Por Nicolás Lucca
(Relato del Presente)
Resulta notable cómo uno puede deschavarse solito cuando la
imprevisibilidad del tiempo nos juega una mala pasada. Y hace poco pasó. Unos
locos entran a los tiros a una redacción al borde de la quiebra y asesinan todo
lo que tenga forma humanoide a su paso. El mundo occidental se paraliza, los
líderes de Europa se movilizan sin importar su pertenencia partidaria y acá no
supieron qué hacer. Que vamos, que no vamos, que Cristina no me atiende, que no
sé qué hacer, que no fue nadie, que fui con unos amigos y se nos veló el rollo,
que cualquier acto terrorista es condenable.
Si Héctor Timerman hubiera sabido la que le esperaba un par
de días después, quizás habría dicho que no estuvo en la marcha porque Europa
se la come y Mahoma se la da, o algo por el estilo. Tanto esfuerzo por no
participar para no molestar determinados intereses, tanta energía puesta en
decir que se participó para no joder a otros, y todo terminó un par de días
después con el Canciller explicando ante los tres periodistas que concurrieron
a su monólogo sin preguntas que es una falta de respeto hacia la figura de la
Presidenta que los imputen a todos por el delito de encubrimiento del atentado
a la AMIA de 1994.
Enojado, el pelado dijo que el fiscal Nisman debía investigar
a los sospechosos, no a ellos. Tan mal les salió el cálculo que no pudieron
disimular por televisión que pretenden que los fiscales cumplan sus órdenes.
Para variar, el ex candidato del ARI apeló al desgastado “nos quieren devolver
a las épocas más oscuras de la Dictadura”. Qué tendrá que ver un fiscal
imputando por encubrimiento de un atentado a un Presidente de la Democracia con
una junta militar dedicada al encubrimiento de sus propios delitos, sólo
Timerman y el Círculo de Psicólogos de la Argentina lo sabrán.
Los militantes, siempre picando en punta a la hora de
defender lo que no conocen con argumentos que no entienden y citas que nunca
leyeron, apelaron a lo de siempre: que el acuerdo fue aprobado por el Congreso
Nacional por lo cual es legítimo, con lo que podría llegar a asumirse que, si
mañana el Congreso se empeda y saca una ley que obligue a la importación de
minas para someterlas gratuitamente, la llamarán Ley de Democratización de la
Prostitución, así violente toda normativa de esclavitud sexual y trata de
personas. A este argumento le han sumado maravillosas carpetas como que Nisman
es el marido de la jueza que cajoneó las causas por la identidad de los hijos
de Ernestina Herrera de Noble. Chicos: a Nisman, que está divorciado de la
jueza Sandra Arroyo Salgado, lo puso Néstor al frente de la investigación. Y
Arroyo Salgado fue nombrada jueza en 2006 por ustedes en trámite express. Que
tipos que deben tantos favores los imputen, no levanta sospechas sobre ellos,
confirma lo impresentables que son ustedes. Por último, no falto la corriente
infradotada que acusó a Nisman de judío sionista financiado por Estados Unidos
sin detenerse a pensar que el apellido Timerman no es gallego y que antes de
ser Canciller fue embajador en Washington.
Es difícil hablar de terrorismo cuando somos un país sin
punto medio: acá a los terroristas se los desapareció, torturó, mató o
indemnizó. Sin embargo, podemos hacer el esfuerzo de no quedar como unos tibios
pelotudos, más que nada porque cuando se habla de muerte, cualquier frase puede
derivar en “algo habrán hecho”.
Entre los que dijeron que el atentado a Charlie Hebdo tuvo
su “contexto”, podrían haber hablado del clima, de que estaba nublado y hacía
frío en el invierno parisino, o que se produjo de mañana. Ahora, dimensionar el
contexto como una explicación de lo que pasó, es justificarlo aunque digan que
no pretenden justificar la barbarie. No hay diferencia con el tibio que dice
“yo no soy K, pero”.
Antes que nada, debo aclarar que Charlie Hebdo no es
precisamente una revista que me cause gracia. No por el contenido polémico,
sino porque no me resultan graciosos, más allá de la irreverencia. Pero el
humor es tan subjetivo que, si todos los que hoy reivindican a Chachacha lo
hubieran visto, la banda de Casero, Alberti, Capusotto, Alacrán y Briski habría
roto todos los récords de rating y no habrían tenido que lidiar con los 2
puntos de promedio.
Sin embargo, más allá de que cause gracia o no, atentaron
contra la revista por cuestiones que están por encima de una provocación.
Atentaron porque la vieron como el punto más vulnerable para atacar a todo lo
que representa occidente. Arrancaron por una revista minúscula porque no les
dio el presupuesto para algo mayor. Es el primer punto en el que difiero con la
columna de Jorge Asís, a quien admiro profundamente en casi todos los aspectos
profesionales, pero que en este caso no coincido ni por asomo.
Cuando afirman que es una exageración comparar el ataque de
París con el 11-S neoyorquino le pifian. Obvio, es mi punto de vista, pero lo
sostengo desde la teoría de que el número no trastoca la realidad de las cosas.
Tres mil muertos o doce no es diferencia si el mensaje y el motivo es el mismo.
La cuantificación de cadáveres para aumentar o disminuir una tragedia es algo
que acá tenemos sobradamente conocido, entre los que dicen que los
desaparecidos fueron ocho mil, como si hiciera el hecho menos grave, y los que
reivindican 30 mil, como si más fuera mejor.
Sí, coincido en que le tocó a la revista como le pudo haber
tocado a cualquier otro. Pero es precisamente eso lo que hace a la gravedad del
asunto: no fue un atentado contra un semanario satírico, fue un ataque contra
el estilo de vida occidental. Un estilo de vida consumista, tecnócrata y
burocrático, pero nuestro. Con todos sus defectos, es el mundo al que
pertenecemos y en el que nos gusta vivir por decantación, porque el otro nos
resulta insufrible. Quisiera ver a cada una de las castradas emocionales que
defienden por antonomasia el accionar del terrorismo islámico al afirmar que la
Iglesia Católica sabe lo que es matar en nombre de Dios –cuando hace siglos que
salimos de esa barbarie– caminar en bikini por Raqqa y gritar sus derechos
femeninos, libertarios y, fundamentalmente, occidentales. Quiero ver cómo les
va. Y si Raqqa les parece un caso extremo, vayan a Dubai a caminar en minishort
y me cuentan.
El choque de civilizaciones, les guste o no, tiene un
contenido religioso de ambos lados, incluyendo a los ateos de este lado.
Nuestro sistema de organización social es el de civilización greco-romana
sincretizado con los valores judeo-cristianos. Los sistemas penales de
occidente, en pleno siglo XXI, tienen por base los 10 mandamientos, sólo que
evolucionamos lo suficiente como para poner a la vida en el pináculo. Sin ir
más lejos, nuestro Código Penal pone los delitos contra la vida por encima de
los delitos contra la propiedad, y a estos por encima de los delitos de
corrupción. No matarás, no robarás, no codiciarás. Ahora, la cuestión del
terrorismo extremista islámico no pasa por quién los financió o los traicionó.
No quieren aniquilarnos por el pasado: para una porción del inmenso mundo musulmán,
siempre seremos herejes.
Luego, no falta el que diga que si Charlie Hebdo hubiera
hecho chistes sobre otra religiones, no hubiera ocurrido el atentado porque
nunca hubieran vuelto a publicar la revista. Hablemos sin saber como dogma de
opinión. Charlie Hebdo ha realizado chistes sobre el holocausto –un nazi viola
a una judía y cuando se resbalan con el jabón se asustan por la venganza del
marido– contra los católicos, contra los homosexuales y contra estos dos
últimos juntos, cuando dibujaron en tapa al cónclave del Vaticano como una
rueda de cardenales empernados unos a otros. Causa gracia, no causa gracia,
pero todo termina en el mismo punto: justificar la muerte de un tipo porque no
me resulta gracioso, porque me insultó, porque insultó mis creencias, porque es
un pelotudo, porque algo habrá hecho.
No faltó quien consideró a la última tapa del semanario
francés como una nueva provocación. Fue la más pacifista de la historia de la
publicación, pero fue otro “acto inconsciente”. Lo dijo un Imán del Reino Unido
y lo dijeron Juan y Juana en un bar de Congreso. Síndrome de Estocolmo al cubo:
nos mataron a doce, pero mejor no hacer chistes para que no maten a más, como
si eso nos fuera a salvar. A todos los biempensantes, les tengo una noticia
espantosa: para los extremistas musulmanes, al igual que para cualquier
extremista religioso, el que no cree en su dios arderá eternamente en el
infierno y cuanto antes se lo envíe allí, más pronto tendrán el pasaporte al
paraíso los despachantes de infieles.
Ese es el quid de la cuestión al que nadie presta atención.
Entre los cultores de mezclar el pacifismo con prepararle el desayuno al
violador, esta semana se sumó el mismísmo Papa, que tratando de poner un manto
de piedad para calmar los ánimos de personas que ya lo condenaron a muerte por
falso profeta, dice que “no se puede atacar las creencias de otro”.
Maravilloso. Un grupo de bestias medievales puede condenarnos al infierno por
no haber sido criados en una familia musulmana, pero no podemos hacer una
humorada sobre nuestros potenciales asesinos porque “hay que respetar sus
creencias”.
Somos un país que nunca dividió la forma de vivir la
política de la forma de vivir la religión. Y es todo un drama. La imposibilidad
de esbozar una crítica contra un gobernante radica en un dogma de fe. Cristina
nunca se equivoca porque es infalible, así hoy presente como soberanía
hidrocarburífera la estatización de lo que antes consideró lo mejor para el
país al adherir a la privatización. Obviamente, todo lo que no comulgue con esa
forma de pensar, merece la guerra santa y la incineración mediática en la
cadena de templos que conforman el conglomerado de medios oficialistas. Hacer
cola para escupir las fotos de periodistas que cometieron el pecado de
preguntar no lo veo como algo muy respetuoso, pero así se expresa lo que ellos
denominan bajo el abstracto “pueblo”.
El tamaño no hace a la esencia. Si al pensamiento de
respetar la creencia del que nos somete le quitamos la magnitud de las muertes,
y nos dedicamos a hablar sólamente de ideologías, pragmatismo y acciones, nadie
se animaría a decir que deberíamos respetar a un Gobierno que, cuando ya no le
quedaba billete por chorear, empezó a fabricarlos. El kirchnerismo cree en lo
que hace. Al igual que los radicales, los socialistas, o los progres, que
cambiaron a dios por lo que ellos creen que está bien hacer, pero mantienen al
mango la defensa extrema calificando de inhumanos a todo aquel que no crea en
el antojo del día, sea la legalización de estupefacientes o la tarifa social
del subte.
Los montos creían en la Patria Socialista, los nazis en la
superioridad aria y el problema judío, los comunistas en la revolución del
proletariado por la fuerza, Videla en la necesidad de salvaguardar la Patria de
la amenaza comunista. Al igual que los mártires de Roma muertos por adoptar las
enseñanzas de Jesús, o Lutero que pensaba que la Iglesia era una joda
castradora, todos coincidían en algo: realmente creían con todas sus fuerzas en
que sus ideas eran las correctas. En el medio, algunos se cargaron unos cuantos
millones de seres humanos porque no creían en lo que ellos creían. Supongo que
habrá que respetarlos.
Soy católico apostólico romano. Me bautizaron en la
parroquia de San Nicolás de Bari. Hice la primaria en un colegio de curas
jesuitas y la secundaria en uno lasallano. Voy a misa cuando lo creo necesario,
comulgo a pesar de estar divorciado y me confieso sólo con mi psicóloga. A
veces, por culpa de leer tanto, creer en Dios me asusta. Y a veces, darme
cuenta que no estoy creyendo me preocupa.
Creo en lo que hago, en lo que veo y en lo que siento. Creo
en mis amigos, incluso a los que no veo tanto como quisiera. Creo en mi único
hijo, que fue concebido por obra y gracia del matrimonio frustrado. Creo en la
comunión del hombre, creo que ningún pibe nace chorro ni kirchnerista. Pero por
sobre todas las cosas, creo en el valor de la vida y la libertad. Y al mismo
nivel, porque de nada me sirve ser libre si estoy muerto, ni considero que se
le pueda llamar vida a lo que hacemos sin libertad. Y si bien la mayoría de los
derechos terminan donde empiezan los del otro, hay uno que no se discute y no
tiene límites: el derecho a la vida no termina en el derecho del otro a creer
algo distinto.
Por eso me causa gracia y me voy a seguir riendo del
kirchnerismo y de cualquiera en el futuro que demuestre que no se imagina la
vida sin la eternidad de un padre adoptivo perpetuo que los cuide, en vez de
buscar el sentido de la vida mientras el gobernante se dedica tan sólo a
cumplir con su rol de administrador temporal del Estado. Porque ahí nace todo
fundamentalismo: en el miedo a ser libres.
Pero, claro, es mi creencia. Y la pueden discutir.
Viernes. “Desconozco si Dios existe, pero sería mejor para
su reputación que no existiera”. Pierre-Jules Renard.
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