Por Alberto Salcedo Ramos (*) |
El linchamiento del día en Twitter tiene como condenada a
María Luisa Piraquive, fundadora de la iglesia MIRA, por haber objetado la
presencia de minusválidos en el púlpito de sus templos.
El tema es “tendencia” en esa red social, gracias a un alud
de tuits variadísimos que incluyen maldiciones, obscenidades, sátiras. A la
señora Piraquive se le exige tolerancia en un tono tan intolerante como el que
ella utiliza en sus prédicas.
Un tuitero se pregunta cómo es posible que la líder
religiosa discrimine a los inválidos, cuando ella, al no tener cerebro, es
discapacitada; otro expone su deseo de que la señora se cercene un dedo, a ver
si después su iglesia seguirá rechazando a los mutilados.
El linchamiento del día en Twitter jamás está exento de
humor negro. Un tuitero sarcástico divulga una tarjeta digital que contiene dos
veces el rostro de María Luisa Piraquive. En uno de los retratos dice: “Salmo
ocho”. En el otro se corrige la frase: “perdón, quise decir ¡sal, mocho!”
Debajo continúan los insultos contra la líder de la iglesia
MIRA. Y continuarán hasta cuando surja el próximo blanco de las hordas.
En la gresca diaria de Twitter solo se renuevan las personas
condenadas al linchamiento. Los demás elementos – la rabia, la histeria – se
mantienen estables.
Cada asonada, aunque luzca como la reacción justa ante una
declaración pública discriminatoria o un acto soberbio, revela la virulencia de
nuestra sociedad: los complejos, la hostilidad, el resentimiento. Cualquier
pretexto sirve para canalizar y legitimar nuestras viejas fobias.
Muchos usuarios de las redes sociales son sensatos y
procuran decir algo prudente sobre los temas del momento. Pero su esfuerzo se
diluye en ese gran maremágnum atizado por la saña, donde lo que cuenta no son
los argumentos sino el populismo de la indignación.
Los editores de los medios saben que el escándalo de turno
genera tráfico en las redes sociales; los histéricos de las redes sociales
saben que su histeria aumenta el tráfico en los medios. Y así van de la mano,
alimentándose mutuamente. Entre tanto, nuestras sociedades, por andar de
escándalo en escándalo, pierden lentamente su sensibilidad y solo perciben lo
ruidoso.
Después del ruido viene la amnesia. Hace un mes, el linchado
de turno era el vigilante de Carulla que agredió a un cliente. “Manteco
igualado”, le llamó alguien en Twitter. Hace dos meses era Andrés Jaramillo,
dueño del restaurante Andrés Carne de Res, por haber proferido una declaración
machista y altanera. “Vayamos en masa a vomitarnos a ese restaurante”, propuso
entonces uno de los miembros de la horda.
Pero hoy nadie se acuerda de ellos, así como muy pronto
nadie se acordará de la señora Piraquive. La histeria diaria de las redes
sociales nos va volviendo cada vez más crispados, más olvidadizos y, sobre
todo, más indolentes.
Allá fuera, en la vida real, está la gente que padece en
carne propia los problemas que a nosotros solo nos mueven a hablar paja. La
gente que no puede arrimarse al púlpito.
(*) Alberto Salcedo
Ramos (Barranquilla, 1963). Considerado uno de los mejores periodistas
narrativos latinoamericanos, forma parte del grupo Nuevos Cronistas de Indias. Sus crónicas han aparecido en diversas
revistas, tales como SoHo, El Malpensante
y Arcadia (Colombia), Gatopardo y
Hoja por hoja (México), Etiqueta
Negra (Perú), Ecos (Alemania), Courrier International (Francia), Internazionale (Italia), Marcapasos y Plátano Verde (Venezuela),
y Diners (Ecuador), entre otras.
Algunas de sus crónicas han sido traducidas al inglés, al francés, al griego,
al italiano y al alemán.
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