasta adonde llegará la trama. La historia es larga.
Nunca se vivió nada igual, y nos ha tocado ser protagonistas de
esta inédita ignominia. Consecuentemente, hay que actuar. Esto no implica
ningún golpe, ni duro ni blando. Se trata apenas de una demostración de sanidad
y madurez social.
Después de 12 años, el miedo no puede ser excusa para guardarse. Si hoy
se indaga sobre la conducta de la gente durante la dictadura militar, sepamos
que mañana se nos indagará para saber qué hemos hecho durante la
barbarie de los K.
Un corazón detenido provoca miles de latidos. Es como si Nisman
hubiera donado sus órganos a un pueblo enfermo y apático que ya casi ni sentía
los cachetazos que le propiciaran a diario. Somos la mujer golpeada
por el marido que perdona, y vuelve al hogar porque es más difícil
independizarse que cicatrizar.
Todo tiene que ver con todo, y no en vano dinamitaron la cultura
del trabajo e impusieron la ley del mínimo esfuerzo. Ese trastrocamiento es
funcional a sus deseos. El ambiguo: “¡Bienvenido Estado que tanto mal has
provocado!”.
Con tal de no trabajar aguantamos las valijas de Antonini Wilson, las
aduanas paralelas, las coimas de Skanska, la alianza con Venezuela, las bóvedas
de Lázaro, las falsas promesas, y el siniestro clientelismo que confirma la perpetuidad
de la pobreza. Ahora vemos cuán alto es el costo de dedicarse
únicamente a la computadora, al celular y al control remoto.
Nadie que marche por recuperar la dignidad, los valores y resucitar la
República que han matado está ejerciendo un acto subversivo ni nada parecido. Si se observa
detenidamente, las marchas pudieron generar presión, pero no los obligaron a
cambiar el modo y el cómo hacen tanto daño.
Sabemos que luego, el Ejecutivo, apelará a su artilugio preferido: el
gatopardismo. Es parte del circo. No menguará el ataque. Por el
contrario, redoblarán la apuesta, y vendrán meses oscuros para los argentinos.
La guerra de bandos es la concepción política kirchnerista por
antonomasia y estamos en plena batalla. Todo se convierte en un Boca-River. Es
factible que la patada que le diera el ex mandatario a los soldaditos de
Máximo, más que un símbolo sea una radiografía de cómo actúan cuando algo les
interfiere el paso. Avasallan. No les importa nada.
Pueden perder una contienda, pero cuando eso sucede es inexorable la
venganza. Venganza que, en el año 2003, sintieron las Fuerzas Armadas al ser
descabezadas sin causa.
Escasos fueron los argentinos que entendieron el significado de ese
desgüase. Sin embargo, ese fue el comienzo de aquello que el kirchnerismo haría
durante todo su mandato: desmantelar las instituciones, apoderarse de sus
funciones, y manejarlas a conveniencia de sus intereses personales. Lo hicieron
al asumir, lo siguen haciendo al partir.
Pero a nadie le interesa la calidad institucional cuando hay dinero para
consumir y evadirse. Cuando iniciaron el desmantelamiento de las
Instituciones, la gente estaba distraída con el “veranito” que la reina soja y
los comodities le sirvieron en bandeja al kirchnerismo. Nadie se daba cuenta o
nadie quería darse cuenta.
El Congreso devino escribanía, el Poder Judicial fue el fiel reflejo de
Norberto Oyarbide y su anillo, y todo bajo el manto sagrado del garantismo.
También fueron por la Iglesia. Jorge Bergoglio, por ese entonces
Arzobispo de la Argentina, pasó a ser el “demonio con sotana” y el “jefe de la
oposición” , oposicion que en rigor era un ente indefinido y desorientado
frente la habilidad y rapidez del Ejecutivo para lograr sus caprichos. La Corte
decapitada y el matrimonio igualitario fueron algunas de las venganzas.
La movilizaciones se produjeron cuando todo y nada estaba sucediendo.
Todo, porque la gente en forma masiva daba evidencia empírica de su
condición ciudadana. Y nada, porque al otro día, la Presidente volvía a
ningunear a la sociedad con un relato autoreferencial, soberbio y falaz.
En lo inmediato no hubo cambios pero aun así, las convocatorias
sumaron, oxigenaron esperanzas asfixiadas y despertaron conciencias
anestesiadas. Marchar puede no resolver el corto plazo pero hace que se viva y
se muera con dignidad.
Cuando el Tribunal condenara a Sócrates, – cuyo
inconformismo lo impulsó a enseñar a discernir y pensar en libertad -. no faltó
la irrupción de Critón proponiéndole fugarse sobornando jueces y acudiendo al
cohecho y la venalidad.
Si Sócrates hubiese aceptado esas condiciones, hubiera auto-aniquilado
su esencia, la mayéutica y sobre todo, la verdad. La decisión de morir tal como
vivió fue la resurrección de la democracia ateniense.
Quizás la muerte de Nisman redima la bastardeada democracia argentina. Y
finalmente, la actitud de la gente marcará el destino que tendremos
cuando – en el último round -, el kirchnerismo caiga por nocaut.
Mientras, es el ciudadano común quien debe impartir el espíritu
democrático porque el gobierno siembra violencia en cada uno de sus actos. Es
bueno recordarle que la calle ya no le pertenece a ningún “ismo”. Y es
sabido que una cosa son los derechos fundamentales de todos, y otra las
ambiciones y proyectos políticos de algunos.
Desde luego, la legitimidad de la movilización tendrá su punto culmine
cuando se abran las urnas en octubre. La duda que siempre queda es
saber si al menos, de este incordio inédito, saldremos habiendo aprendido algo…
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