Por Manuel Vicent |
La cultura moderna consiste en que las agujas magnéticas de
todas las brújulas se han vuelto locas y señalan en todas las direcciones al
gusto de cualquier explorador, que se haya extraviado en la propia niebla.
Perdidos en la ciudad todos los semáforos están en intermitente y ese parpadeo
amarillo da paso franco al primero que aporte un sueño loco o divertido, como
el que impone a la brava en un cruce el morro del coche.
El semáforo rojo marcaba antes la libertad de los otros,
pero hoy la gente se siente más libre en medio del atasco y cree tener derecho
a ir en sentido contrario si le apetece.
En las encrucijadas de la ciudad algunos prohombres
benefactores de la humanidad están en los pedestales con el brazo de bronce
extendido en el aire señalando a una determinada dirección. Pueden ser
conquistadores a caballo, héroes revolucionarios, que hasta ahora han dirigido
el tráfico de la historia con mucha autoridad.
Marx, Lenin, Stalin y otros visionarios exhibían un dedo
autoritario hacia el futuro que estaba enfrente. Hace mucho que sus pedestales
fueron derribados.
En cambio, las estatuas de artistas, literatos, científicos
y políticos liberales suelen tener un libro en la mano izquierda y con la
derecha levemente separada del cuerpo apuntan hacia el suelo, y allí donde
parecía haberles caído una moneda de oro, hoy solo señalan una mierda de perro.
Ya no existen agujas que indiquen el Norte, ni maestros que
marquen con el dedo una enseñanza ni revolucionarios que guíen con el brazo de
bronce nuestro destino.
En el Shanghái de Mao ha habido decenas de muertos en una
estampida que produjo el delirio de una lluvia publicitaria de dinero falso. En
el horizonte parpadea un intermitente a merced del que crea que los deseos se
cumplirán por el mero hecho de haberlos soñado. Feliz 2015.
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