Todo huele mal en
torno a la muerte del fiscal. Su denuncia. Las cartas de Cristina.
Las bandas
de los espías. Y un Estado cooptado.
Por Beatriz Sarlo |
Pandilla. A Nisman le dieron pistas falsas. Lo sostuvo la Presidenta y también una
autoridad jurídica como
Zaffaroni, ecuánime evaluador de cualquier cosa que concierna al
kirchnerismo. A su vez, Nisman, hace cuatro años, calificó como falsa la denuncia
de Pepe Eliaschev sobre las negociaciones secretas con Irán. O
sea que la que había sido “una falsedad” se convirtió más tarde en el
núcleo de sus acusaciones a la Presidenta y al canciller. Nisman afirmaba
en su escrito que existía un plan para encubrir a los imputados iraníes.
Y daba
los nombres de una pandilla: D’Elía, Esteche, Yussuf Khalil, el camporista del
riñón presidencial Andrés Larroque, Héctor Luis Yrimia y Allan, de quien
todavía no podemos estar seguros si servía o no al Gobierno, estuviera o no en
la nómina de la SI. En caso de que las operaciones hayan sido confiadas a esos
sujetos, el panorama es tétrico.
Epistolario. El apresuramiento de Nisman por regresar a la Argentina abre preguntas
todavía sin respuesta. Muchos kirchneristas se conduelen
por una hija suya que estuvo tres horas sola en el aeropuerto
de Barajas, como si éste, y no la muerte violenta de su padre, fuera el trauma
de esa criatura.
La Presidenta, en su primera
carta a los argentinos, no se olvida de mencionar a sus dos
vástagos, Flor y Maximito, pero no tiene una palabra para la familia
del fiscal. Todo sucede en esa carta como si quien la escribió fuera
insensible. A la Presidenta le falta imaginación moral.
El estilo de esa primera carta es el de una enredada divagación, cuya
chatura no impide que todo suene inapropiado y casi delirante. ¿La
Presidenta no sabía que su carta iba a ser leída como la reacción oficial del
gobierno argentino en el exterior?
De la segunda
carta de la Señora Presidenta mejor no hablar. Nisman fue un
cabeza de chorlito que le hizo caso a Stiuso (sólo porque así se lo había
ordenado Néstor Kirchner) y si la Argentina le vende granos a Irán en algún momento,
la Señora, con previsora táctica, le indica a la AFIP la lista de las empresas
exportadoras. Si la primera carta era insensata, ésta es cruel y vengativa.
Cristina Kirchner no escribe a la altura de la función que desempeña.
Llora por mí, Argentina. En la marcha del
lunes pasado en Plaza de Mayo, vi un cartel que decía: “Nisman no se
suicidó. Lo mató el miedo a la verdad”. Aunque se gritaban insultos a la
Presidenta y su movimiento histórico (otro cartel: “Gobierno asesino y ladrón,
mataste a Nisman”), había más gente emocionada y confundida que
colérica. Muchos se abrazaban, buscando un cuerpo a cuerpo, un colectivo,
un sujeto cuyo plural superara la confusión. Muchos lloraban.
Cuando los ciudadanos creen entender qué sucede, incluso cuando se
equivocan, esta creencia es tranquilizadora. Por el contrario, cuando no se
entiende, poco sirve atribuir una culpa a alguien. Esa noche en la Plaza,
quienes culpaban al Gobierno no podían encontrar un relato que apoyara esa
certeza, porque los fragmentos de “datos” y “hechos” pertenecen todavía hoy a
una esfera oscura y cambiante.
La pesadilla no es sólo lo sucedido. La pesadilla es no entender lo que
sucedió. Las pruebas que iba a presentar Nisman hablan de un pacto cuyos
frutos serían de todos modos injustos para con las víctimas e irrisorios en
términos de interés nacional. Si la denuncia de Nisman tenía bases ciertas, nos
vendíamos barato.
El juego peligroso. Quizá dentro de veinte años, un historiador escriba este capítulo
de nuestra política internacional señalando dos ejes: el amateurismo de la
conducción diplomática local y el giro de la Argentina dentro de las zonas de
influencia planetarias. En ese giro, el amateurismo argentino creyó que podía
comportarse como país “grande” cuando, en realidad, ponía en práctica una
estrategia poco responsable para un país que es tercera línea en la geopolítica
mundial.
Y por si esto no alcanzara, están los espías y los servicios de
inteligencia, una estructura de poder desconocida que cambió de
jefe en diciembre. Ese cambio fue un presagio. Algo iba a
suceder porque, sencillamente, nadie previó la enorme dificultad de
reformar un servicio de inteligencia cuyos jefes no quedan nunca del todo a la
intemperie. Mayor dificultad todavía si el nuevo jefe designado no es un
experto. Mayor aun si, frente a un organismo típicamente corporativo como son
los servicios, la Señora se ocupa de la única corporación que le quita el
sueño: el periodismo y la megaempresa de Magnetto.
Argumento para Walsh. En su segunda carta, la Presidenta afirma que
la operación contra el Gobierno no consistió en la denuncia de Nisman,
promovida por Stiuso, sino en su asesinato. Las acusaciones del fiscal fueron
simplemente un motivo aparente para que se pensara que sus (futuros)
asesinos provenían del Gobierno.
Flor de trama para quien quiera ser el Rodolfo Walsh de
esta etapa, aunque desconfío que haya aspirantes en el kirchnerismo. Walsh
investigó el caso Satanowsky denunciando a los servicios y a un general del
Ejército. Casi sesenta años después, sujetos igualmente protegidos por años de
impunidad y chapucería política intervienen ya no en la disputa por la
propiedad de un diario (como sucedió en el asesinato de 1957), sino en
una guerrilla cuyo escenario son los niveles más altos del Estado.
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