Sorpresas y
trastiendas de la denuncia del fiscal Nisman. Las limpiezas
en la ex SIDE.
en la ex SIDE.
Por Roberto García |
Primer dato antes de considerar el escandaloso y poco
frecuente episodio por el cual un fiscal de la Nación solicita indagatoria y
embargo para la Presidenta, la imputa de encubrir, dirigir una diplomacia
paralela e ilegal, además de pretender salvar de juicio y condena a presuntos
terroristas: todos los participantes de esta novela policial, en uno u otro
bando o en simultaneidad, cobran salarios del Estado, son bien alimentados por
los cándidos contribuyentes que no imaginan un destino tan particular para sus
tributos.
Se podría arriesgar que la aparición de este costoso enjambre
judicial que puso sobre la superficie el fiscal Alberto Nisman no es,
precisamente, la rendición de cuentas que cualquier ciudadano merece de sus
empleados y gastos, incluyéndolo, por más que uno se vista de Emile Zola con el
“J’Acusse” y otros afirmen que son víctimas de una conspiración por su
exagerado empeño democrático. Hasta hace pocos días, cuando se pelearon, eran
todos lo mismo, pasan aún hoy por la misma boletería y cobrarán jubilación
aunque no se sabe bajo qué nombre algunos están registrados en la Anses.
Hace tres días, sorpresivamente para la Casa Rosada y su
aplicada área informativa, Nisman
–urgido, dicen, por la amenaza de que lo iban a remover de su cargo como a
otros colegas indeseables– despachó en un juzgado 300 páginas aún sin divulgar
involucrando a Cristina de Kirchner en un “plan criminal” que pretendía canjear
petróleo por una suerte de salvoconducto ambulatorio para los iraníes acusados
como responsables de la bomba en la AMIA, hace ya veinte años.
Se funda esa presentación en una especialidad de la casa
oficial: multitud de escuchas telefónicas –tal vez mails y mensajes, a los que
ha sido tan afecto el Gobierno–, grabaciones, desgrabaciones (algunas sin
concluir, ya que no tuvieron tiempo el acusador y su equipo de completarlas, a
presentarse durante la próxima semana), gráficos de contacto, lugares desde
donde hablaban, paraderos, gente de todo calibre cercana a Cristina (a Ella
misma, por el momento, no parece que la hayan escuchado). Mucho material, con
unos ocho años de recopilación, que proviene del seguimiento informativo
–dicen– de sospechosos árabes que luego se fueron conectando con personalidades
de extrema vinculación a la Presidencia.
De tanto espiar a otros, el Gobierno se terminó espiando a
sí mismo. Y de tanto armar causas que dañaban adversarios (De Narváez, Olivera,
Macri, y siguen los nombres), promovió sin advertirlo una invención en su
contra cuyo trámite amenaza estirarse por años en la Justicia. Lo que se llama
un tiro en el pie: nunca debe olvidarse que Nisman fue un fiscal privilegiado
por los Kirchner, autor de un mamotreto sobre los autores presuntos del
atentado, la conexión iraní que, en su momento, casi hace llorar a Néstor y
cuyo contenido, en gran parte, no pareció siquiera preparado por investigadores
argentinos. Para entonces, ya se había ganado Nisman del Gobierno una fiscalía
ad hoc que no se ocupaba de otros casos, gozaba de un presupuesto irrestricto y
calmaba cualquier preocupación de las entidades judías: no fuera a pensarse
que en el oficialismo peronista K se ocultaba alguna vena
antisemita.
Una de espías. Hubo un nexo para sostener ese creativo
instituto, un tal Stiusso que ha controlado una parte del servicio de
inteligencia por décadas, ingeniero de tareas inquietantes y a pedido del
matrimonio oficial y quien, ahora (tal vez en Miami, de vacaciones con su
pareja y su hija más pequeña), se ha convertido en un enemigo público por
ciertas desavenencias con el Gobierno. Como Stiusso (o Jaime o como se llame)
es un orgánico, lo marginaron de la repartición sin echarlo y, de repente, con
el escándalo, le otorgaron la jubilación hace 48 horas. Al igual que su mano
derecha y ex compañero de colegio (el gordo García), a un responsable de todas
las escuchas en un edificio de Avenida de los Incas, como otros veinte
colaboradores de identidad múltiple y orejas más castigadas que un rugbier, de
tanto atender las conversaciones de otros.
Venía la disputa desde que la Argentina suscribió el
controversial acuerdo con Irán, firma que arrebató al personaje y a Nisman más
que a la propia colectividad, la pérdida luego de hegemonía sobre jueces y
fiscales que afectaron la tranquilidad de la Presidenta y su hijo, también
episodios truculentos como el asesinato de un confiable colaborador de Stiusso
en la provincia de Buenos Aires por parte de un grupo de elite de la policía,
justamente a la cual estaba investigando. No hubo ninguna renuncia luego del
acribillamiento. E incidió en la discordia, por último, el reemplazo de la
cúpula inteligente (SI) Icazuriaga-Larcher por el tándem Parrilli-Mena. Por no
hablar del conflicto interno por las diferencias en la repartición con otro
personaje de jerarquía semejante, preferido por Cristina y organizaciones
afines. Nisman debe haber pensado que la guadaña contra Stiusso ya daba vueltas
sobre él.
Repite ahora el Gobierno que Nisman es un chirolita de
Stiusso, pero la denuncia del supuesto muñeco provocó parálisis facial en
Olivos, Cristina ni se atrevió a un tuit siquiera. No se sabe lo que esconden
esas grabaciones, por ahora desconocidas; tampoco si habrá otras más
comprometedoras: siempre la sospecha flotante hace más daño que la tardía
confirmación de los hechos. En el Congreso, Nisman expondrá sus razones y la
Presidenta ha preparado a su tropa legislativa para sitiarlo: tarea compleja
para iniciados en el tema, ya que el fiscal –más allá de ciertas opiniones–
dispone de copiosa logística y se apegó al tema en los últimos diez años.
Además, jura, dispone de elementos incontrastables.
Frente a la denuncia, el Gobierno no estaba en forma para
responder: si hasta debió apelar a Héctor Timerman para desmentir al fiscal con
un comunicado impreciso. Justo el canciller, que unas horas antes parecía
despedido por haber asistido motu proprio a la marcha parisina del Je suis
Charlie sin poder asumir la representación del país. Conviene señalar que él
mismo desató la versión de su dimisión cuando dijo “no me arrepiento de lo que
hice”, como si algún argentino que no fuera del Gobierno le hubiera exigido lo
contrario.
Ahora, “el ruso de mierda” –como dicen que en las
grabaciones lo menciona el terceto D’Elía, Esteche y el diputado camporista
Larroque, de poco conocido expertise en política internacional y a cargo de la
Cancillería paralela, según el fiscal– se transformó en tímido y cuidadoso para
cuestionar a Nisman y a Stiusso, mientras sin decirlo defendía a ese trío del
corazón cristinista, que obviamente no lo quiere, parece antijudío,
antinorteamericano, quizá teocrático y simpatizante del régimen de Irán.
Nadie entiende por qué estos personajes buscan adhesiones
tan lejanas, cuando en las inmediaciones de la Argentina otros gobiernos
piensan igual. No es lo único que no se entiende.
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