martes, 10 de febrero de 2015

Crimen organizado

Por Román Lejtman
Un presidente corrupto es denunciado en los tribunales federales. Sus espías civiles manejan fondos sin control y recomiendan coimear al juez de turno y distribuir publicidad oficial o sobres rebosantes de dinero negro a productoras que tienen en nómina a periodistas que operan en medios oficiales y privados. Esa ‘cadena de la felicidad’ protege al presidente corrupto, multiplica los niveles de impunidad de los servicios de inteligencia y quiebra la ética de las convicciones de los periodistas que participan de la maniobra. 

Este modelo de crimen organizado estalló cuando Cristina decidió cambiar las reglas e introducir una variable militar que transformaba a la Reina en la pieza clave del juego más corrupto y secreto de la democracia.

Carlos Menem inició la primera fase de esta cadena de la felicidad. Nombró jueces federales, designó fiscales, dispuso millones de dólares desde la SIDE y tuvo la complicidad de medios influyentes que prefirieron el silencio o la omisión ante la supuesta modernidad económica que se vendía en Balcarce 50. Fernando de la Rúa mantuvo el status quo y Néstor Kirchner transformó a los espías civiles y a caracterizados miembros de su gabinete en ágiles operadores que reclutaban a magistrados oscuros, periodistas con renombre y a los desconocidos de siempre.

Kirchner estaba obsesionado por la información, y no le importaba su origen o sentido político. Si alguna vez podemos entrar a las catacumbas de la ex SIDE, será fácil probar que el ex Presidente peronista ordenó un control de la democracia que no tiene antecedentes históricos. Kirchner sabía que la información es poder, y tras ese objetivo político, transformó en humo la ética que deben tener los mandatarios.

CFK mantuvo alimentado al Leviatán, pero desconfiaba de sus paseadores. Y todo estalló cuando firmó el Memo de Entendimiento con Irán. Jaime Stiuso, jefe informal de los espías civiles, se transformó en su enemigo mortal. No era que Stiuso estuviera preocupado por la geopolítica o el valor de la justicia, sino que el acercamiento a Teherán limitaba su influencia y achicaba su caja secreta para repartir entre jueces, fiscales, periodistas y políticos. Cristina y Stiuso no pelearon por la ética democrática, se trenzaron en una batalla campal para preservar sus espacios de poder en las cloacas del aparato político.

El general César Milani pretendió ser el alter ego de Stiuso. Sueño improbable, por formación, experiencia y modos. Ambos estuvieron involucrados en la represión ilegal, pero Milani tiene acusación formal y Stiuso hasta ahora no tiene causas abiertas por crímenes de lesa humanidad. El espía militar y el agente civil son una tragedia para la democracia, y su poder aún está vigente por la cantidad de actos ilegales que ejecutaron por orden de la Casa Rosada.

La muerte dudosa del fiscal Alberto Nisman alumbró esta puja de poder que pone a la democracia en su hora más compleja. Si no limpiamos estas cloacas, todo estará perdido para siempre. Y sólo bastará un poco tiempo y otra tragedia institucional para caer en un modelo de estado fallido que sólo nos causará más tristeza y dolor. La reforma oficial a los servicios de inteligencia es una pantomima. No permite el control de los fondos reservados, traslada las escuchas a un organismo manejado por la nomenclatura K y niega la apertura de los archivos secretos para proteger a los funcionarios corruptos que operaron y se beneficiaron con el carnaval de los espías. Es el mismo perro con distinto collar.

La marcha del 18 de febrero será un tributo a Nisman, al margen de ciertos fiscales convocantes que aprovechan la oportunidad para blanquear un pasado que es conocido y repudiable. La justicia y la ética tiene sus tiempos, pero siempre llega. Todo lo demás, es un cuento chino.

© El Cronista

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