Por Fernando González |
La muerte es inevitable y es definitiva. Pero cuando las
muertes suceden antes del tiempo esperado conmueven y condicionan a la
Argentina.
Eso es lo que está vibrando en las vísceras del país adolescente
desde que murió el fiscal Alberto Nisman, en alguna hora aún desconocida del
fin de semana que terminó el 18 de enero.
La sensación de desamparo infinito
que sólo produce la muerte baja desde el poder y se desliza por los pasillos de
los despachos judiciales hacia las casas de familia, hacia las playas atestadas
y hacia los restoranes donde siempre triunfa un único tema de conversación.
Las imágenes del velatorio de Nisman gobiernan los
televisores argentinos. Las flores, los carteles escritos a mano y las velas
encendidas de los momentos de angustia. Las definiciones breves y dolorosas de
Sandra Arroyo Salgado, la jueza y ex esposa que soporta el primer plano de las
condolencias. Los textos lacerantes de Iara (15 años) y de Kala (7 años)
quiebran al más escéptico en el país que parece haberlo visto todo. De la
nostalgia por las selfies y el sushi compartidos en los momentos más felices de
la más grande a la honestidad brutal de la más chica que lo despide a papá Nisman
como sólo puede hacerlo un niño: Te amo. Nos
vemos cuando me muera.
El sentimiento de las hijas de Nisman, el de su madre, su
hermana, su prima que lo recordó en otra carta conmovedora y el de toda su
familia y el de sus amigos es más poderoso y convincente que las maniobras
políticas de todos aquellos a los que la muerte del fiscal pone en jaque. Esa
vibración de la pérdida dice mucho más que la Presidenta lanzando frases sin
sustento argumental por la cadena de la TV oficial. La congoja verdadera no
precisa vestirse de negro, ni de blanco ni mostrarse en silla de ruedas. Y
vuela bien alto, muy por encima de los funcionarios que ensayan una explicación
a la mañana y otra bien diferente por la noche, cuando se han perdido en la
vereda del sol.
Los Timerman, los Parrillis, los Larroques, los Delías, los
Esteches, los Bernis, los Canicobas, los Lagomarsinos. Todos pasan a ser
planetas minúsculos de un universo que acaba de estallar en mil pedazos. El
humo de sus agobios personales no les permite ver las evidencias más claras. No
les permite emocionarse ni frenar un segundo siquiera para comprobar adónde han
llegado subidos a esta década innecesaria de la confrontación.
Si pudieran hacerlo. Si pudieran salir por un instante de
sus asuntos pequeños recordarían a la Argentina posterior al crimen cobarde de
José Luis Cabezas. A los días sin tregua del corralito con sus 30 muertos y al
final abrupto de la Alianza. Recordarán el vacío aterrador que acompañó las
horas siguientes a los ajusticiamientos de Kosteki y Santillán. Así tal vez
volverían a entender aquello que se les extravió en algún rincón del laberinto.
Repasar todas aquellas imágenes y todos aquellos desatinos les abriría las
mentes y también el corazón. Nadie sabe bien porqué sendero se dejará caer la
Argentina después de la muerte de Nisman. Pero no es necesario el oráculo de
Delfos para comprender que tanta oscuridad deberá ser alumbrada por una luz muy
diferente.
Contacto: @fgonzalezecc
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