Por Carlos Gabetta (*) |
Unos cuatro mil europeos han adherido a la Yihad islámica,
militando en sus países o en Oriente Medio. Se ignora el número de
simpatizantes, pero es razonable suponer que la cifra es mucho mayor.
En cuanto al desarrollo político de las varias tendencias
islamistas que se dicen de la Yihad, desde el atentado a las Torres Gemelas de Nueva
York, en 2001, un autodenominado Estado Islámico se ha hecho fuerte en un
inmenso territorio entre Irak y Siria; en varios países de la región, los
yihadistas o próximos tienen una amplia inserción social, comparten el
gobierno, lo ejercen o han ejercido.
En Europa se han registrado varios
gravísimos atentados: Madrid, 2004 (191 muertos); Reino Unido, 2005 (56
muertos); Noruega, 2011 (84 muertos); Bélgica, 2014 (4 muertos); ahora Francia
(12 muertos), y numerosos otros menores, con un par de miles de heridos en
total. Si alguna vez se concluye que los atentados a la Embajada de Israel y la
AMIA en Argentina fueron obra del yihadismo, la escalada mundial se remonta a
la década de 1990.
Así están las cosas. El Occidente moderno aparece amenazado
por una reaparición medieval. Nada nuevo: Hitler fue ungido por el pueblo
alemán en 1933, en plena crisis capitalista mundial y en el marco del
humillante Tratado de Versailles.
La civilización occidental se vio amenazada entonces por un
súcubo de sus entrañas y supo reaccionar, “socialismo real” incluido, con lo
mejor de sí misma. Lo que no le impidió acabar la guerra con dos devastaciones
nucleares.
La situación se repite, agravada. Aparece un nuevo
protagonista, el fundamentalismo, que no es sólo islámico: la extrema derecha
política crece en el corazón de Occidente; el fundamentalismo religioso ejerce
el poder en la democracia israelí y la crisis del capitalismo, alojada ya en el
corazón del sistema, es estructural y va para largo
(http://www.perfil.com/elobservador/Medio-Oriente-y-la-doble-cara-de-la-barbarie-20140830-0044.html)
(http://www.perfil.com/columnistas/El-fracaso-de-Occidente-20130907-0063.html).
Con el neocolonialismo, la crisis y las injusticias sociales
de trasfondo, el rechazo israelí a un Estado palestino y la cárcel de
Guantánamo, entre otras muchas iniquidades, representan un Tratado de
Versailles al cubo para el mundo árabe y persa. Occidente es responsable de la
aparición del nuevo monstruo, aunque le asista la razón civilizatoria.
Pero debe demostrar esa razón. Imaginemos que se crea un
Estado palestino, con sincero acuerdo de Israel. Imaginemos que se cierra Guantánamo
y que las tres religiones monoteístas comparten Jerusalén y combaten a sus
fundamentalistas. La crisis económica requiere de otras cosas, pero al menos la
civilización occidental lucharía con sus mejores armas políticas y morales. Lo
que no dejaría de influir en la economía.
Parece mucho imaginar, pero lo que no parece es que haya
otro modo de impedir que el planeta entero devenga un infierno de guerras,
atentados monstruosos, miedo y sospecha permanente.
Sólo avanzando sin pausa en el cumplimiento de esos y otros
requisitos, la civilización occidental podría reivindicar incluso su derecho al
exterminio, porque de eso puede llegar a tratarse. Criterios morales aparte, al
punto en que estamos no parece que pueda evitarse un período extremadamente
conflictivo y violento, de imprevisible resolución.
Lo que no puede continuar es el inmovilismo económico y
social y esta escalada política de golpe y contragolpe que fanatiza aún más a
los fanáticos religiosos y da razones a la extrema derecha de Occidente. Si
algún día se llega al “o tú o yo”, y todo acaba en hecatombe, de algún lado
deberá estar la razón que, si no justifique, al menos explique el método ante
la historia de la civilización.
Otra historia es imaginar qué pasaría de llegarse a ese
punto, teniendo en cuenta los medios actuales de exterminio en posesión de
todos los bandos.
Ese sí sería asunto para algún Dios.
(*) Periodista y
escritor
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