Por Michael Löwy (*) |
Infamia. Es la única palabra que puede resumir lo que
sentimos ante el asesinato de los compañeros de Charlie Hebdo.
Un crimen tanto más odioso, cuanto que estos
camaradas artistas eran gentes de izquierda, antirracistas, antifascistas,
anticolonialistas, simpatizantes del comunismo o del anarquismo.
Hace poco,
habían participado en un álbum de homenaje a la memoria de los centenares de
argelinos asesinados por la policía francesa en París el 17 de octubre de 1961.
Su única arma era la pluma, el humor, la irreverencia, la insolencia. También
contra las religiones, según la inveterada tradición anticlerical de la
izquierda francesa. Pero en el último número de la revista, la portada ofrecía
una caricatura contra la islamofobia de Houllebeck, y dentro, una página de caricaturas contra la
religión… católica. Vale la pena recordar que Chab, el redactor jefe, era un
dibujante de sensibilidad revolucionaria que llegó a ilustrar el libro de
Daniel Bensaïd Marx, mode d’emploi. Y
que estaba presente en el acto de homenaje a Bensaïd, en donde esbozó unos
dibujos tiernos e irónicos que se iban proyectando en pantalla.
La acción de estos fanáticos e intolerantes jihadistas es un
crimen contra la libertad de prensa, contra la libertad de pensamiento, contra
la libertad artística. Pero es también un crimen contra el Islam, y contra los
musulmanes de Francia, que ahora corren el riesgo de pagar la factura de una
infamia de la que no son en absoluto responsables.
La ola de islamofobia que ha venido creciendo en la Francia
de estos últimos años con el apoyo de periodistas racistas como Eric Zemour o
de escritores “consagrados” como Houellebeck,
confunde musulmanes con integristas e integristas con jihadistas, en una
amalgama tan pérfida como manipuladora. Ese clima deletéreo favorece a las
corrientes racistas, “identitarias” y fascistas, sobre todo a la empresa de la
familia Le Pen, que ha hecho del racismo y de la islamofobia su fondo de
comercio. Huelga decir que procurarán servirse del crimen de los jihadistas
para esparcir su veneno.
Unos y otros buscan instaurar un clima de “guerra de
civilizaciones”, según la siniestra fórmula acuñada por Samuel Huntington (uno
de los arquitectos de la Guerra del Vietnam). Urge recordar que el verdadero
conflicto de nuestro tiempo no se da entre “el Islam” y “Occidente”, sino entre
explotadores y explotados, entre opresores y oprimidos. Y a fin de cuentas,
entre los intereses del capitalismo y los de la Humanidad.
(*) Michael Löwy es un reconocido filósofo e historiador marxista del pensamiento
contemporáneo.
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