Por Gabriela Pousa |
Balcarce 50, Casa de Gobierno: todos se miran con recelo. La
credibilidad de la sociedad en ellos ha muerto, pero también pereció la
confianza interna que alguna vez tuvieran, suponiendo que fuese sincera. Fingir
es un verbo cotidiano en los despachos, la capacidad de inventiva para generar
un nuevo capítulo del relato, y que al otro día los medios y la calle no se les
rían, es el desafío más intrincado. Saben que están al limite pero no
saben que hay del otro lado.
Se consuelan y tranquilizan diciendo: “Nadie va preso en Argentina
mientras se está en posesión de un cargo“. Es cierto, sin embargo, los
almanaques vencen rápido. Diciembre está a la vuelta de la esquina. “Hay
que empezar a salvarse porque después puede ser tarde”, es el pensamiento
mancomunado de quienes merodean a la Jefe de Estado.
Recuerdan nostálgicos los tiempos en que había algo capaz de frenar
sospechas, denuncias, imputaciones, acusaciones que, en la confusión reinante,
tienen sabor a caso cerrado, sentenciado. Extrañan los días en que la
caja los salvaba de cualquier naufragio. Con la caja distraían a la ciudadanía.
Con la caja tuvieron contentos a los gobernadores de provincia, con la caja los
intendentes y barones del conurbano eran siempre de la partida.
Hoy, la realidad es distinta. Con las arcas vacías la “amistad” termina. Están
solos, el Frente para la Victoria es apenas un sello de goma. “La unión hace la
fuerza”, y si algo escasea en Balcarce 50 es unidad. Consecuentemente, la
debilidad hace mella. Están perdidos en el laberinto en que ellos mismos se han
metido. Al rompecabezas le faltan piezas, no pueden ver la imagen
completa.
Pero no hay nada nuevo, nada que la Presidente no supiera: desde las
escuchas del fiscal Nisman hasta las fidelidades destruidas de los espías. Cristina
podía hacerse la que no sabía o no querría saber porque las consecuencias,
antes o después, se les vendrían encima. Como sea, debió saber. Pero dejó
hacer. Fue cómplice o no cumplió con los deberes de la función pública. Nada la
absuelve, por el contrario.
La soberbia no le permitió rodearse de asesores probos, prefirió a los
obsecuentes. La mediocracia se instaló esparciéndose por los cuatro
puntos cardinales. Hoy, los manotazos de ahogado que vienen dando están
dejando demasiados ahogados. Del baúl de los lugares comunes, del arcón de
emergencia, saca la vieja fórmula: “yo o el caos” pero entonces se da
cuenta que no hay disyuntiva. El caos es ella.
Está atrapada en si misma, ya está entre rejas aunque no sean
estas las que se ven en una penitenciaría. Esposada a sus circunstancias,
no encuentra la llave para emprender su huída. Argentina sufre y va a sufrir la
furia de esa impotencia y perfidia.
Dibuja y desdibuja un mapa con las posibles salidas pero ninguna la
convence en demasía. Quedarse hace mucho dejó de ser opción. Pese a
hallarse en un atolladero, sigue disfrutando de algo que a esta altura debiera
ser impensado: marcar la agenda, y así establece la polémica de
sobremesa.
Desde hace unos días solo se habla de “golpe” como si se tratara
de naderías. Volvemos a comprobarlo: no se ha aprendido lo suficiente
del pasado. Ya nos habían inculcado vocablos vencidos. Ahora, la derecha y la
izquierda son moneda corriente aunque nadie sepa donde está parado. El
gobierno quedó sin identidad: lo corren por uno u otro lado, lo mismo da.
El golpe tal como se concibiera antaño es una utopía pero sirve a un
fin: que no se hable del fiscal muerto, que la inflación siga solapada por
escándalos, y la inseguridad cotidiana no ocupe tanto espacio en los diarios.
Así como la Justicia es un concepto sin gradación – no puede haber mucha
o poca justicia, la hay o no -, el golpe duro o blando no es sino una
trampa, un recurso gramatical del que se vale la Presidente para justificar lo
injustificable.
Pese a estar en una órbita distinta a la de la gente, Cristina sabe cómo
reacciona esta según los temas preeminentes. Supo el efecto que
lograría con el vestido negro, el luto prolongado, y la puesta en escena de un
velatorio donde se cerró el cajón para que el muerto no opaque su rol. Supo
manejar la lágrima, la salud, la enfermedad y la recuperación en el momento
indicado. Puede volver a sufrir una recaída si la ocasión lo amerita.
Aún así, parece que por momentos se les sueltan las riendas. Salen con
los tapones de punta descubriendo América. Y ya a nadie le interesa. No
despierta ni sorpresa. A los ciudadanos no los desvela Jaime Stiuso ni
tendrán en cuenta, a la hora de votar, el contrabando que se le adjudica
después de doce años de ayudas mutuas. Stiuso fue hasta ayer un
funcionario dependiente de la Presidencia. Si no sabían qué hacía, la
responsabilidad política les cabe por ineficiencia e inercia, así como le
cupo a Anibal Ibarra la tragedia de Cromagnon. Por acto u omisión.
Pero qué pasa, podemos ver que Ibarra sigue como si nada, opina, y hasta
se postula. Ni por vergüenza dejó la vida publica. Este es el mejor
ejemplo para entender por qué toda esta trama de espionaje y denuncias es una
novela del mismo guionista que escribió el relato oficialista.
Pasará como pasa todo en Argentina. Nadie hablará de más, nadie
elevará el dedo acusador sin acuerdos previos con el enemigo que hasta hace un
rato era un socio, porque los negocios – como los sueños – fueron compartidos.
No habrá golpe blando, duro, auto infringido, foráneo, ni de ningún
tipo. El golpe fue elegido para hacernos perder tiempo, algo que
sabemos hacer perfecto. Cristina es necia pero no masca vidrio aunque de pronto
parece estar tentada a hacerlo.
Los negociados de Stiuso no tapan los suyos. No hay
“nenes de pecho” en este cuento. No hay bueno que viene a salvarnos en la
película, a tal punto son todos malos que el final es tan predecible
como el quién pagará el costo de esta guerra tan grotesca.
Alberto Nisman se llevó a la tumba el nombre de su sicario. Si salió del
lado del gobierno, del de Stiuso o de un iraní que estaba de paso, no cambia el
escenario porque el fiscal debía estar custodiado. Y de eso se ocupaba el Poder
Ejecutivo. Lo hizo mal o no lo hizo. Lo demás es el tinte que le otorga el género
al film que estamos viendo.
No es ciencia ficción porque la sangre no es tinta de color. Es
drama, y es terror porque se deduce que la vida no vale un peso. Después de más
de un mes, la fiscal cita a quien dijo que Nisman murió víctima de un ataque de
celos. Hay que estar muy enfermos…
Finalmente, denunciantes, denunciados, espías y espiados estarán
dentro de la misma bolsa cuando por implosión todo se acabe, y deje apenas una
página negra en los anales. Tanto dar vueltas para morderse la cola, terminarán
clavándose los colmillos hasta el último suspiro.
Y la gente… La gente ajena, atónita, tratando de salvar su
propia honra.
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