Por Julio César Negro |
Cuando era chico, recuerdo que alguno de mis mayores me
contó que, a principios del siglo XX habían aparecido en Rosario de Santa Fe
algunos mafiosos sicilianos que la habían convertido en algo así como una
“Chicago Argentina”. A la cabeza de estos muchachos estaba un tal “Chicho
Grande”, grande en contraposición a alguien que se le había enfrentado y se
hacía llamar “Chicho Chico”.
También me dijo que, una vez desbaratada la mafia
argentina se habían desparramado por todo el país sus integrantes y que, obviamente,
algunos habían terminado en Salta.
Con el tiempo descubrí que en Salta hay familias de origen
siciliano aunque, sinceramente, desconozco si tienen alguna relación con
aquellos pibes de la “Cosa Nostra”. Lo cierto es que hoy, a mediados de la
segunda década del siglo XXI y a casi cien años de lo acontecido en Rosario,
otro Chicho es noticia en nuestra Salta: el Chicho Mazzone que, siguiendo la
tradición de Chicho grande y Chicho chico, podríamos llamar Chicho Gordo. Este
personaje surgió de nuestra sociedad y se convirtió en un líder en su pueblo;
no sé si usó métodos lícitos o no, y aparece sonriente en una serie de fotos en
las que se evidencia que en su propiedad se produjo algún tipo de diversión
“irregular” en la que participaron niñas menores de edad. El hombre desconoce
la gravedad de su falta ya que pasó un día tratando de explicar la situación y
sintiéndose dueño de la razón hasta que se llamó a silencio, seguramente por
consejo de alguien, y dejó de engrosar la lista de culpas de quienes desean
aprovechar el “desliz” para destruirlo.
Este tipo de conductas (fiestas prohibidas con drogas,
menores, etc.) parecen ser algo cotidiano en algunos ambientes de poder y hay
quienes creen que, por eso, han perdido su calidad de “pecado”: “… si todos lo
hacen…”. Lo que no notan es que es la forma en que se controla a los hombres
del poder, a los “pescados chicos”. “Si un líder tiene una debilidad, ella
sirve para poder controlarlo” y, al parecer, este Chicho Gordo hizo algo que
molestó a alguien que conocía su debilidad y tenía la posibilidad de usarla en
su contra… la usó. Escuché gente decir que, aunque sea un ser desagradable,
corrupto, etc., su pueblo lo vota y la verdad es que me pareció tan burdo el
argumento que me imaginé al presidente colombiano ordenando que no persigan a
Escobar porque su pueblo lo apoya.
Ahora vamos al apoyo popular: si un pueblo vive tan al
margen del sistema que su única relación con el mismo son las dádivas del
gobierno en forma de empleo público, planes, subsidios, bolsones, etc.,
seguramente van a estar agradecidos a quien se los reparte mejor y, habiendo
tanto inútil, corrupto, malintencionado, etc., en el ambiente político, es
natural que si alguien les da algo (aunque sea un poco corrupto) lo apoyen y la
verdad es que su condición ante la ley pasa a ser un dato menor y la sensación
de que cualquiera que robe en el poder si es “amigo del juez” goza de total
impunidad hace que un no despreciable grupo de personas considere el caso como
solo una “vendetta” política.
Señores: lo que hizo don Chicho está mal y, sea cual fuere
la razón por la que el escándalo llegó a los medios, un hombre que desconoce su
responsabilidad como administrador de la cosa pública y no tiene un mínimo de
responsabilidad moral para con la sociedad nunca debería tener el derecho a ser
elegido para ningún cargo en el estado; no necesito esperar un fallo judicial
para que me indique si es o no un delincuente, la falta ya la cometió al
incluir en una diversión de adultos a menores aunque no haya abusado de ellas.
Dejemos de llenar nuestro estado con mediocres y débiles y empecemos a buscar
buena gente para que nos gobierne.
© Agensur.info
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