Por Román Lejtman |
Un presidente corrupto es denunciado en los tribunales
federales. Sus espías civiles manejan fondos sin control y recomiendan coimear
al juez de turno y distribuir publicidad oficial o sobres rebosantes de dinero
negro a productoras que tienen en nómina a periodistas que operan en medios
oficiales y privados. Esa cadena de
la felicidad protege al presidente corrupto,
multiplica los niveles de impunidad de los servicios de inteligencia y quiebra
la ética de las convicciones de los
periodistas que participan de la maniobra.
Este modelo de crimen organizado
estalló cuando Cristina decidió cambiar las reglas e introducir una variable
militar que transformaba a la Reina en la pieza clave del juego más corrupto y
secreto de la democracia.
Carlos Menem inició la primera fase de esta cadena de la
felicidad. Nombró jueces federales, designó fiscales, dispuso millones de
dólares desde la SIDE y tuvo la complicidad de medios influyentes que
prefirieron el silencio o la omisión ante la supuesta modernidad económica que
se vendía en Balcarce 50. Fernando de la Rúa mantuvo el status quo y Néstor
Kirchner transformó a los espías civiles y a caracterizados miembros de su
gabinete en ágiles operadores que reclutaban a magistrados oscuros, periodistas
con renombre y a los desconocidos de siempre.
Kirchner estaba obsesionado por la información, y no le
importaba su origen o sentido político. Si alguna vez podemos entrar a las
catacumbas de la ex SIDE, será fácil probar que el ex Presidente peronista
ordenó un control de la democracia que no tiene antecedentes históricos.
Kirchner sabía que la información es poder, y tras ese objetivo político,
transformó en humo la ética que deben tener los mandatarios.
CFK mantuvo alimentado al Leviatán, pero desconfiaba de sus
paseadores. Y todo estalló cuando firmó el Memo de Entendimiento con Irán.
Jaime Stiuso, jefe informal de los espías civiles, se transformó en su enemigo
mortal. No era que Stiuso estuviera preocupado por la geopolítica o el valor de
la justicia, sino que el acercamiento a Teherán limitaba su influencia y
achicaba su caja secreta para repartir entre jueces, fiscales, periodistas y
políticos. Cristina y Stiuso no pelearon por la ética democrática, se trenzaron
en una batalla campal para preservar sus espacios de poder en las cloacas del
aparato político.
El general César Milani pretendió ser el alter ego de
Stiuso. Sueño improbable, por formación, experiencia y modos. Ambos estuvieron
involucrados en la represión ilegal, pero Milani tiene acusación formal y
Stiuso hasta ahora no tiene causas abiertas por crímenes de lesa humanidad. El
espía militar y el agente civil son una tragedia para la democracia, y su poder
aún está vigente por la cantidad de actos ilegales que ejecutaron por orden de
la Casa Rosada.
La muerte dudosa del fiscal Alberto Nisman alumbró esta puja
de poder que pone a la democracia en su hora más compleja. Si no limpiamos
estas cloacas, todo estará perdido para siempre. Y sólo bastará un poco tiempo
y otra tragedia institucional para caer en un modelo de estado fallido que sólo
nos causará más tristeza y dolor. La reforma oficial a los servicios de
inteligencia es una pantomima. No permite el control de los fondos reservados,
traslada las escuchas a un organismo manejado por la nomenclatura K y niega la
apertura de los archivos secretos para proteger a los funcionarios corruptos
que operaron y se beneficiaron con el carnaval de los espías. Es el mismo perro
con distinto collar.
La marcha del 18 de febrero será un tributo a Nisman, al
margen de ciertos fiscales convocantes que aprovechan la oportunidad para
blanquear un pasado que es conocido y repudiable. La justicia y la ética tiene
sus tiempos, pero siempre llega. Todo lo demás, es un cuento chino.
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