viernes, 16 de enero de 2015

No se entiende

Sorpresas y trastiendas de la denuncia del fiscal Nisman. Las limpiezas 
en la ex SIDE.

Por Roberto García
Primer dato antes de considerar el escandaloso y poco frecuente episodio por el cual un fiscal de la Nación solicita indagatoria y embargo para la Presidenta, la imputa de encubrir, dirigir una diplomacia paralela e ilegal, además de pretender salvar de juicio y condena a presuntos terroristas: todos los participantes de esta novela policial, en uno u otro bando o en simultaneidad, cobran salarios del Estado, son bien alimentados por los cándidos contribuyentes que no imaginan un destino tan particular para sus tributos. 

Se podría arriesgar que la aparición de este costoso enjambre judicial que puso sobre la superficie el fiscal Alberto Nisman no es, precisamente, la rendición de cuentas que cualquier ciudadano merece de sus empleados y gastos, incluyéndolo, por más que uno se vista de Emile Zola con el “J’Acusse” y otros afirmen que son víctimas de una conspiración por su exagerado empeño democrático. Hasta hace pocos días, cuando se pelearon, eran todos lo mismo, pasan aún hoy por la misma boletería y cobrarán jubilación aunque no se sabe bajo qué nombre algunos están registrados en la Anses.

Hace tres días, sorpresivamente para la Casa Rosada y su aplicada área informativa,  Nisman –urgido, dicen, por la amenaza de que lo iban a remover de su cargo como a otros colegas indeseables– despachó en un juzgado 300 páginas aún sin divulgar involucrando a Cristina de Kirchner en un “plan criminal” que pretendía canjear petróleo por una suerte de salvoconducto ambulatorio para los iraníes acusados como responsables de la bomba en la AMIA, hace ya veinte años.

Se funda esa presentación en una especialidad de la casa oficial: multitud de escuchas telefónicas –tal vez mails y mensajes, a los que ha sido tan afecto el Gobierno–, grabaciones, desgrabaciones (algunas sin concluir, ya que no tuvieron tiempo el acusador y su equipo de completarlas, a presentarse durante la próxima semana), gráficos de contacto, lugares desde donde hablaban, paraderos, gente de todo calibre cercana a Cristina (a Ella misma, por el momento, no parece que la hayan escuchado). Mucho material, con unos ocho años de recopilación, que proviene del seguimiento informativo –dicen– de sospechosos árabes que luego se fueron conectando con personalidades de extrema vinculación a la Presidencia.

De tanto espiar a otros, el Gobierno se terminó espiando a sí mismo. Y de tanto armar causas que dañaban adversarios (De Narváez, Olivera, Macri, y siguen los nombres), promovió sin advertirlo una invención en su contra cuyo trámite amenaza estirarse por años en la Justicia. Lo que se llama un tiro en el pie: nunca debe olvidarse que Nisman fue un fiscal privilegiado por los Kirchner, autor de un mamotreto sobre los autores presuntos del atentado, la conexión iraní que, en su momento, casi hace llorar a Néstor y cuyo contenido, en gran parte, no pareció siquiera preparado por investigadores argentinos. Para entonces, ya se había ganado Nisman del Gobierno una fiscalía ad hoc que no se ocupaba de otros casos, gozaba de un presupuesto irrestricto y calmaba cualquier preocupación de las entidades judías: no fuera a pensarse
que en el oficialismo peronista K se ocultaba alguna vena antisemita.

Una de espías. Hubo un nexo para sostener ese creativo instituto, un tal Stiusso que ha controlado una parte del servicio de inteligencia por décadas, ingeniero de tareas inquietantes y a pedido del matrimonio oficial y quien, ahora (tal vez en Miami, de vacaciones con su pareja y su hija más pequeña), se ha convertido en un enemigo público por ciertas desavenencias con el Gobierno. Como Stiusso (o Jaime o como se llame) es un orgánico, lo marginaron de la repartición sin echarlo y, de repente, con el escándalo, le otorgaron la jubilación hace 48 horas. Al igual que su mano derecha y ex compañero de colegio (el gordo García), a un responsable de todas las escuchas en un edificio de Avenida de los Incas, como otros veinte colaboradores de identidad múltiple y orejas más castigadas que un rugbier, de tanto atender las conversaciones de otros.

Venía la disputa desde que la Argentina suscribió el controversial acuerdo con Irán, firma que arrebató al personaje y a Nisman más que a la propia colectividad, la pérdida luego de hegemonía sobre jueces y fiscales que afectaron la tranquilidad de la Presidenta y su hijo, también episodios truculentos como el asesinato de un confiable colaborador de Stiusso en la provincia de Buenos Aires por parte de un grupo de elite de la policía, justamente a la cual estaba investigando. No hubo ninguna renuncia luego del acribillamiento. E incidió en la discordia, por último, el reemplazo de la cúpula inteligente (SI) Icazuriaga-Larcher por el tándem Parrilli-Mena. Por no hablar del conflicto interno por las diferencias en la repartición con otro personaje de jerarquía semejante, preferido por Cristina y organizaciones afines. Nisman debe haber pensado que la guadaña contra Stiusso ya daba vueltas sobre él.

Repite ahora el Gobierno que Nisman es un chirolita de Stiusso, pero la denuncia del supuesto muñeco provocó parálisis facial en Olivos, Cristina ni se atrevió a un tuit siquiera. No se sabe lo que esconden esas grabaciones, por ahora desconocidas; tampoco si habrá otras más comprometedoras: siempre la sospecha flotante hace más daño que la tardía confirmación de los hechos. En el Congreso, Nisman expondrá sus razones y la Presidenta ha preparado a su tropa legislativa para sitiarlo: tarea compleja para iniciados en el tema, ya que el fiscal –más allá de ciertas opiniones– dispone de copiosa logística y se apegó al tema en los últimos diez años. Además, jura, dispone de elementos incontrastables.

Frente a la denuncia, el Gobierno no estaba en forma para responder: si hasta debió apelar a Héctor Timerman para desmentir al fiscal con un comunicado impreciso. Justo el canciller, que unas horas antes parecía despedido por haber asistido motu proprio a la marcha parisina del Je suis Charlie sin poder asumir la representación del país. Conviene señalar que él mismo desató la versión de su dimisión cuando dijo “no me arrepiento de lo que hice”, como si algún argentino que no fuera del Gobierno le hubiera exigido lo contrario.

Ahora, “el ruso de mierda” –como dicen que en las grabaciones lo menciona el terceto D’Elía, Esteche y el diputado camporista Larroque, de poco conocido expertise en política internacional y a cargo de la Cancillería paralela, según el fiscal– se transformó en tímido y cuidadoso para cuestionar a Nisman y a Stiusso, mientras sin decirlo defendía a ese trío del corazón cristinista, que obviamente no lo quiere, parece antijudío, antinorteamericano, quizá teocrático y simpatizante del régimen de Irán.

Nadie entiende por qué estos personajes buscan adhesiones tan lejanas, cuando en las inmediaciones de la Argentina otros gobiernos piensan igual. No es lo único que no se entiende.

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