sábado, 10 de enero de 2015

Charlie Hebdo y la libertad de expresión

Por Germán Gegenschatz
Es evidente que hay una forma de referirse al Islam que termina siendo una excusa perfecta para que el terrorismo, escondido tras el Islam, haga sus atentados. Esto no significa ignorar la importancia que también tienen los contextos políticos, por el contrario, es un error pensar que estos atentados no están perfectamente preparados, que no hay objetivos políticos o que los tiempos y los países son elegidos al azar, pero aquí enfocamos el atentado de París solamente desde el concepto de libertad de expresión.

En 1989 Salman Rushdie, hijo de islámicos, leyó el edicto que el líder de Irán le dedicó especialmente: “Informo a los musulmanes orgullosos del mundo que el autor del libro “Versos Satánicos”, que es contra el Islam, el Profeta y el Corán, y todos los involucrados en su publicación que estaban al tanto de su contenido, son condenados a muerte. Pido a todos los musulmanes ejecutarlos dondequiera que los encuentren”. A partir de ese momento el autor estuvo 10 años en la clandestinidad con un nombre falso, Joseph Anton.

En 2004 el cineasta holandés Theo van Gogh fue asesinado, por su cortometraje sobre la mujer y el Islam. Sus colaboradores, Kurt Westergaard y Ayaan Hirsi Ali, tuvieron mejor suerte, fueron amenazados y tuvieron que pasar a la clandestinidad.

En 2015, el terrorismo islámico mató 12 personas en las oficinas parisinas de la revista Charlie Hebdo. Al igual que en los casos anteriores la causa fueron los insultos al Islam que habían publicado.

En paralelo, pero contra los Católicos, en 1987 Andrés Serrano publicó la foto llamada “Piss Christ”, que mostró un crucifijo sumergido en orina. En 1996 Chris Ofili exhibió su pintura “La Santísima Virgen María”, que la mostraba manchada por excremento de elefante y rodeada de figuras pornográficas. Hubo en EEUU y Europa exposiciones de obras por el estilo, en ningún caso hubo violencia contra sus autores, sí se vieron columnas de opinión y diversas manifestaciones de protesta de católicos, nada más.

En 2004 el Centro Cultural Recoleta de Buenos Aires exhibió obras de León Ferrari. Se vieron una jaula con palomas defecando sobre una reproducción del Juicio Final de Miguel Ángel, una pintura de un Cristo sobre un bombardero estadounidense, una imagen desnuda de la cantante Madonna frente al papa Juan Pablo II, frascos con condones pintados con la imagen del Papa, entre otras.

El por entonces Cardenal Jorge Bergoglio, redactó, e hizo leer en todas las Iglesias Católicas, una carta que en algunas partes decía: “Hoy me dirijo a ustedes muy dolido por la blasfemia que es perpetrada en el CCR con motivo de una exposición plástica”…”este evento se ha realizado en un Centro Cultural que se sostiene con el dinero que el pueblo cristiano y personas de buena voluntad aportan con sus impuestos”, es una “burla a los valores religiosos y morales de los argentinos”. Hubo manifestaciones contra la obra de Ferrari y se le iniciaron varias causas judiciales, pero aquí tampoco vimos ni amenazas a la vida ni atentados físicos contra el autor.

En 2009, ya fallecido Ferrari, se exhibieron obras suyas donadas por sus familiares en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, incluyendo varias contra el catolicismo, esta vez más moderadas, y pasó como una exposición entre tantas.

Sabemos que la libertad de expresión está en la base misma del sistema democrático y republicano occidental y deberíamos saber, con la extensa experiencia acumulada, que la percepción de las manifestaciones y la tolerancia misma a la libertad de expresión no es igual en todo el mundo, ni con todos los temas. En occidente mismo hay comunidades más sensibles que otras frente a un mismo tema.

Viendo el estado real de la cuestión en la materia, quizás la conclusión sea la necesidad de revisar el tratamiento público del tema religioso. La libertad de cultos es también la obligación de respetarlos en público y no solamente como elección privada, es ésta obligación la que parece descuidada. La libertad de expresión requiere la paciencia de los destinatarios y la prudencia de quienes se expresan en público.

El reconocimiento de la libertad de expresión dista de ser universal, más bien es un fenómeno local, más allá de que se lo considere, o no, un derecho universal o algo deseable. Quizás por esto vemos en la historia que cierta forma de tratar o expresarse, sobre temas sensibles, afectan la moral y los sentimientos de otros de una manera tal que puede llegar a provocar la violencia física.

Asimismo creo que como la blasfemia y el insulto son formas perversas y violentas de usar la libertad de expresión como derecho; el terrorismo islámico es una forma perversa y violenta de usar el Islam como religión.

El terrorismo debe ser combatido en todos los frentes, dictar leyes que eliminen las ventajas legales que el sistema jurídico occidental les regala y cortar sus fuentes de financiamiento.

En lo que a nuestras sociedades afecta, suele reducirse la libertad a una posición puramente individualista, y así se termina justificando el ejercicio arbitrario de la autonomía personal. Esta posición es muy discutible, desde que no se puede hablar de libertad sin reconocer la convivencia recíproca, y es a partir de la necesidad de convivir donde se legitima la libertad como facultad indispensable para la realización humana, la cual es imposible de alcanzar fuera de una sociabilidad desarrollada en armonía con el otro.

La libertad, además, no puede pensarse sin la facultad de rechazar aquello que la persona considere moralmente negativo, desde que a partir del respeto de la singularidad de cada ser humano está la posibilidad misma de realizar la propia vocación personal.

La blasfemia y el insulto no tienen nada que ver con la libertad en el sentido que venimos diciendo, ni con la libertad de expresión, que es solo una manifestación más de la libertad, ni tampoco con el humor, ni con el arte. Todos sabemos que hay formas de ejercer la libertad sin recurrir a la ofensa, por lo tanto no se trata de limitar la libertad de expresión sino aprender a ser libres y, a partir de allí, ejercerla.

Nuestra sociedad debe poner las cosas en su lugar, el terrorismo islamista es una forma compleja y multicausal de violencia política más que un tema estrictamente religioso, pero al mismo tiempo se debe tomar conciencia, si no se quiere padecer lo que criticamos en los demás, que la blasfemia, el insulto, la discriminación de personas o grupos por su religión es una conducta retrógrada, reñida con nuestra cultura, con nuestro derecho y con la libertad que queremos disfrutar.

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