miércoles, 7 de enero de 2015

Se necesita más de la región y de la política económica propia

Por J. Valeriano Colque (*)
En 2009, producto de la crisis internacional desatada tras la quiebra de Lehman, el PIB de la Argentina registró una caída del orden del 3 % y la producción industrial de 6,4 %. 

Aquel fue un parate brusco pero breve y explicado principalmente por el factor externo, con un PIB mundial que experimentó en ese momento una retracción de 0,4 %. 

En este 2014, los datos de la recesión se aproximan cada vez más a los de aquel año, pero con tres diferencias relevantes:

a) A esta altura de 2009 la economía se encontraba en franca recuperación y ahora esto no ocurre;
b) El impacto sobre el mercado de trabajo es mucho más fuerte en esta recesión que en aquella, con una tasa de empleo que retrocede 1,6 puntos porcentuales desde el tercer trimestre de 2013, cuando en 2009 había disminuido 0,3 puntos porcentuales;
c) En aquella recesión el rebote de 2010 fue notable, con un PIB que creció 8,7 %, mientras que ahora las condiciones externas e internas de la economía no permiten augurar nada parecido, aun en caso de un rápido arreglo del litigio con los “fondos buitre”.

Hay dos razones por las que un eventual rebote de la economía el año próximo habrá de quedar muy lejos de la referencia de 2010: en primer lugar, el origen de aquella recesión fue fundamentalmente externo y así como el PIB mundial cayó 0,4 % en 2009, pasó a subir con gran fuerza (5,2 %) el año siguiente, remolcado por los paquetes de estímulo aplicados por los distintos gobiernos. En segundo lugar, los determinantes internos que llevaron a la actual recesión no han sido removidos en lo fundamental, computando aquí la elevada inflación de origen fiscal que afecta el consumo, la falta de competitividad que impide al sector exportador actuar como locomotora y los controles cambiarios que traban decisiones de inversión. Salir de la situación del default selectivo puede ayudar a convivir con esos desequilibrios, pero no habrá de resolverlos.

Si nos ubicamos a mediados de 2009 y vemos el antes y el después de aquella recesión, las diferencias aparecen con nitidez. En mayo de aquel año la producción industrial caía 7 % interanual, y un año después aumentaba un 9 %. ¿Cuáles fueron los determinantes de ese comportamiento?: en mayo de 2009 el comercio mundial se hundía 18 % interanual, el precio de la soja 20 % y las importaciones de Brasil caían 40 %. Un año después (mayo de 2010), el comercio mundial crecía al 19 % interanual, las importaciones de Brasil 53 % y el precio internacional de la soja, aunque reaccionaba más lentamente, ya exhibía tendencia alcista, cerrando el año con una mejora de 19 %. Esas condiciones, más factores internos que se detallan abajo, debían dar lugar a un rebote de esa magnitud. Dado que en 2014 no transitamos una recesión mundial, tampoco hay expectativa de un repunte significativo de las variables consideradas.

Es probable que en 2015 el ritmo de crecimiento global ascienda un peldaño, hasta un nivel cercano al 3,5 % anual (salvo una crisis financiera en la Eurozona o en China), pero esto no alcanzará para dinamizar variables como el precio de la soja o las importaciones de Brasil.

Justamente, como el “viento de cola” ha menguado, se necesita mucho más de la región y de la política económica propia para garantizar un punto de inflexión. Un replanteo del Mercosur que permita una mayor integración a las cadenas globales de valor sería un instrumento clave, pero habrá que esperar definiciones de Dilma en Brasil, ya que en nuestro país esto no forma parte de la agenda de las autoridades.

Así, resalta todavía más la falta de herramientas de política económica. Antes, por lo menos, las recesiones “servían” para mejorar la cuenta corriente de la balanza de pagos. Ahora, por la impotencia exportadora que muestra el país, el déficit se profundiza, hasta alcanzar el 1,7 % del PIB en el acumulado de cuatro trimestres. Esto le pone un techo a la eventual recuperación de 2015, porque aun en un escenario de arreglo temprano con los holdouts, habría primero una normalización de importaciones (y de pagos atrasados), hoy fuertemente reprimidas, por lo que el déficit de cuenta corriente podría rápidamente duplicarse. Pasaría a un nivel (3 a 3,5 % del PIB) a partir del cual el sector externo vuelve a condicionar la evolución de la macro, al margen del monto de reservas del Banco Central.

El deterioro del sector externo ocurre en espejo con la declinación del ahorro nacional, fenómeno directamente asociado al creciente desequilibrio fiscal. Si bien la recuperación pos 2009 estuvo muy apoyada en la economía global, también ayudó la política anticíclica aplicada internamente, posiblemente porque en el momento de la crisis la Argentina conservaba resultados positivos en el plano fiscal. Ahora, el gasto público crece 12 puntos por encima de los ingresos genuinos (42,3 % versus 30,2 %) en el acumulado de 12 meses y el déficit primario (antes del pago de intereses) escala a 3,5 del PIB, financiado con emisión. Bajo esas condiciones, no debería extrañar que la llamada política anticíclica hunda más a la economía en el pantano, antes que sacarla.

La magnitud de las tareas frente a tamaños desequilibrios, en un contexto de creciente incertidumbre en relación al mapa político de 2015 en adelante, pueden estar haciendo mella sobre el ánimo empresarial. En este sentido, los malos datos recientes del frente laboral pueden ser producto no sólo de la recesión, sino también de un deterioro en las expectativas.

Sólo por una razón estadística la tasa de desempleo subió apenas de 6,8 a 7,5 % entre el tercer trimestre de 2013 y el de 2014. Para llegar a ese resultado debió computarse un controversial “desaliento” en la búsqueda de trabajo de 362 mil personas. Sin ese ingrediente, la tasa de desempleo habría llegado a 10,4 % en el país, y a 14 % en el conurbano bonaerense. Esto surge de una fuerte merma de 1,6 puntos porcentuales en la tasa de empleo, que pasó de 42,9 a 41,3 % de 2013 a 2014 (tercer trimestre). En la recesión de 2009, ese deterioro fue de apenas 0,3 puntos porcentuales.

Puede argumentarse que esto es temporario, que el tercer trimestre estuvo dominado por los choques con el juez Griesa, y que un rápido arreglo con los holdouts será suficiente. Sin embargo, pese a la devaluación de enero, el costo laboral en dólares es 45 % superior al de 2009, lo que desincentiva la creación de empleo. Además, el cuarto trimestre arrancó “con el pie izquierdo”, ya que los datos de producción industrial de octubre (- 6,4 % interanual, según Orlando Ferreres) empeoran la caída del tercer trimestre (-4,6) y la intensificación de los controles cambiarios puede estar teniendo un efecto de enfriamiento adicional del nivel de actividad. Como se ve, jugar todas las fichas a un pleno (acuerdo con los “buitres”) puede no ser aconsejable. Entre otras cosas, porque la posición negociadora del país estará cada vez más débil (habrá más urgencia por arreglar), lo que no pasará inadvertido a los ojos de estos litigantes.

(*) Economista

© Agensur.info

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