domingo, 25 de enero de 2015

Populistas somos todos

Por Américo Schvartzman (*)

Es célebre la anécdota de Perón cuando le preguntaron acerca de los porcentajes en que se dividía el electorado argentino: "Un 35% son radicales, un 20% conservadores un 25% socialistas, un 10% comunistas y otro 10% demócratas progresistas". Pero general ¿y los peronistas?, pregunta asombrado el periodista. "Ah no, peronistas son todos".

El de “populismo”, según el fallecido Ernesto Laclau, es un significante vacío. Una especie de recipiente que se amolda al contenido eventual. Un no-concepto que puede funcionar como concepto para cometidos diferentes. Eso sería lo que permite calificar como “populistas” a personajes tan diferentes como Putin, Menem, Lula, Sarkozy o Hugo Chávez.

¿Se trata solo de una nueva moda lexicográfica? En su momento se instaló el uso de “paradigma”, en versiones tan distintas que quien acuñó el concepto, el filósofo de la ciencia Thomas Kuhn, terminó renegando de él. Quizás lo mismo haría Antonio Gramsci si viera usar su noción de “hegemonía” a Elisa Carrió o Joaquin Morales Solá.

Ahora, tras echarle la culpa durante años a (otros) diversos factores, parece haber un creciente consenso acerca de que todos los males de la Argentina son culpa del “populismo”. Pero el asunto incluye un par de problemas.

Uno de ellos, y no el menor, es que casi todas las palabras tienen idéntica natural ambigüedad (ése es precisamente uno de los consensos en el pensamiento contemporáneo: los elementos de un sistema definen su alcance en función de su relación con los demás elementos. Si solo digo “banco”, no hay modo de saber de qué “banco” hablo, hasta que emplee la palabra en una frase… y a veces ni así). Es decir: también son en cierto modo significantes vacíos “peronismo”, “radicalismo”, “socialismo”, “democracia” y tantos otros. (Eso explica por qué pueden decirse “socialistas” Stalin y Albert Einstein, Jean Jaurès y Dominique Strauss-Kahn, Hugo Chávez y parte de sus opositores, Mussolini y Gramsci, Firmenich y Américo Ghioldi).

Un problema algo más complejo es que --a diferencia de otros “significantes vacíos”-- es raro, casi excepcional, que alguien se reivindique “populista”. Al contrario: la mayoría de quienes usan el término le dan un carácter no descriptivo, sino más bien valorativo: se trata (en general) de una descalificación.

Otro factor que complejiza el asunto es que, al parecer, todos son (o pueden ser) populistas. No hay garantía de que, porque un sujeto o una organización se defina de otro modo, no incluya en sus rasgos las principales características del populismo, reconocidas incluso por quienes quieren darle sustento teórico, como el mencionado Laclau.

El también fallecido intelectual argentino Guillermo O'Donnell, definió hace ya casi veinte años un nuevo tipo de democracia, al que denominó “delegativa”, expresado en las democracias latinoamericanas surgidas tras el colapso de las dictaduras de la región. Es notable la coincidencia de los rasgos que señala O'Donnell con los que proporcionan los estudiosos del populismo. Y preocupante, porque si O'Donnell tiene razón, quizás el populismo no sea una tendencia que caracteriza a un sector (o varios) de nuestra vida política, sino la forma concreta que asume en nuestros países lo que para Occidente es la democracia. Y eso le daria la razón a otro intelectual, Luis A. Romero, para quien si no existiera el peronismo, la fuerza política que lo reemplazara tendría sus mismas características principales.

Para contribuir un poco, compartamos cinco de los rasgos que brindan los autores mencionados (como esto es una nota periodística, no un texto académico, prescindimos de las aburridas referencias bibliográficas):

LIDERAZGO. La existencia de un liderazo carismático, en supuesta comunicación directa con una entidad denominada “pueblo”, de límites y componentes sociales diferentes para distintos casos. Al líder lo acosan poderes (concretos o difusos) y ese acoso es contra la nación toda, pues lo “nacional” se subsume en el líder.

SOLUCIONES A CORTO PLAZO. El líder promete la resolución inmediata de las reivindicaciones de los sectores que sufren carencias, materiales o sociales, y que sería posible sin estrategias de largo plazo.

ANALISIS DE BAJA COMPLEJIDAD. Se impone un modo de análisis que reduce la realidad a dos polos opuestos (amigo-enemigo, bueno-malo, pueblo-antipueblo). Toda voz disonante no es otro modo de ver las cosas, sino conspiración. La adhesión al líder define la identidad: quien se opone es antipatria, aun si pertenece a los sectores populares.

LAS FORMAS NO IMPORTAN. Las "formas" republicanas pueden ser obstáculos para la acción del líder en beneficio del pueblo. El líder no necesita “demostrar” honestidad. Todo le está permitido. Esa ambigua relación, además, prohija fenómenos de corrupción económica asociados a estos procesos.

EL LÍDER ELIGE AL PUEBLO. Y no al revés. Quién es “pueblo” se determina a partir de definir el enemigo contra el cual se lucha, que puede variar: empresas (nacionales o extranjeras), categorías creadas al efecto ("piqueteros de la abundancia", "la Corpo"), un sector hasta ayer aliado (un grupo mediático, los jueces, la dirigencia gremial, los bancos), incluso uno que integraba la categoría "pueblo" (inmigrantes extranjeros o determinados piqueteros).

NO RENDICIÓN DE CUENTAS. La distinción entre los intereses públicos y privados de quienes ocupan cargos públicos es parte de las "formalidades" irrelevantes. Además, como las instituciones que deben controlar son trabas a la “misión del líder”, parte importante de su misión es precisamente anularlas u obstaculizarlas.

Parece claro que el pseudoprogresismo gobernante entra en la categoría como por un tubo. Pero muchos de los que se proponen como alternativa (Macri, Massa o Scioli, pasando por numerosos mandatarios provinciales ya sea de la UCR o del peronismo "disidente"), exhiben algunos o todos estos rasgos en sus gestiones.

Como en cualquier otra anomalía, el primer paso es hacer consciente el problema, es decir hablar de él. Quizás el segundo paso sea aprender a reconocer con claridad a quienes lo portan. Y sobre todo, aprender a diferenciar a quienes no lo son.

De otro modo, es probable que no salgamos jamás de esta especie de condena socio-política. O asumamos para siempre, que gane el PJ en cualquiera de sus versiones, el FAU o lo que quede de él, el PRO o el PO, “populistas somos todos”. Como ya lo había adivinado aquel que supo cómo conquistar a la gran masa del pueblo.

(*) Escritor, periodista y docente

© La Vanguardia

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